El amor por la patria sí importa

El amor por la patria sí importa

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“La virtud pública que los antiguos llamaron patriotismo nace del convencimiento de que nuestro mayor interés reside en la preservación y la prosperidad del gobierno libre del que somos miembros” (Edward Gibbon).Para que Chile aspire razonablemente a ser un país desarrollado debe poseer un fuerte sentido de pertenencia e identidad. Contar con una democracia de calidad, bienestar material, cohesión sociocultural y respeto del medio ambiente, supone un amor por lo común y una voluntad de sacrificio de tal envergadura que motive a generaciones enteras por décadas y décadas.

Pues bien, con pesar constatamos que la Convención Constitucional no fue capaz de darnos las bases normativas de este sentido de pertenencia e identidad. Tras el 18 de octubre de 2019 la tarea era comenzar a deliberar si aún queríamos vivir juntos y en qué consistiría ese convivir. Así lo intentamos hacer en 1810, 1833, 1891, 1925, 1938, 1970 o en 1989. La Convención, en esta otra hora suprema, más bien nos dijo por qué no podemos vivir juntos. No hay remedio: deberemos volver a empezar si sinceramente creemos que aún hay patria por defender; ahora, de nosotros mismos.

¿Por qué la identidad nacional es un factor clave para nuestro desarrollo? Antes del nacimiento del Estado nación los antiguos romanos y los florentinos del Renacimiento sabían bien que las repúblicas requerían de una ciudadanía virtuosa que las sirva y cuide, a tal punto que declararon que dulce y decoroso era morir por la patria, a la hora de expulsar a patricios corruptos, aspirantes a tiranos o a líderes extranjeros tan codiciosos como belicosos.

Las comunidades que luchan por su independencia y autogobierno necesitan patriotas de tal fortaleza que no tengan otra marca y divisa que el Pugna pro patria libera. Por ello el barón de Montesquieu declaró que la república es el régimen político más exigente. ¡Cuánto más si es una república democrática!

Agreguemos que será mucho más difícil alcanzar el desarrollo si no somos capaces de retener a miles y miles de estudiantes universitarios y profesionales de nota, empresarios talentosos o inversionistas de grandes caudales que emigran en búsqueda de mejores oportunidades que las que ofrece nuestra patria, sobre todo si ella vacila y trastabilla, confundida y dividida. ¿Los acusaremos de egoístas y los despediremos con dignísimo desprecio? ¿O agitaremos, en sus mentes y corazones, razones y sentimientos de agradecimiento por lo que recibieron de su patria y de solidaridad con sus compatriotas menos afortunados? ¿No debiéramos llamarlos a perseverar en el servicio a su comunidad como los padres y madres cuidan, por toda una vida, a sus hijos, sobre todo cuando ellos más los necesitan? ¿No les recordaremos el amor a la patria de su niñez?

¿Cómo fomentar la identidad nacional para que Chile alcance el desarrollo? Maurizio Viroli observa dos posibilidades: una es promover la idea de nación que merece nuestra especial devoción porque veneramos sus características históricas, geográficas y culturales, y la otra es impulsar el orgullo por nuestras instituciones políticas que nos comprometemos servir al prestar juramento a una Constitución que nos une en nuestra caleidoscópica diversidad histórica, geográfica y cultural.

¿Por cuál alternativa optó la Convención? En el texto que nos propuso desechó la alternativa que Viroli llama nacionalista, y en los hechos hizo imposible la segunda, que Jürgen Habermas bautizó como patriotismo constitucional.

La Convención optó por una belicosa y difusa plurinacionalidad. De ahí que, desde el inicio mismo, en el ex Congreso Nacional, escuchamos gritos que impedían entonar el himno nacional; hasta casi el final, en las ruinas de Huanchaca, no vimos la bandera nacional. ¿Y qué decir del patriotismo constitucional? Que este tampoco tendrá lugar.

El 4 de septiembre, de aprobarse el proyecto constitucional, como pueblo reunido solemnemente declararemos que ya no somos una sola nación y que, en su reemplazo, nos hemos dado una norma soberana y suprema a sabiendas que nos quiebra por la mitad y respecto de la cual vastas culturas políticas y religiosas, más enteras regiones del norte y del sur se sentirán amenazadas en su integridad. Ya no existirá el proyecto dos veces centenario de constituirnos en una gran nación republicana, y millones de habitantes de Chile tampoco sentirán orgullo por una Constitución que calificarán de partisana.

¿Qué debemos hacer, a partir de la noche de ese aciago día, cualquiera sea el resultado plebiscitario? Algo tan simple y tan difícil como volver a empezar; como nos lo exigirá la patria de nuestros ancestros y de nuestros descendientes. Ni más ni menos que eso. (El Mercurio)

Sergio Micco Aguayo
Eduardo Saffirio Suárez