El “caupolicanazo” tras bambalinas-Andrés Cabrera

El “caupolicanazo” tras bambalinas-Andrés Cabrera

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La intensa vorágine informativa que pervive en el Chile actual –provocada por la crisis de hegemonía de las elites políticas y potenciada por los nuevos medios digitales– requiere ser matizada con análisis que presenten una perspectiva temporal más amplia, a fin de observar los síntomas que va ofreciendo el agotamiento histórico de la salida política que inyectó legitimidad al modelo neoliberal y consolidó una estructura institucional acorde a los intereses del gran empresariado: la transición, la misma que hoy aparece bajo el semblante de la descomposición provocada por flagrantes casos de corrupción y, por cierto, bajo el rostro de la acumulación: “Era peor de lo que se pensaba: Según el Banco Mundial, el 1% más rico en Chile concentra 33% de ingresos devengados brutos” (tuit Fundación SOL). He aquí sólo dos aspectos de la “gloriosa transición” que el pasado 5 de octubre cumplía –formalmente– 27 años de edad.

Pues bien: 1) la invitación es volver la mirada media década atrás;2) para ello ofrezco un contexto: el “espaldarazo” que la Concertación brindó en el Estadio Nacional al abanderado del conglomerado “más exitoso en la historia del país”, Eduardo Frei, quien pocos días después sería derrotado en segunda vuelta por el candidato de la derecha, Sebastián Piñera; 3) incorporemos ahora un relato adecuado para graficar la situación. El autor: Paulo Hidalgo. Su libro: El ciclo político de la Concertación (1990-2010). En aquel acto de campaña “se congregó el activo militante de la Concertación, las directivas de los partidos y los equipos de campaña al cual se habían sumado los refuerzos que habían dimitido del gobierno. Pues bien, en el clímax del evento, cuando fueron presentados los líderes de los partidos de la Concertación se produjo espontáneamente una masiva, consistente y larga silbatina y abucheos de parte de todos los asistentes, sin excepción, a tal punto que se veía en la cara de los dirigentes el verdadero bochorno que estaban pasando. El presentador del evento, luego de largos minutos de rechiflas, no tuvo más que, torpemente, intentar pasar a otro tema del acto. Ese fue nada menos que el lanzamiento de la candidatura de Frei de cara a la segunda vuelta”.

Como la vorágine mediática no da tregua, volvamos al presente comenzando por algunos datos: hoy, el candidato derrotado, Eduardo Frei, ya no pertenece a la Concertación sino a la Nueva Mayoría –cuyo nivel de aprobación en la última Adimark es de solo un 17%–. No solamente eso, en los expedientes de los fiscales se encuentran los antecedentes acerca de los pagos que sociedades ligadas a la familia Said realizaron a las empresas que recaudaron fondos para su campaña –hasta ahora, estimados en 40 millones de pesos–. Por lo tanto, el abanderado de la Concertación no solo recibía en ese entonces los abucheos de sus correligionarios sino que, también, recibía los dineros de la familia Said.

Volvamos a mirar el montaje. Esta vez, ya no el construido en el Estadio Nacional hace cinco años, sino el montado el pasado domingo en el Caupolicán. Repasemos uno de sus momentos emblemáticos: “El festejo tuvo una pausa y el ambiente se tornó incómodo. El animador del evento, Alejandro Goic, no alcanzó a anunciar al total de autoridades presentes cuando el público que estaba al interior del teatro, y las más de cien personas que se agolparon en sus costados, abuchearon al unísono por varios segundos. ‘Respeto, por favor’, solicitó en dos oportunidades el actor, acompañado por su par Claudia Di Girolamo. Pese a la incomodidad que generó la reacción del público, y que se repitió cada vez que se hacía una referencia a ellos –ministros, alcaldes, parlamentarios y jefes de partido del oficialismo– optaron por mantener un bajo perfil en el acto en respaldo a la Presidenta Michelle Bachelet y en conmemoración de los 27 años del triunfo del No que se realizó ayer en el Teatro Caupolicán” (La Tercera, 05/10/2015).En el caso del candidato victorioso, Sebastián Piñera, sucede algo claramente similar, cuestión que nos hace pensar que la “simbiosis del duopolio político” tiene cada vez más asidero. El próximo abanderado presidencial de la derecha –el resto serán meras apuestas testimoniales– ya no pertenecerá a la Alianza, sino que pertenecerá a “Vamos Chile” –¿ganará un par de puntos porcentuales el “nuevo referente” en la próxima Adimark, la cual, hoy los sitúa en un 18%?. Es poco probable. Las crisis ya no se resuelven con marketing político barato–. No solo eso, en los expedientes de los fiscales se encuentran los antecedentes acerca de los pagos que sociedades ligadas a la familia Said realizaron a las empresas que recaudaron fondos para su campaña –hasta ahora, estimados en 100 millones de pesos–. Por lo tanto, en ese entonces el abanderado de la alianza no solo recibía los beneplácitos de una victoria electoral que permitía a la derecha volver a recuperar las posiciones estatales que habían ocupado durante el período dictatorial (cívico-militar), sino que también recibía los dineros de la familia Said.
La historia se repite. Primero como tragedia, luego como farsa.

Curioso. El abucheo a los líderes de la Concertación por parte de sus correligionarios sobrevino dos décadas después. Las pifias para los líderes de la Nueva Mayoría por parte de sus partisanos demoraron menos de dos años en aparecer. Si se me permite la falta de rigor científico, podríamos decir que la Nueva Mayoría presenta rasgos similares a la biografía experimentada por El curioso caso de Benjamin Button: tal como en el caso de Button, todo parece indicar que la Nueva Mayoría nació vieja, después de un fugaz renacer anclado en la popularidad –hoy extinta– de Michelle Bachelet, el pacto comienza a desaparecer lenta y dramáticamente de la faz del escenario político, dejando solo el recuerdo de su existencia –al menos, esos son los vaticinios de personajes como Gutenberg Martínez y Edmundo Pérez-Yoma, quienes han entregado fecha de caducidad al “contrato”–.

Para finalizar, volvamos al contexto actual, deteniéndonos esta vez ya no en los abucheos provenientes desde las gradas –ni tampoco en las reacciones de las autoridades que evadieron las pifias bailando al son de los Vikings 5–, sino en el discurso de la exclusiva oradora de la jornada: la Presidenta de la República, Michelle Bachelet.
Bastarán un par de líneas para desmenuzar el asunto: “Debemos demostrar capacidad para derribar el muro de la desinformación y evitar los conflictos artificiales. Debemos abrir espacios de participación. Debemos actuar con la misma transparencia”.

Antes, una breve referencia: la demagogia puede ser comprendida como la distancia generada entre el discurso y la acción. Cuando esto ocurre, el componente que media entre ambos factores, las expectativas de la ciudadanía, comienzan a experimentarse bajo el signo de la defraudación. En concreto: las promesas de la campaña electoral no se cumplen o, dicho de otra forma, la alegría que venía nunca llegó. Así, el discurso demagógico entra permanentemente en abierta contradicción con la acción.

Veamos:

Se hace un llamado a “derribar el muro desinformativo” mientras es el propio gobierno y las elites políticas en general los que levantan obstinadamente dichos muros: pasó en la reforma tributaria y está pasando en las negociaciones secretas en torno al famoso Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica –TPP por sus siglas en inglés–.

Se hace un llamado a “evitar los conflictos artificiales” cuando es la propia Nueva Mayoría la que ha creado los más evidentes “conflictos artificiales” mientras se consolida el predominio conservador al interior del gobierno. La metáfora de la retroexcavadora sirvió como chivo expiatorio para legitimar el retorno concertacionista en el contexto del primer año de gobierno. En la primera parte del segundo año, la disputa ficticia entre los “realistas” y los “sin renuncia” llenó las portadas de los medios, mientras “por debajo” la consolidación restauradora se hacía carne en un nuevo comité político y una performance legislativa favorable a los sectores conservadores. Hoy, la ficción se sirve de la “falta de liderazgo” y la tesis del “vacío de poder” –victimización y sedición incluida– para invisibilizar, nuevamente, el que comienza a ser el sello contrarreformista de este gobierno.

Se hace un llamado a “abrir espacios de participación” cuando la propuesta que presentará el Ejecutivo en torno al postergado “proceso constituyente” descarta el mecanismo más idóneo para impulsar la participación y deliberación ciudadana respecto a la Constitución que nos debiese regir por las próximas décadas, la promoción de una Asamblea Constituyente, trasladándola al hábitat del duopolio político: el Congreso Nacional.

Se hace un llamado también a “actuar con la misma transparencia”. ¿Acaso las múltiples indagaciones que lleva a cabo el Ministerio Público se debe al “actuar transparente” de las dirigencias y organismos políticos durante las últimas décadas? Es francamente insólito: el domingo, la líder del pacto hace un eufórico llamado a la transparencia y al día siguiente –en menos de 24 horas– el vocero de su gobierno, Marcelo Díaz, declara que el gobierno descarta intervenir para inhabilitar a senadores que están siendo investigados por el Ministerio Público en la elección de quien reemplazará a Sabas Chauán. Curiosa forma de exigir un criterio de transparencia: “lavándose las manos”.

Finalmente, no dejemos fuera la frase que se alzó como la “guinda de la torta” del “caupolicanazo”: “En estos 18 meses hemos realizado cambios de magnitud histórica”.

Rebasada la capacidad de los sectores progresistas al interior del pacto gobernante para hacer frente a esta abierta demagogia –que se convierte a su vez en su último refugio de sobrevivencia–, es necesario también cuestionarse si los movimientos sociales y la ciudadanía, disconforme con una nueva defraudación de las expectativas alimentadas por los compromisos electorales de la Nueva Mayoría, serán capaces de oponerse a la contundencia desplegada por la conducción y performance restauradora.

Es este el desafío político más importante de los años venideros.

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