El “estallido social” estadounidense-Francisco José Covarrubias

El “estallido social” estadounidense-Francisco José Covarrubias

Compartir

Algo detonó en Estados Unidos. La cruenta imagen del asesinato policial no dejó indiferente a nadie. Un acto de barbarie que tocó las fibras más profundas de un problema permanente de la sociedad norteamericana. La historia de Estados Unidos es, en mayor o menor medida, la historia del racismo.

Y bastó una chispa para que ardiera el fuego.

Literalmente.

Barricadas, saqueos e incendios. La misma Casa Blanca debiendo ser apagada por primera vez en su historia, mientras un probablemente despeinado Donald Trump en pijama corría a refugiarse al búnker antinuclear ahí dispuesto.

La imagen del controvertido general Lee rayado es idéntica a la de Baquedano, pese a que este último carga solo con la culpa de que lo hayan puesto en la mitad de Chile. El saqueo a Macys, igual al de un Falabella, y así, imágenes “made in USA” que por un momento parecieron ser una copia feliz del Edén.

Tal como en Chile, muchos salieron diciendo que ellos lo habían dicho. Que lo habían escrito, que lo habían advertido. Tal como en Chile, también, han aparecido explicaciones simplificadas, donde más allá del problema racial, han querido derivar el problema al modelo económico.

Y si bien hay algo de eso, el tema es mucho más sofisticado.

El mundo como nunca depende de una chispa, y su fuente de propagación y acelerante tiene pantalla y arroba. Y en ello, no es el capitalismo, sino que la sensación de abuso, el que detona todo.

En la Primavera Árabe bastó que un verdulero en una pequeña ciudad de Túnez se quemara a lo bonzo protestando por un abuso policial, para botar el gobierno de su país y de paso arrastrar las dictaduras de Libia, Egipto y Yemen. No fue una protesta con turbante contra el capitalismo, fue una protesta contra el abuso, la corrupción, y —en especial— contra la falta de libertad.

En Hong Kong, bastó un proyecto de ley de extradición a China presentado por el gobierno de Carrie Lam, para desatar la ira ciudadana. Fueron miles quienes salieron a las calles. Y siguen saliendo. No para protestar contra el capitalismo, precisamente, sino para protestar contra el abuso.

Así, la primera gran conclusión, es que Estados Unidos se vio envuelto en la misma lógica que la primavera árabe, que el caso de Hong Kong y que los 30 pesos del metro en Chile. Un pequeño contrapeso que rompe el frágil equilibrio social. Los abusos del capitalismo, donde por cierto se incluye la desigualdad, son un detonante más entre otros muchos detonantes. Y la gran pregunta que queda en el aire es qué pasaría si la próxima chispa arribe a la China actual para reclamar por la falta de libertad.

Pero lo ocurrido esta semana en Estados Unidos tiene diferencias con Chile. Y son enormes.

La primera y más grande fue la condena, total, explícita y sin letra chica de todo el mundo político. Por cierto de la derecha, pero también de la izquierda. Y eso es algo que evidentemente no pasó en Chile. El lema “protestas sí, violencia no” fue el que terminó imperando en Estados Unidos, muy distinto al “protestas sí, violencia no (aunque, bueno, se entiende)” que vivimos en Chile. Los mismos estudiantes que marchaban en las distintas ciudades denunciaban a quienes estaban saqueando. La primera línea despreciada por quienes se manifestaban pacíficamente.

En segundo lugar, y menos importante, la actuación policial antidisturbios. No se vio ningún “guanaco” y muy pocas imágenes de uso de balines de goma. El gran pecado de la policía chilena, junto a su total inoperancia. En Estados Unidos, un país aficionado al futbol americano, utilizaron estrategia de copamiento para enfrentar a las turbas. Es posible que en Chile sean muy pocos para hacer algo así. Es muy posible que en Chile no haya una planificación adecuada para lograr algo tan sofisticado.

Pero hay más diferencias. Un Presidente desaforado instigando a la violencia, amenazando e insultando, en nada se pareció al ausente Piñera de esos días.

La fragilidad de las sociedades ha sido una constante desde siempre. Incluso gobiernos tiránicos siempre han temido que súbitamente una chispa lo encienda todo. Los resultados hasta ahora habían sido siempre dos: o una revolución o una masacre. Pero las masacres afortunadamente empiezan a dejar de ser una alternativa en el mundo actual. Las imágenes viralizadas son demasiado atroces para sostenerlas. Y la gente, por primera vez en la historia, lo percibe.

Eso explica toques de queda que no se respetan y amenazas que no asustan. El poder de la gente, al ritmo del Twitter, da cuenta de una sociedad muy distinta, que ni las bravatas de un Trump asustan. Eso explica, entre otras cosas, que el gobierno chino no haya podido hacer lo mismo en Hong Kong que hizo en Tiananmen.

Así, lo que nos muestra el “estallido social” estadounidense es que ni el ultimátum de un Presidente desaforado, ni la sofisticación de la policía antidisturbios ni la amenaza del complejo armamento de guerra controló el desmadre inicial. Probablemente sea el rechazo masivo de la sociedad el que haya puesto freno a la violencia. Y ahora vendrá la discusión política. Polarizada, pero dentro de los canales institucionales.

Tal vez el mejor ejemplo a usar en Chile es el de la alcaldesa demócrata de Atlanta, Keisha Lance Bottoms: “Si quieren cambiar América, regístrate y vota. Ese es el cambio que necesitamos”. Tal vez en Chile, emulando la famosa frase del Che Guevara, necesitamos “crear dos, tres… muchas Keisha Lance Bottoms”. (El Mercurio)

Francisco José Covarrubias

Dejar una respuesta