El hilo

El hilo

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El primer rocket fue lanzado a las 11:52. Antes había sido atacada con morteros, tanques y fusiles. Las olas se repiten cada cinco minutos. Son cuatro en total. A las 12:08, La Moneda estaba envuelta en llamas y desde su interior no se observaba resistencia alguna. Pinochet había cumplido su amenaza. Lo mismo Allende, que no se rindió ante los golpistas y decidió morir en el lugar donde había sido colocado por el voto popular.

Siempre he pensado que ese episodio -registrado magníficamente en el libro de Ascanio Cavallo y Margarita Serrano, «Golpe, 11 de septiembre de 1973»- es el más trascendente del Chile del siglo XX. No solo por su significado, sino que también por las consecuencias que habría de acarrear. Bombardeada La Moneda y muerto Allende no había vuelta atrás. La Junta Militar ya no podía encabezar un mero régimen de transición o restauración. Después de semejante tragedia no era imaginable que los militares cedieran a los pocos meses el poder a los civiles, o que llamaran a elecciones a partir del mismo sistema político que había instalado a Allende en La Moneda, o que se propusiera simplemente reencauzar la marcha de la economía y la sociedad en el trayecto que había provocado la crisis. Aquí estuvo la astucia -especulaba- de los autores de «El Ladrillo», el programa de gobierno elaborado por los economistas formados en la Universidad de Chicago: ofrecerle al nuevo régimen un destino proporcional al acto dramático de bombardear la casa presidencial.

Aquello no fue fácil, ni inmediato. Antes tuvo que estabilizarse la situación de poder al interior de la Junta, cuestión que culminó cuando Pinochet vence las resistencias y es nominado Presidente de la República, con un aparato de inteligencia que solo le reporta a él. Luego hubo de mostrar su fracaso el plan de estabilización económica que se puso en marcha desde el golpe, que no innovaba mayormente respecto del sistema económico pre-1970, con el cual los militares se sentían muy identificados. La agudización de la crisis económica en 1975 sembró la duda acerca de las viejas recetas. Esto abrió la oportunidad para el «tratamiento de shock » propuesto por los Chicago Boys. Este había sido promovido por el mismísimo Milton Friedman en una visita relámpago que hiciera en 1974 para entrevistarse con Pinochet, y contaba con las simpatías de la Armada. Una vez hecho suyo oficialmente por el régimen militar, este tomó el talante refundacional con el que sus partidarios gustan recordarlo, lo que le permitió sublimar y otorgar un sentido histórico a ese acto primordial que fue el bombardeo de La Moneda.

Hace poco supe del memorándum que dirigió Jaime Guzmán a la Junta Militar semanas después del golpe, a nombre de un fantasmagórico «Comité Creativo», que confirma lo que en mi caso era mera conjetura. Si la Junta es solo un «paréntesis histórico», advertía Guzmán, «sus actos van a ser juzgados relativamente pronto de acuerdo a criterios democráticos», y en tal caso, ellos no serán aceptados ni menos perdonados. No queda más, arguye entonces, que proclamar esos actos «como el costo que fue necesario para introducir a Chile a una nueva y promisoria etapa del destino nacional». Y puntualiza luego: «Es la creación nueva lo único que puede darles sentido suficiente, a la vez que modificar los criterios con arreglo a los cuales se enjuician los hechos», entre los cuales enumeraba el bombardeo de La Moneda, el suicidio de Allende, las ejecuciones, los presos políticos, la disolución del Congreso y la proscripción de los partidos políticos.

En las pasadas efemérides, en que la memoria se tomó sorpresivamente la agenda, se han apreciado las dificultades de la derecha para lidiar con ese pasado que se abrió en 1973. Quizás la explicación está en el memorándum de Guzmán; en el hilo que enlaza la llamada obra del régimen militar con el bombardeo de La Moneda, y en el error de creer que ella bastaría para que ese acto y los que lo siguieron no fueran, más temprano que tarde, «juzgados de acuerdo a criterios democráticos». (El Mercurio)

Eugenio Tironi

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