El momento del Partido Socialista

El momento del Partido Socialista

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En «Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829–1874)», uno de los relatos de El Aleph, Jorge Luis Borges narra la historia de un sargento de la policía rural que recibe el encargo de capturar a un desertor. La fuerza que él encabeza logra acorralar al fugitivo que se les enfrenta “terrible, la crecida melena y la barba gris parecían comerle la cara”. En un momento de esa lucha, Cruz arroja por tierra el quepis y, gritando que no va a consentir el delito de que se mate a un valiente, se coloca al lado del desertor para luchar contra los soldados. Borges explica el gesto de Cruz con estas palabras: “Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento”: el momento en que el hombre sabe para siempre quien es”.

¿Tenía razón Borges? Si la tenía, si es cierto que cualquier destino consta en realidad de un solo momento, esa verdad afecta no sólo a los seres humanos, sino también a lo que los seres humanos crean. A sus obras y a sus instituciones. Esa posibilidad es la que ha puesto en evidencia la primaria del oficialismo hace una semana y quien vive ese momento, el momento de “saber para siempre quien es”, es el Partido Socialista de Chile. Es razonable que sus militantes y seguidores aún no lo vean así y continúen por un tiempo en el negacionismo o en la actitud de forzada subordinación a la candidatura presidencial de Jeannette Jara que impone la ley. Pero, como en todos los duelos, al primer momento de estupor ha de seguir la reflexión y esa reflexión no puede dejar de considerar algunos hechos.

Quizás baste uno: la menor participación de electores en el evento del pasado domingo. Los números ya han sido comentados a lo largo de la semana, recordemos algunos: en la primaria que protagonizaron hace cuatro años Daniel Jadue y Gabriel Boric, participaron más un millón setecientas cincuenta mil personas. Si a esas personas se les agregan las que participaron en la primaria convencional que enfrentó a Yasna Provoste, Paula Narváez y Carlos Maldonado (aunque ocurrieron en días diferentes y por lo tanto puede haber duplicaciones) y que fueron alrededor de ciento cincuenta y un mil, se puede admitir que los electores en primarias  de los seguidores del actual oficialismo eran algo más de un millón ochocientos mil hace cuatro años. A esa estimación debe añadirse la posibilidad de que entre los electores que ahora se agregan en virtud de la obligatoriedad del voto (alrededor de seis millones) debe haber varios cientos de miles que sean seguidores o simpaticen con el actual gobierno y que algunos o muchos de ellos podían concurrir a votar en la primaria del pasado domingo. Esos nuevos electores, de modo muy conservador, podían estimarse en un par de cientos de miles más. La suma de todos esos números explica por qué prácticamente todos los comentarios previos afirmaban que el número mínimo de electores en la primaria recién realizada debía ser de alrededor de dos millones.

Pero no votaron dos millones. Ni siquiera un millón y medio. La cifra oficial es de un millón cuatrocientos veinte mil cuatrocientos treinta y cinco electores. Se desvanecieron más de trecientos mil electores que participaron en la primaria de sólo dos de los contendientes hace cuatro años y casi seiscientos mil de los que se esperaba que votaran en esta oportunidad.

¿A quién deberían haber apoyado esos votos en fuga? Como yo mismo señalé la semana pasada en este espacio, en la primaria del domingo Jeannette Jara podía contar por lo menos con los votos obtenidos por Daniel Jadue hace cuatro años, por lo que partía con más de seiscientos mil votos asegurados. Como obtuvo más de ochocientos mil, ella no perdió, sino que ganó votos, probablemente porque muchos votantes del Frente Amplio esta vez votaron por ella. El candidato del FA, Gonzalo Winter, obtuvo algo menos de ciento veinticuatro mil votos, por lo que la suma de los votos de los dos se elevó a novecientos cuarenta y nueve mil seiscientos sesenta y cuatro. Como la votación del cuarto candidato, Jaime Mulet, fue insignificante, la mayor parte del resto de la votación esperada, hasta completar alrededor de dos millones, debía haber ido a Carolina Tohá. Obtener esa votación era la única posibilidad que habría permitido a la candidata de la “izquierda democrática” ganar la primaria. Pero sólo obtuvo algo más de trecientos ochenta y cinco mil. Los números, así, nos muestran que la fuga de votos, fue de votos de la “izquierda democrática” y, entre ellos, principalmente del Partido Socialista que es el principal aportante de votos duros a esa coalición.

El análisis de las razones que llevaron a este descalabro debiera conducir al Partido Socialista, a sus militantes y a sus seguidores, a “saber para siempre” como diría Borges, qué es su partido y posiblemente quiénes son ellos mismos. No pretendo hacer aquí ese análisis, pero sí puedo aportar algunas consideraciones que quizás contribuyan a él. El Partido Socialista de Chile, desde su fundación y hasta mediados de la década de los sesenta del siglo pasado, se mantuvo en una tensión permanente entre la adhesión original al marxismo de su Declaración de Principios de 1933 -que lo aceptaba sólo “como método de análisis de la realidad” y “enriquecido y rectificado por todos los aportes científicos y revolucionarios del constante devenir social”- y una adopción llana del marxismo-leninismo. Esa tensión se resolvió en el Congreso de Linares de 1967, con la adopción oficial del Marxismo-leninismo como ideología y la declaración de que el camino al socialismo en Chile requería una “ruptura revolucionaria” con el capitalismo.

Orientado por esa ideología fue que el PS encabezó la Unidad Popular, el frente político que llevó a Salvador Allende a la presidencia de la República, y orientado por ella actuó durante todo su gobierno hasta su trágico desenlace. La experiencia no fue vana, pues la reflexión ulterior llevó a una profunda transformación interna en el partido, mediante el proceso conocido como “Renovación” que culminó con una nueva Declaración de Principios en 1990. En ésta el PS proclamaba “su inclaudicable voluntad de contribuir siempre a la defensa y el constante perfeccionamiento de la democracia” y explicaba que en él convergían “el pensamiento marxista enriquecido y rectificado por todos los avances científicos y el devenir social, con las mejores tradiciones humanistas y con los valores solidarios y libertadores del mensaje cristiano”. Esa fue la ideología que explicó la contribución del Partido Socialista a la Concertación de Partidos por la Democracia y a sus gobiernos. Y fue también la ideología y la política que comenzó a abandonar cuando Michelle Bachelet, en su segundo mandato, decidió romper esa coalición política para crear una nueva con el Partido Comunista y abordó una política que se alejó de la norma -y de los éxitos- que la Concertación había alcanzado.

Cuando los socialistas hagan el análisis al que los convoca su monumental fracaso del fin de semana pasado, deberán tener en consideración estos hechos o no podrán salir del profundo agujero en el que los han sumido casi diez años de decisiones equivocadas. Diez años que comenzaron con la destrucción de la concertación de Partidos por la Democracia y continuaron con la decisión de apoyar como candidato presidencial a una figura de la televisión en lugar de Ricardo Lagos sólo porque marcaba más puntos en las encuestas; con la complicidad pasiva frente al vandalismo disfrazado de protesta política durante el “estallido”; con la incapacidad de defender su propia obra durante los gobiernos de la concertación y mostrar más bien aquiescencia frente a quienes la criticaban; con el apoyo absurdo e inexplicable a un proyecto de Constitución que ellos sabían, sin asomo de duda, que destruía la República. Diez años que terminaron con la igualmente absurda disputa con el PC por la “hegemonía de la izquierda”, en la que una derrota sin apelación los ha llevado, por primera vez en su casi centenaria historia, a caminar detrás del Partido Comunista y a bregar porque una comunista alcance la presidencia de nuestro país.

Ya está dicho, probablemente esa reflexión no será inmediata y los socialistas, todavía por algún tiempo, seguirán tratando de convencerse de que nada grave ha sucedido y que todavía hay futuro en seguir haciendo lo que han estado haciendo los últimos años. Pero es inevitable que terminen por convencerse de aquello de lo que se convence cualquiera que esté metido en un profundo agujero: que para salir de él lo primero que se debe hacer es dejar de cavar. Que terminen de convencerse que el mejor período de su trayectoria, aquel en el que más contribuyeron a Chile y al bienestar de su gente, no fue el de la Unidad Popular y la “unidad de la izquierda”, sino aquel otro en que formaron parte de una Concertación por la Democracia y le dieron al país los veinte mejores años de progreso y bienestar de su historia.

Quizás entonces, también, darán la razón a Borges y entenderán que la noche del 29 de junio fue el “solo momento” a partir del cual deberán saber para siempre quienes son. (El Líbero)

Álvaro Briones