Si comparamos con el panorama de hace seis años, la situación actual devino en cambalache esperanzador. La embriaguez del país solo comenzó a evaporarse hacia mediados del 2021, dejando una estela de lacras. No menor fue una demagogia desatada que, entre otras cosas, vació las pensiones de gran cantidad de chilenos. Y una de sus portavoces ya anuncia que le hará la vida imposible a un gobierno de José Antonio Kast. Y se quejan por la crisis de la democracia en 1973.
La reacción crítica de los últimos tres años —cuya cota más alta fue el plebiscito del 2022— viene de tres fuentes. Una fue el temor que sobrecogió a gran parte de la población por la deriva del país, a pesar de que en cierta medida la misma gente se había arrobado con esa fiesta de autodestrucción y ventilar agravios. Esto es casi inseparable de que la gente se sumó a un estado de ánimo antiinmigración de muchos países en Europa y América, que tiene contornos crueles, pero también refleja que existe una capacidad limitada de recibir inmigrantes, lo que vale para países desarrollados y subdesarrollados, cada uno en su nivel. La otra, que el tema de la seguridad en las calles y hogares pasó a ser el primer punto de la agenda, donde permanece hasta ahora, ya que el país parece encaminarse a un escenario análogo al de la naranja mecánica: el Estado de derecho viene a ser una superestructura inefectiva y por bajo de ella la población se atrinchera en guerra de todos contra todos. No estamos todavía en eso, pero hacia allá vamos. En tercer lugar, la conciencia sobre el estancamiento económico y que, por más diplomas que entreguen las universidades, sin mayor crecimiento no habrá medios para satisfacer las demandas sociales. Así de simple.
Las principales fuerzas que acompañan a la candidatura de Jeannette Jara representan en su historia la deslegitimación absoluta del orden presente (se entiende que evoluciona), aunque hay que reconocer que el Presidente y muchos de los suyos abandonaron la deriva radical que los caracterizó hasta el 2021, encauzándose hacia la lealtad íntima con la democracia posible. Nada indica, sin embargo, que en estas elecciones esa fórmula vaya a ser muy diferente a su historia, lo que sucede, y se pueden cobijar legítimas dudas acerca de la vitalidad del socialismo democrático para servir de fuerza estabilizadora.
Los cambios en el estado de ánimo del país ayudaron a formar la amplia coalición de la segunda vuelta en torno a José Antonio Kast. Este, al igual que su mentor, Jaime Guzmán, deja su impronta desde los comienzos en una pequeña fracción del antiguo gremialismo, hasta encabezar por segunda vez un final en elecciones presidenciales. Mientras que en el 2021 parecía desconcertado por su propio éxito, ahora posee una determinación sólida y le cayó en sus manos una convergencia más amplia. Queda lo más difícil, no solo ganar, ya que siempre puede haber sorpresas, sino que hacerlo por un margen respetable y, sobre todo, encabezar la difícil gestión del Estado chileno, mostrando resultados en un tiempo prudencial, aunque las verdaderas ganancias solo se podrían apreciar en un plazo mayor a los cuatro años.
Para ello, y vigorizando la democracia chilena, deberá construir un bloque, una especie de centroderecha aunque se supone más animada por la tradición que representa el mismo Kast. Por otro lado, ha postergado los llamados temas valóricos, en lo que hay de dulce y agraz. El progreso no tiene por qué asumir gozosamente todas las nuevas valoraciones; pero también puede seleccionar algunas de ellas y digerirlas creativamente. Por último, habrá que contar los votos, ya que el futuro no está escrito en piedra. (El Mercurio)
Joaquín Fermandois



