El Ejército y sus glorias

El Ejército y sus glorias

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El feriado que disfrutamos hoy lo debemos a “las glorias del Ejército”. Así fue declarado por la Ley 2.977, de 1915, que racionalizó los días festivos en el gobierno de Ramón Barros Luco y estableció que se considerarían tales, entre otros, “el 18 de setiembre, en conmemoración de la Independencia Nacional”, y “el 19 de setiembre […] en celebración de todas las glorias del Ejército”. En 2012, la Ley 20.629 reforzó este feriado declarándolo irrenunciable.

El acto más característico de esta fiesta, la Gran Parada Militar, cuenta con una historia más larga. Data de la primera Academia Militar y los ejercicios y simulacros que realizaban sus alumnos en sectores aledaños a Santiago, a los que en 1832 el Presidente José Joaquín Prieto dio carácter ceremonial disponiendo que se realizaran todos los 18 de septiembre. Bajo el gobierno de Jorge Montt, el desfile se trasladó al entonces Parque Cousiño. Como ya era tradicional que las fiestas duraran dos o tres días (entre el 17 y el 20 de septiembre), se dispuso que la parada se efectuara el 19, que en 1915 pasó a denominarse día de las glorias del Ejército.

La expresión hoy puede sonar extraña. La etimología ayuda a entender el sentido: la palabra “gloria” procede del vocablo griego “kleos”, que hace alusión a la fama, celebridad y honor de actos de coraje y nobleza por sobre lo común. Los héroes griegos conseguían “kleos” por sus hazañas en combate y una muerte heroica. En la Odisea, Telémaco, el hijo de Ulises, teme que su padre haya muerto en el mar (sin kleos) y no en batalla (con kleos). O’Higgins empleó el vocablo en este sentido cuando en El Roble arengó a los patriotas con el grito de “¡o vivir con honor o morir con gloria!”.

Sin duda, desde su creación en 1603, a instancias del gobernador Alonso de Ribera, como Ejército del Rey, pasando por su reorganización por decreto de la Junta de Gobierno de 2 de diciembre de 1810, este cuerpo militar ha sido protagonista de gestas que suscitan orgullo y admiración. Por cierto, en tiempos de guerra: contra la confederación Perú-Boliviana, del Pacífico y en el conato —gracias a Dios frustrado— del Beagle. No son menos heroicos los actos de servicio de sus hombres y mujeres en tiempos de paz, como cada vez que nuestro país se ve azotado por catástrofes naturales.

Somos conscientes de que elogiar hoy al Ejército es “políticamente incorrecto”. A los cuestionamientos por la intervención militar de 1973 y la dictadura o gobierno militar posterior, se suman los escándalos sobre defraudaciones y procesos judiciales contra algunos de sus oficiales. Aun así, es claro que sin el concurso del Ejército no tendríamos la democracia de la que hoy gozamos y, por otro lado, los militares son seres humanos con debilidades y defectos que no resultan inmunes a la corrosión ética de la sociedad actual.

Son ya décadas en las que un liberalismo mal entendido ha renegado de toda concepción objetiva de lo bueno y lo malo, para poner en su lugar la autonomía individual para elegir su propio modelo de “vida buena”. ¿No es farisaico, entonces, escandalizarse porque diversos funcionarios —no solo en el Ejército— hayan tomado en serio ese subjetivismo ético y se hayan sentido justificados para incurrir en ilícitos con la excusa de que lo hacían por buenos fines? Una cultura que descree de la formación en virtudes y pone toda su confianza en las prohibiciones legales y las amenazas de sanción es incapaz de proporcionar los mínimos morales que requiere la vida en comunidad.

Con todas sus luces y sombras, el Ejército de Chile sigue contando con la confianza y la gratitud del sentir ciudadano, porque es de esas instituciones permanentes que marcan nuestra convivencia republicana y a la que la Constitución declara como esencial para la defensa de la patria.

Las glorias que nos ha dejado su historia debieran servir para forjar un cuerpo castrense remozado, respetuoso de la democracia y de los derechos humanos y modelo de profesionalismo, austeridad e integridad moral. Estas también son glorias y, para los tiempos que corren, no menores. (El Mercurio)

Hernán Corral

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