El muerto y el poder-Cristóbal Aguilera

El muerto y el poder-Cristóbal Aguilera

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A Benjamín Otálora le fascinaba el poder. De a poco se hizo del mando de las tropas de Azevedo Bandeira. Le robó su puesto, primero, y a su mujer, después. Pero bastó la traición de un hombre para que sus ansias de poder se desplomaran con la misma fuerza que su cuerpo. Una bala le quitó la vida. Una vida que, por la mezcla de vanidad y soberbia, fue breve en tiempo y modesta en sentido.

Es posible que a Borges no se le haya pasado por la cabeza que El muerto llegaría a ser usado como una parábola sobre el poder. Pero la vida de Otálora es un ejemplo paradigmático sobre a dónde conduce la vida cuyo norte es el poder, mezquino fin, pequeño dios que hoy –como siempre– embriaga a los hombres. Es que el encuentro con la posibilidad de que otros obedezcan, de tener ciertos datos que nadie tiene, de ser el primero o el último, la causa de los sucesos, el primer motor, todo es atractivo, pero pueril, casi tierno. El poder por el poder es soberbia, el primer vicio que como un imán arrastró a Adán y Eva fuera del paraíso.

La política está intoxicada por el afán de poder. Ya no queda esa voluntad de servicio, la intención de ser la alfombra por donde los demás caminen, el guardián que impide –según el sueño de Holden Caulfield– que los niños caigan al precipicio, el que se hace último sin tener la intención de ser el primero.

En la Antigua Roma, cuando un general ingresaba a la ciudad luego de una victoria, iba rodeado de los héroes de las batallas, de quienes habían mostrado singular valentía. Pero, más cerca de todos ellos, iba un esclavo que al oído le susurraba las palabras que, entre las celebraciones del triunfo, era necesario que escuchara: «Respice post te! Hominem te memento!» Recuerda que eres un hombre. Otra manera de decir que «polvo eres y en polvo te convertirás», que no seas insensato, porque esta noche la muerte te visitará. El regocijo y la satisfacción en el poder es básica, mamífera, hunde al hombre en sí mismo, más abajo que la peor bestia, lo convierte –como diría un poeta– en un místico al revés.

Tan solo eres humano. ¡Cómo aterrizan estas palabras! Pero el hombre tiene esa capacidad de negar aquello que resulta tan obvio. En estos tiempos, en los que con urgencia necesitamos de entrega y generosidad, pareciera que nos está afectando una pandemia de ensimismamiento. Hay un grupo que no pierde la oportunidad de ser Otálora… pocos recuerdan que tan solo son humanos. Tal vez pueda ayudar volver la mirada a aquel otro hombre, el «ecce homo» de Pilatos, que siendo el primero de todos, decidió morir humillado por los demás. (El Líbero)

Cristóbal Aguilera

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