Editorial NP: Populismo, democracias liberales y autoritarias

Editorial NP: Populismo, democracias liberales y autoritarias

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Una reciente encuesta global realizada por la empresa Ipsos formulada sobre un universo de 18 mil personas de 27 estados nacionales reveló que, en Chile, ante la pregunta “¿Para arreglar el país necesitamos un líder fuerte dispuesto a romper las reglas?” solo un 42% respondió que sí, aunque ante la consulta “¿Se necesita un líder fuerte para recuperar el país de los más ricos y poderosos? un nada despreciable 62% respondió afirmativamente.

Para cierto sosiego, en ambos casos los chilenos consultados respondieron en sumas que son inferiores a los promedios mundiales arrojados en esas consultas (49% y 64%, respectivamente) mostrando un comportamiento prodemocrático más esperanzador que países como Francia, Bélgica, Italia, Inglaterra, Canadá, Australia, Brasil, Polonia, Sudáfrica o India. Así y todo, son cifras que debieran inquietar a los conductores de la cosa pública y, por cierto, a aquellas elites que pudieran entenderse a sí mismas como “los más ricos y poderosos”, si es que la metodología de la encuesta es correcta.

En efecto, se trata de una muestra que revela un vector que aumenta de presión y velocidad en ciertas áreas (Argentina, Suecia, India y Sudáfrica) y, aunque no presenta variaciones significativas en otras (Israel, Italia y Estados Unidos), apunta a consolidar la idea de una tendencia global que estima que el “sistema está roto”, percepción que no ha sufrido cambios desde 2016, tras la elección del Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el referéndum del Brexit.

Por de pronto, el sondeo advierte, en promedio, que el 70% de los encuestados está de acuerdo en que “la economía está manipulada para favorecer a los ricos y poderosos”; un 66% siente que “a los partidos y políticos tradicionales no les importan las personas como ellos (encuestados)”; y 62% considera que “los expertos locales no entienden la vida de las personas”, razón por lo que la gente “quiere un liderazgo más práctico y/o inclinación hacia las opiniones de los ciudadanos”.

Los resultados ponen de manifiesto una percepción que intuitivamente se puede observar en el comportamiento político en diversas democracias liberales, en particular por el muy amplio desistimiento a participar en política partidista o en el creciente abstencionismo en las elecciones de autoridades. Para que hablar de la conducta corriente respecto de “ricos y poderosos”, cuya reputación está en niveles críticos, expresado tanto en las continuas y persistentes agresiones verbales en redes sociales y reuniones, como hasta físicas, en manifestaciones y protestas.

Para dicho fenómeno se han dado diversas explicaciones, pero, finalmente, parecen converger como resultado de la casi feroz transparencia que han agregado a la vida democrática las comunicaciones digitales y redes sociales, avances que hacen muy difícil conductas de élites anteriores -como “lavar la ropa sucia en casa”- razón por lo que transgresiones y desvaríos -que con cierta seguridad se producían también en el pasado bajo aquella lógica de que “poder que no se usa no es poder”-, son hoy expuestos en la vitrina pública, generando no solo la vergüenza y escarnio de los acusados, sino el asombro, desilusión y rabia de víctimas y/o solidarios de aquellas ante los excesos develados.

Resulta alentador, en todo caso, que en las sociedades libres se produzcan estas reacciones de malestar frente a los desmadres de sus élites, pues reflejan, de una parte, un claro nivel de conciencia respecto de los límites que la libertad impone para ser ella y no “ley de la selva”, y de otra, una salud moral que, más allá del cinismo creciente que da tales conductas por inevitables debido a la violenta asimetría de poder vigente, aún repudia dichas actuaciones en el entendido que son ofensivas y contraproducentes para los intereses propios y los del conjunto de quienes no son o no se sienten partícipes de la categoría criticada.

Es posible que, a pesar de todo, la mantención de esa robustez cívica en Chile no sea sino resultado de que la estructura institucional del país ha sido capaz de asumir la aplicación de la ley a muy relevantes miembros de dicha categoría, figurando entre los pocos que han llevado a juicio y castigado a destacados integrantes de sus élites políticas, empresariales, institucionales o eclesiales, constituyendo ejemplos que -más allá del acuerdo respecto de las penas dictadas- certifican una cierta aplicación “ciega” de Justicia, cuando las normas que nos rigen a todos son infringidas.

El 42% de encuestados que respondió afirmativamente a la necesidad de “un líder fuerte dispuesto a romper las reglas”, es, sin embargo, una advertencia de que aún existe una cantidad no insignificante de chilenos que menosprecia las normas actuales y justifica el uso de la violencia en política, fenómeno que, a su turno, indica que aquellos ven en esas reglas, tanto el origen de la lenidad con que el Estado aborda su obligación de otorgar seguridad a la vida diaria ciudadana frente a, por ejemplo, la delincuencia o malas prácticas, como el eventual sostén de las diferencias que posibilitan a “ricos y poderosos” evadir los deberes que se le imponen al resto.

De ser así, este alto porcentaje de personas no ve en los mecanismos propios de la democracia una vía efectiva para establecer cierta igualdad de trato, al punto que estarían dispuestos a aceptar dirigentes que “rompan las reglas” para “arreglar el país” (es decir, la situación en la que el encuestado se encuentra y que le resulta insatisfactoria), en la medida que, desde su perspectiva, dichas reglas limitarían una más eficaz actuación de la justicia y las fuerzas policiales, aunque aquellas, justamente hayan sido dictadas como protección hacia ciudadanos honestos y no de los delincuentes, cuyos derechos, empero, la democracia también debe resguardar

Más preocupante aún es, sin embargo, la molestia que resulta de aquel 62% que responde afirmativamente a la llegada de “un líder fuerte para recuperar el país de los más ricos y poderosos” porque muestra no solo un mayoritario desprecio por esas elites, sino porque, incluso, entre quienes validan la democracia liberal se deduce un alto porcentaje que, junto al 42% anterior, cree necesaria la mano dura de un líder fuerte que enfrente a “ricos y poderosos” para que el presupuesto de imparcialidad de la norma se haga cumplir y se construya efectivamente una sociedad basada en el mérito, el esfuerzo y la sana competencia.

Parece demás señalar que, una perspectiva de esta naturaleza, en un escenario de baja reputación de las élites, de las instituciones republicanas y los partidos políticos, sumado a una crisis económica prolongada que ponga en peligro los logros alcanzados por millones de hogares en las últimas décadas, es la base perfecta para un avance imparable de salvadores populistas.

Las democracias liberales y los Estado de Derecho tienen su sostén de autoridad en un estricto cumplimiento de la idea que el mérito, el esfuerzo y “la ley pareja” son las correas transportadoras que conducirían al buen éxito de los diversos proyectos vitales coexistentes en sociedades libres, en las que se puede construir la vida que queramos con la sola exigencia de no hacer lo que el acuerdo social ha dictaminado como expresamente prohibido. La ruptura de esas correas, expresadas en las transgresiones legales y morales de los abusos de poder develados por una prensa que goza de amplia libertad y redes sociales agresivamente críticas, no solo liquida la reputación de las elites expuestas, sino que va poniendo en duda letra y espíritu de normas que la sociedad ha consensuado seguir y que una amplia mayoría ha validado y respetado.

La estabilidad de esas normas, sin embargo, está muy vinculada a la conducta, más o menos avenida a ellas, que las élites muestren. Para los poderes de todo tipo, la plasticidad y relatividad del lenguaje posibilita siempre una justificación frente a eventuales faltas. No obstante, más temprano que tarde, dicha relativización termina por minar la legitimidad de las propias reglas instaladas que sustentan dicha estructura de poder, abriendo las puertas a reinterpretaciones o resquicios que viabilizan el ejercicio masivo de vuelcos mañosos que van desvalorizando parte relevante de su poder aglutinador cívico, dejando luego a mano solo la fuerza para conservar el orden social.

La encuesta tiene, pues, claras advertencias para las democracias liberales, al tiempo que explica el trasfondo del fortalecimiento de las tendencias hacia la instalación de democracias con sesgo autoritario observadas en los últimos años, razón demás para exigir una cuidadosa consistencia y coherencia en el pensar, decir y hacer de las dirigencias políticas, empresariales, militares, religiosas y técnicas actuales, so pena de tener que aceptar, más temprano que tarde, la emergencia de un líder salvador, fuerte y de mano dura para “recuperar el país de los más ricos y poderosos” y que atienda “las opiniones de los ciudadanos” pues “a los partidos y políticos tradicionales no les importan las personas como nosotros”. Lo único que queda por saber es si aquel será un representante de las ideas de la derecha o uno de las izquierdas. (NP)

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