Todo indica que, por largo tiempo, muchos no podremos volver a los modos que teníamos de trabajar, producir y consumir.
Algo de eso cambiará para siempre, de ello debaten los intelectuales, pero lo que está claro es que las formas productivas que nos eran habituales pasarán mucho tiempo suspendidas. Las modalidades alternativas, por ahora, impiden que la actividad productiva de bienes, y especialmente de servicios, y particularmente de los presenciales, rinda lo de antes, cumpla sus compromisos, y en algunos casos pueda siquiera subsistir. La pandemia que impone estas restricciones seguirá infectando y matando personas mientras no aparezca la vacuna. Al parecer ese antídoto no llegará masivamente a nosotros este año. Es altamente probable, entonces, que pasemos largos meses con distanciamiento social y formas de cuarentenas parciales o totales. Muchas empresas y sectores enteros de servicios no podrán mantenerse. Su cierre o quiebra arrastrará a otros. Mientras no haya vacuna o inventemos nuevas formas de trabajo, muchas personas quedarán cesantes.
En este panorama, la capacidad del Estado de reaccionar oportunamente, con medidas creativas y adecuadas, adquiere una relevancia y una visibilidad inéditas. Por ahora, lo más notorio son las políticas de salud. Es el Estado, por medio de la red de salud pública, quien maneja la cantidad y el foco de los test para detectar a los infectados; quien mantiene comunicación con ellos; decide cuáles se hospitalizan y cuáles no; dispone de los respiradores y alienta su fabricación; determina las cuarentenas parciales o totales; quien nos obliga a usar mascarillas y restringe nuestros desplazamientos.
Nunca, como en la adopción de estas medidas, ha quedado más patente la importancia de tomar el parecer de representantes de las comunas afectadas, de expertos y de líderes gremiales. Nunca ha sido más exigible la transparencia de datos y criterios; nunca ha sido más clara la importancia de que la decisión final radique en una o en muy pocas personas. Queda de manifiesto la relevancia de una democracia colaborativa.
Progresivamente comienza a hacerse visible la importancia del Estado en el otro frente, en el de la inevitable crisis económica que conllevan las restricciones que nos hemos impuesto para proteger la salud. Es el Estado, la política, la que ha decidido quiénes son los que prioritariamente deben ser ayudados con subsidios, la posibilidad de suspender actividades y relaciones laborales. Subsidios y ayudas estatales, al igual que test de covid y respiradores, son escasos. Llegar con ellos a tiempo, de manera eficiente y justa, es un desafío que, progresivamente, pondrá a prueba la fortaleza de nuestro entramado institucional. Por ahora, las medidas económicas que se han adoptado son aquellas que han logrado convencer transversalmente a las autoridades electas. Ningún grupo contrapone alternativas globales a las que se han aprobado. No se oyen economistas diciendo que se estén cometiendo errores garrafales ni hay debate de modelos.
Nunca antes los dogmatismos y las miradas ideológicas han estado más fuera de lugar. Los problemas y las prioridades son inéditos, por lo que las soluciones de ayer ya no sirven. En la creatividad y en el pragmatismo que impone la pandemia, los partidos y bandos políticos irán encontrando convergencias inéditas y diferencias que no imaginaban, como ya empieza a notarse. La respuesta a los nuevos desafíos agrieta los bloques que parecían inamovibles desde Pinochet. En cambio, volvemos a apreciar la consulta participativa; la transparencia; el hecho de deliberar en conjunto, con buena disposición, de cara a los problemas, con sentido práctico y mirada de futuro; a acatar lo que finalmente deciden aquellos a quienes conferimos títulos de representación a través del voto; a respaldar el uso legítimo de la fuerza contra los que infringen lo resuelto. Volvemos, en fin, a valorar las formas de la democracia representativa.
Por cierto que aún persisten actitudes oportunistas, frivolidades injustificables en autoridades públicas que manejan crisis de esta magnitud, y algunas manifestaciones de desprecio por formas que son esenciales a la democracia; pero el repudio que han suscitado esas conductas permite alentar la esperanza de que la actividad política puede recuperarse del grave desprestigio en que había caído.
Los Estados nacionales están siendo y serán desafiados con un sentido de urgencia que no conocían. Como nunca, se requiere de su eficacia para salvar vidas y morigerar sufrimientos. Solo una disposición colaborativa de sus autoridades podrá lograrlo. (El Mercurio)
Jorge Correa Sutil