El «Manifiesto» como síntoma

El «Manifiesto» como síntoma

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El “Manifiesto por la República y el buen gobierno” publicado por políticos y académicos vinculados a Chile Vamos, ha generado reacciones. No obstante, el esfuerzo de sus autores y el debate que ha generado, no puede sino hacernos valorar el esmero y seriedad del documento. Del mismo modo, las críticas que lo han abordado tienen también un valor, por cuanto examinan tanto el contenido como la connotación de dicho manifiesto. Ahora bien, el contexto de ambas dimensiones: el trabajo mismo como su examinación, son a juicio propio, sintomáticos. El síntoma, como señal o expresión que tiene una causa previa, se refiere -en este caso- a la debilidad de las definiciones e identidades, a la crisis de las hegemonías y del humanismo mismo.

Esto nos obliga, en primer lugar, volver al texto, el cual evidencia una intención moderna de buscar un proyecto común, pero que al momento de tomar definiciones se enfrenta al conflicto pos moderno que evita toda definición e identidad, y por ende, se convierte bruscamente en una expresión de características sutiles, y en algunos casos, ambiguas. Esto contraviene el sentido ideológico que pretende el manifiesto, y lo esteriliza.  Por ejemplo, impulsar la república como la anti atomización es valorable, pero no ideológico, porque no logra explicarse ni diferenciarse. Es decir, no se avizora (como debiese hacerlo cualquier documento ideológico) una bajada concreta al respecto. Y es que decir que existe un destino común implica explicar en qué consiste aquello: ¿se pretende hablar de una naturaleza humana en común? Si es así, ¿en qué consiste, y a qué límites y facultades conlleva? Del mismo modo, el texto -que entiende el sentido ético de la política- sugiere y reclama que la democracia requiere de una base moral, pero tampoco deja ver cuál es la que se necesita para enfrentar los debates contemporáneos. No basta con decir necesitamos una base moral y no hacerse cargo de cuál es ella. El manifiesto no es suficientemente claro en ofrecer al lector qué valores hay que defender, ni qué tradiciones.

Todo documento ideológico supone precisamente ser explícito para diferenciarse de otros sectores o proyectos políticos.  Cualquier manifiesto como este debe entonces definirse tanto en su andamiaje teórico como también concreto. En política no sirve decir, por ejemplo, que creemos en la dignidad de la persona si no se dan definiciones respecto de los límites desde dónde exactamente se pasa a llevar dicha dignidad. Todo sector busca justicia, pero la política debe darle a ella contenidos.

En relación al rol del Estado el texto también es sintomático. Pues, si este no provee sólo de bienes y servicios y busca un bien moral -como lo es el bien común- cabe entonces preguntarse qué límites y funciones (o deberes) tiene hoy dicho Estado en los diferentes debates y proyectos de ley al respecto. En algunos temas el manifiesto aterriza sus planteamientos a temas concretos, pero en algunos tópicos antropológicos se omite. Esto, junto con las diferentes restricciones que se colocan los autores para evitar definiciones ideológicas claras,  evidencian la sintomaticidad advertida, porque no se hacen suficientemente cargo de, por ejemplo, qué es lo que cabe dentro del bien común en materias que incluso podrían cambiar la forma no sólo de relacionarnos, sino (principalmente) de comprendernos.

En un momento de la historia en que se rehúye de las identidades, este  texto busca, con poco atrevimiento, plantear límites a la Derecha, es decir, hacer definiciones y marcar identidad. Por eso su exceso de prudencia lo hace fracasar en ese intento, porque en política no se puede pretender plantear una ideología sin poner límites y, por ende,  conceptualizar (discriminar) y hacer concreto aquello sobre lo cual se discrepa. No bastan las descripciones genéricas cuando lo que se tiene por objetivo es plantear definiciones ideológicas.

Al mismo tiempo, las distintas reacciones y críticas que ha generado este manifiesto expresan precisamente otro síntoma, que es resultado de aquella condición social híbrida propia de nuestro tiempo, como es la fragmentación de la Derecha. Las distintas tradiciones que conviven en este sector ponen sus intereses ideológicos como identidad primera antes de  acercarse a ciertos partidos de Derecha, y lo hacen porque comparten algunos rasgos que les interesa defender. Pocas son las tendencias que hoy podrían copar el concepto de Derecha a secas. Por eso es que se habla más bien de sociales cristianos, liberales, conservadores, gremialistas, integristas, corporativistas, etc. para identificar el domicilio político de cada quien. Tanto el contenido del manifiesto en cuestión como las reacciones que ha generado, dejan ver que estamos en una hibridez pos guerra fría que dificulta las identidades políticas.

Cabe entonces preguntarse bajo qué condiciones de posibilidad es dable hoy intentar impulsar una declaración de principios de “La Derecha”, sin dejar de ser más bien -dado el escenario de fragmentación que la cubre – la declaración de sólo una parte de ella. Tal vez, aquella semántica hibrida y restringida será la que marcará el modo de identificar a grupos que, por lo demás, más que constituirse como sectores ideológicamente acotados (derecha o izquierda), se asociarán como pactos programáticos electorales. En rigor, nos encaminamos hacia uniones de bloques menos estables y duraderos. Incluso con nombres de fantasías nuevos previo a cada elección, en los que seguramente no se incluirán las palabras derecha o izquierda. (La Tercera)

Claudio Arqueros

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