En su última cuenta pública el Presidente Boric hizo una brevísima referencia al índice de desarrollo humano que elabora las Naciones Unidas -que mide el progreso en la esperanza de vida, la educación y los ingresos-, y cuya actualización anual fue publicada recientemente por ese organismo internacional. Debe ser la primera vez que el gobernante se refiere a este importante estudio, y el primero de su jerarquía en la nueva izquierda. Y es que hacerlo pone a dura prueba la noción de país injusto y fallido que él y sus compañeros de ruta se hicieron de Chile en la década pasada. Es también la razón por la que la izquierda toda lo ha cancelado -para usar un término de reciente uso- desde que el mencionado indicador se reporta desde inicios de los ´90.
Afirmó el Presidente, correctamente, que el puntaje de Chile subió a su máximo histórico, lo que lo sitúa como líder de América Latina en esta materia. Quizás pudo añadir que el país se ha mantenido ya por décadas a la cabeza de las naciones latinoamericanas, y por momentos a considerable distancia de las que lo han seguido en ese importante ranking. Es interesante notar, sin embargo, que mientras hace diez años ocupó la posición #38 -por encima de naciones europeas como Portugal-, en el último reporte descendió a la posición #45, siendo ahora superado por el país lusitano. Este descenso coincide con la década de peor desempeño de la economía chilena desde 1990.
¿Como fue que una generación de jóvenes, la mayoría educados e informados, creyeron a pie juntillas que un país de ese indiscutible nivel de desarrollo -que ostentaba sus mejores posiciones precisamente en los años cuando se formaban políticamente y accedían al poder- tenía que ser refundado en toda la línea? ¿Cómo pudieron convencerse que el reconocido progreso de Chile, en ese y otros estudios internacionales, no era otra cosa que abuso y desigualdad, y que nada bueno había traído a los chilenos? ¿Y que, desde luego, ese estado de cosas tenía que ser corregido de raíz?
La respuesta a estas interrogantes no admite dudas: esa generación de jóvenes, la más educada de nuestra historia, ignoró la evidencia que estaba ampliamente disponible y que no daba base alguna para sus desvaríos refundacionales. Chile era entonces, como es ahora -lo señala el Presidente Boric en su cuenta pública-, el líder regional en materia de desarrollo humano. Y no solo eso. Era clasificado, y lo ha sido por décadas, en el grupo de naciones de “más alto desarrollo humano” (la definición y clasificación es del reporte de las Naciones Unidas). Semejante conclusión ha de haber dejado atónito a más de alguno en el progresismo -si es que han leído el mencionado reporte-, cuando no sonrojados.
Lo cierto es que se trata de una élite de jóvenes de la nueva izquierda que erró dramáticamente en la lectura del país. Elevada a las más altas esferas del poder ha descubierto la costosa magnitud de su error: la idea que se había forjado de Chile -el país que se proponía refundar- coincidía muy poco con el país real. Cuando se comete un error histórico de esas proporciones se comprende la cantidad -y en algunos casos la profundidad- de las correcciones que ha adoptado el gobierno de Boric, y que su última cuenta ha puesto elocuentemente de manifiesto.
El reconocimiento de estos yerros deja un considerable vacío de ideas en la nueva izquierda. ¿Por cuáles serán reemplazadas esas nociones sin asidero y cuándo? ¿La peregrina idea de la refundación será definitivamente abandonada para dar paso a una nueva comprensión del país, uno que clasifica entre los de «más alto desarrollo humano» según la ONU? Entretanto, el grueso error de lectura del país que se proponía refundar ya le cobró una pesada factura electoral en septiembre de 2022. Es altamente probable que en diciembre de este año el electorado se la vuelva a cobrar a una generación de políticos, no escasos de talento pero excesivamente voluntaristas y poco dados a actuar con la evidencia, que ya intuye la colosal magnitud de su equivocación. (El Líbero)
Claudio Hohmann