Editorial NP: ¿Qué pretende el PS de Elizalde?

Editorial NP: ¿Qué pretende el PS de Elizalde?

Compartir

Se puede comprender que por razones de “competitividad” política, el Partido Socialista (PS) de Elizalde esté llevando a cabo una estridente estrategia de negar “la sal y el agua” al actual Gobierno, de modo de evitar, de una parte, que sus juventudes se vean atraídas por el polo de izquierda representado por los múltiples grupos del Frente Amplio, así como limitar las posibilidades de que un éxito claro de la administración Piñera vaya ubicando a sus potenciales herederos en la “pool position” para las presidenciales de 2021.

No se puede entender, empero, que, en tal afán, esté provocando una grieta cismática cada vez más profunda con destacados líderes y partidos de centro izquierda -sus anteriores aliados- generando no solo el obvio incordio público con el oficialismo y el Ejecutivo, sino división y desconcierto en amplias bases moderadas de simpatizantes de la ex Concertación y la ex Nueva Mayoría, que resienten los vaivenes del PS en el Congreso, dado que esta nueva aventura lo está llevando a un serio aislamiento respecto de quienes han sido sus compañeros de ruta durante casi tres décadas. Máxime aún, cuando el eventual beneficio de privilegiar acuerdos en torno a las inmaduras posiciones del Frente Amplio -sus competidores a la izquierda- no es nada claro y que una alianza de largo plazo con aquellos no se ve fácil, dada sus obvias diferencias históricas y estratégicas.

¿Qué pretende, pues, el PS de Elizalde?

Pareciera que sus actuales líderes, más jóvenes e inexpertos, entendieran la política al estilo “House of Cards”, más como “espectáculo” y “lucha sin cuartel por el poder total”, que como un proceso democrático y racional de negociaciones, en las que los diversos intereses partidistas -que naturalmente conviven en sociedades libres- se ponen en juego, buscando maximizar las propias ganancias y disminuir pérdidas, en el entendido que, sin embargo, todas ellas importan siempre el tradicional do ut des, dar y recibir.

Es decir, las contradictorias decisiones políticas de días recientes, parecen ubicar al PS de Elizalde en un escenario de lucha impositiva y atrabiliaria, que extralimita posiciones a cada paso, recordándonos el controvertido comportamiento del presidente de EE.UU., Donald Trump, para quien las palabras valen poco y para el cual cada competidor no es un adversario, sino “enemigo”.

De más está recordar que en la década de los 60-70, enfrentado el PS a una similar circunstancia competitiva entre admiradores de la revolución cubana y la “Teoría del foco” del Ché Guevara y la tradicional tendencia socialdemócrata (a la que pertenecía Allende), concluyó su hiperbólica “competencia” con la extrema izquierda de ese entonces, emitiendo, en su Congreso de Chillán de 1967, un voto político cuyos primeros dos puntos fueron los siguientes:

  1. El Partido Socialista, como organización marxista-leninista, plantea la toma del poder como objetivo estratégico a cumplir por esta generación, para instaurar un Estado Revolucionario que libere a Chile de la dependencia y del retraso económico y cultural e inicie la construcción del Socialismo.
  2. La violencia revolucionaria es inevitable y legitima. Resulta necesariamente del carácter represivo y armado del estado de clase. Constituye la única vía que conduce a la toma del poder político y económico y, a su ulterior defensa y fortalecimiento. Sólo destruyendo el aparato burocrático y militar del estado burgués, puede consolidarse la revolución socialista.

Es de esperar que las lecciones de la historia no sean ajenas a estos jóvenes y voluntariosos dirigentes socialistas encabezados por el ex ministro de Bachelet, Álvaro Elizalde y que, si bien nadie espera a esta altura que en próximos Congresos del PS se llegue a esos niveles de delirio, de igual modo, dadas las conductas analizadas, aquel voluntarismo totalitario implícito en éstas, no alcance grados de enervamiento tal que generen más incertidumbres que las que ya ha provocado ese partido, dañando nuevamente las buenas perspectivas de un Chile unitario en el que, al menos, sus políticos concuerden los pasos necesarios para salir por fin del subdesarrollo que produjera aquellas ansiosas ideas de Chillán y La Serena. (NP)

Dejar una respuesta