El fin del mito-Felipe Schwember

El fin del mito-Felipe Schwember

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Una de las cosas con las que barrió el resultado electoral del domingo fue una cierta representación de la historia nacional, muy cara a cierta izquierda radical. Según esa representación, durante toda la historia republicana del país, las oligarquías político-económicas nunca habrían permitido al pueblo de Chile darse libre y soberanamente una Constitución. Todas, con mayor o menor astucia, habrían sabido dejarlo a un lado. Esa representación servía para alimentar, con renovada permanencia, dos ideas: primero, que pese a las apariencias, vivimos en dictadura (o algo muy parecido), es decir —y en las palabras de la narrativa actual—, oprimidos, colonizados, racializados, precarizados, heteronormados, etcétera; segundo, que esa izquierda radical tenía una suerte de representación por defecto, cuasi metafísica del pueblo: se votara lo que se votara, gobernara quien gobernara, eran ellos sus genuinos representantes. De hecho, su exigua representación era una prueba más de que no vivíamos en una democracia real.

Estas dos ideas se retroalimentaban. Ambas alentaban además la esperanza de que, pese a las interrupciones violentas con las que la oligarquía frustraba cada cierto tiempo el proyecto emancipador, el pueblo permanecía leal a la causa.

Pues bien, ese circuito acaba de ser cortado. Para siempre. Y lo ha sido de modo tan rotundo e incontestable que solo cabe imaginar el abismal desconcierto de los creyentes más fervorosos de este mito histórico. Pues así —y pese a cualquier otro mérito que pueda tener— se presenta esa narrativa después del domingo pasado: como un mito. El pueblo, con la representación sociológica y corporativa del gusto de esa izquierda —de un modo, cierto, no perfecto, mas muy cerca de lo que simplemente habían soñado—, redactó un proyecto constitucional que supuestamente iba, por fin, a implantar una verdadera democracia, con verdadera participación entre verdaderos ciudadanos, que se tributaban verdadero reconocimiento. Ese proyecto, sobrecargado de significados —y, peor, votado en el aniversario de la elección de Allende, es decir, el mismo día en que debía reanudarse simbólicamente el proyecto interrumpido en 1973—, no solo fue desechado, sino que fue rotunda y especialmente rechazado por todos aquellos cuya representación se arrogaban. La gravedad de este hecho quizás explica que el primer reflejo de muchos creyentes sea la negación: el proyecto era bueno, pero el pueblo fue engañado.

El fin del mito de la representación vicaria de la ultraizquierda es una excelente noticia para las fuerzas democráticas, de izquierda y de derecha, comprometidas con el éxito del nuevo proceso constituyente. Ya no podrán ser amedrentadas por la izquierda radical, cuyo recurso a la calle se revela por fin como lo que es: una forma inaceptable de extorsión ejercida contra el pueblo. (El Mercurio)

Felipe Schwember