Editorial NP: La crisis sanitaria y económica Covid20-21

Editorial NP: La crisis sanitaria y económica Covid20-21

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Los antecedentes con los que se cuenta tras casi cinco meses de la pandemia que afecta al mundo muestran que, de no surgir una vacuna o cura que impida la instalación endémica del Covid-19 o que su alta capacidad de contagio -que una vez adquirido no necesariamente inmuniza- decaiga sustantivamente merced a inteligentes políticas de confinamiento local, comunal, regional o nacional y/o conductas sustentables de higiene y distanciamiento físico de largo aliento, sus efectos sobre la calidad de vida de las personas serán -si es que ya no lo están siendo- devastadores.

En efecto, como se sabe, el Covid-19 es un virus altamente contagioso (una persona infectada puede contaminar en promedio a tres y éstas, a su turno, en igual proporción a otras tantas en escala logarítmica), cuyo intervalo serial (período entre contagio primario y transmisión subsiguiente) es de entre 4 y 4.6 días, posibilitando así su expansión a gran velocidad, incluso en lapsos en que los infectados no tienen síntomas. Es decir, el inicio de los síntomas en el paciente primario y el comienzo de aquellos en el paciente secundario demora entre 4 y 4,6 días, tras un período previo de latencia de similar cantidad de días o intervalo entre la penetración del agente infeccioso en el vector y el momento en que el vector se hace contagioso para terceros.

El número de casos que, en promedio, van a ser causados por una persona infectada durante el periodo de contagio se conoce como R0. En el caso del Covid 19, se ha logrado ubicar su R0 entre 1.4 y 5.7 casos nuevos por cada uno. Cuando el R0 es menor que 1, la infección muere o amaina tras un período. Pero si R0 es mayor que 1, la infección puede llegar a propagarse ampliamente. Así, por lo general, cuanto más grande es el R0, más difícil es controlar la epidemia.

En las experiencias de China, Corea y Singapur lograron doblegar la curva epidémica llevando su R0 a niveles cercanos o menores a 1, confinando férreamente a sus ciudadanos tanto con presión normativa como por auto disciplina. Mientras Japón ha mitigado el incremento de la epidemia con un R0 aproximado de 1.5.

Otros países como Italia y España, que no limitaron el nivel de expansión inicial, no consiguieron más tarde “aplanar” la curva exponencial de contagios, la que, al estallar en su “peack”, saturó sus sistemas de salud, haciendo más grave y letal la acción del virus frente a la imposibilidad de otorgar buena atención médica a los miles de pacientes que llegaron en masa a hospitales y clínicas.

Es decir, el virus tiene un ciclo de desarrollo que si bien es altamente contagioso, sus efectos en amplias masas de personas sanas y más jóvenes son de baja letalidad (1% o menos), por lo que si se deja expandir dada su supuesta inocuidad y ausencia de síntomas en alrededor del 40% de los casos, pronto habrá grandes cantidades de vectores circulando que finalmente llevarán el Covid 19 hasta las personas más vulnerables -de más edad y con enfermedades crónicas- suscitando la crisis sanitaria al aumentar sorpresiva y violentamente la demanda por servicios médicos.

De allí que las estrategias nacionales hayan apostado a que, dado que el Covid 19 afectará con diversas intensidades y por tiempo indeterminado a alrededor del 75% de la población mundial, tanto de modo sintomático, como asintomático, y que, de esa cifra, alrededor de 15% requerirá hospitalización y 8% de esos últimos, atención en UCI o UTI, durante el lapso antes de la cura o vacuna no hay más remedio que el distanciamiento físico que el Estado imponga en forma de cordones sanitarios, cuarentenas locales, regionales o nacionales para atrasar el peak de incremento de contagios.

En el caso de Chile las cifras de comportamiento mundial del virus implican que potencialmente hasta 2 millones de personas podrían necesitar hospitalización en algún momento de los próximos meses afectados por el coronavirus y unas 162 mil atenciones UCI o UTI, cifras que superan con largueza las capacidades del sistema nacional público y privado sumado.

De allí que, lo que ha intentado el Gobierno desde el 3 de marzo en adelante ha sido atrasar el peak de contagios o “aplanar la curva”, de manera que el enorme volumen de posibles infectados que más temprano que tarde requerirán del sistema de salud, vaya llegando a él a un ritmo adecuado a sus posibilidades materiales y profesionales de atención, pues estaba racionalmente dimensionado para condiciones de normalidad que el Covid 19 ha venido a superar en niveles de inversión que ningún país del mundo podría haber tenido a la espera y que soportaran el haber dejado “libre tránsito” al virus, pues los hospitales y clínicas podrían haberlos atendido a todos.

Como se sabe, Chile cuenta con un total de unas 42 mil camas hospitalarias o clínicas públicas y privadas, pero hay solo unas 4.700 intensivas e intermedias transformables, que cuentan con catre con monitor; y unas 3.300 con ventilador mecánico, más fármacos y equipos de profesionales para atender al paciente, razón por la que, siguiendo los guarismos internacionales, si los 41 mil contagiados actuales se comportaran médicamente con la lógica global de que 8% requiere UTI o UCI, el país ya estaría en inicios del momento de saturación de sus camas intensivas.

Sin embargo, gracias a la estrategia de aplanamiento seguida por la autoridad sanitaria, donde la correlación entre contagiados y críticos no superó el 2.5%, la curva de contagios graves no ha estallado, aunque, tanto por la extensión natural de la epidemia en el tiempo, como por cambios en los modelos de control y registro aplicados, el guarismo ha dado un salto y el nuevo ritmo de crecimiento de sobre 1.500 infectados diarios que se observa en los últimos días anuncia peligro de saturación inminente del sistema.

Es decir, ya con más de 41 mil casos confirmados, de los cuales 751 se encuentran en estado crítico y probablemente asistidos por un ventilador mecánico, que la masa general de contagiados aumente a un ritmo de 1.500 o 2.000 diarios y duplique en menos de un mes incrementará la suma de enfermos críticos poniendo en aun mayores aprietos a un ya desgastado sistema de salud. Más allá de las confianzas o desconfianzas con que la ciudadanía y el propio sector de la salud ha reaccionado a los llamados de la autoridad sanitaria, lo único real es que si la velocidad de contagios no cae drásticamente habrá un fuerte aumento de las muertes, razón por la que la autoridad ha endurecido las únicas medidas conocidas para detener el avance más rápido del virus: más cuarentenas, cordones sanitarios, distanciamiento físico e higiene y protección individual, como mascarilla y lavado de manos permanente.

Se trata de una política preventiva que si bien limita las libertades ciudadanas en sus formas más elementales (movimiento y reunión) es útil y necesaria para todos los habitantes de Santiago y otras ciudades del país en la medida que la muestra mundial de afectados por el Covid-19, si bien parece preferir atacar y matar a hombres de tercera edad y enfermedades preexistentes, no presenta en el margen un patrón muy específico de ataque selectivo por género, edad, ubicación geográfica, raza o mapa genético, sino que, en su expansión, no discrimina entre niños, jóvenes ni viejos, entre hombres ni mujeres, sino solo en la intensidad de los síntomas o en la inexistencia de aquellos.

Pero esta eficaz fórmula de cuarentenas está teniendo un costo socioeconómico inmenso, y aunque los países han diferenciado sus estrategias al respecto, unos permaneciendo más abiertos y activos económicamente que otros que han clausurado ampliamente sus actividades, los resultados en expansión del virus son bien similares, radicando la diferencia en el número de fallecimientos producto del atiborramiento de los sistemas de salud y la imposibilidad de atención de calidad a los miles de pacientes que llegan a los hospitales y clínicas en un entorno de crecimiento acelerado y sin control del virus, como se ha observado en los casos de Inglaterra, EE.UU. y Brasil.

Chile ha desarrollado una estrategia de cuarentenas locales dinámicas que ha buscado conciliar la actividad de la ciudad en sus necesidades de sobrevivencia básica como energía, transporte, alimentación, agua, recolección de basuras, medicamentos, telecomunicaciones, comercio, entre otros, con una disminución de la cercanía o aglomeración de personas que detenga el avance del Covid19. Pero dada la circulación que este tipo de cuarentena permite entre el interior y exterior de la zona sanitaria, si bien disminuyen los contactos entre habitantes del área, una vez concluida, la diversidad de fases de desarrollo en que se encuentra el virus entre aquellos y el resto de la ciudad abierta, hacen rebrotar los casos, exigiendo nuevas cuarentenas o reposición de algunas ya terminadas. Así y todo, los cierres y aperturas impuestos, así como un comportamiento ciudadano mayoritariamente cauteloso y siguiendo la normativa, habían logrado aplanar la curva hasta llegar a una aparente meseta de no más allá de 700 contagios diarios, cifra que ajustaba para atrasar el momento de saturación que la autoridad auguraba para junio.

Científicos israelíes han propuesto un modelo de cuarentenas dinámicas denominados 10×4 que consiste en disponer 10 días de cuarentena y 4 días de trabajo, aprovechando el período de latencia del virus, es decir, el retraso promedio entre el momento en que una persona se infecta y el instante en que puede comenzar a contagiar a otros, lo que, como vimos, es un proceso de unos cuatro días. Así, si una persona se contagia en sus días de trabajo, seguirá dentro de su período de latencia y la infección solo alcanzará el peak cuando esté en cuarentena en casa y en contacto con menos gente. Según los especialistas el modelo permite mantener la capacidad de contagio en un R0 inferior a 1 que, como vimos, posibilita la paulatina remisión del virus. Dicha cuarentena, empero, exige de la mantención de las otras medidas sanitarias tales como lavado de manos, mascarillas y distancia física.

El peak de aumento de los casos de contaminación de los últimos días permite prever una próxima alza relevante de requerimientos de camas UCI o UTI, razón por lo que se ha hecho recomendable la más dura cuarentena simultánea en 38 comunas del Gran Santiago. Se otorga así, al menos, una semana más al sistema de salud para el despacho de pacientes recuperados a sus hogares, así como para evitar su atochamiento con nuevos enfermos.

Como se ve, no obstante el esfuerzo de la autoridad por ajustar el funcionamiento de las comunas a una estrategia de protección de la salud y la vida, así como para evitar una muy drástica caída de la actividad económica, el comercio igualmente bajó en niveles históricos, tanto en marzo como abril y se espera que en mayo sea aún peor. Es decir, las cuarentenas dinámicas y locales tuvieron un impacto en la actividad similar a las extensas, así como no muy distintas a las que presentaron una actividad más abierta, tal como se pudo observar en Suecia y Dinamarca.

Por consiguiente, es de suponer que, a pesar del sacrificio de libertades que importa esta nueva cuarentena total, lo que ocurrirá, una vez levantada la prohibición, es que, al reanudarse las actividades y los vínculos sociales en la ciudad a gran escala, habrá rebrotes que afectarán a no contagiados y/o contagiados por segunda vez que obligarán a eventuales nuevos cierres de zonas o ciudades completas o simplemente deberemos aprender a convivir con el riesgo de la infección, cuidando distancias físicas e higiene. Eso es al menos lo que ha ocurrido en otros países que ya han recorrido el camino que hoy hace Chile y que en Europa, tras dos meses de confinamiento, hoy se aprestan a reanudar su actividad en todos los ámbitos, habida consideración de la brutal caída del producto económico que hace prever días de necesidad, pobreza y sufrimiento a millones de personas.

No habría, en consecuencia, como buscar más culpas que las del coronavirus, pues las múltiples estrategias aplicadas en el mundo han mostrado sus debilidades y fortalezas y porque donde basta un solo trasgresor para que la enfermedad continúe su expansión, la experiencia muestra que siempre habrá un 2,5% y un 3% de infractores que hacen ineficaz cualquier programación o estrategia gubernamental, aún las más autoritarias.

Con una pandemia que, como parece, es endémica, que se contrae de personas sin síntomas y su ciclo de reproducción y vida es aún desconocido y respecto del cual no hay remedio ni vacuna, sino para aproximadamente un año más, estamos ante un proceso en el que más allá de las polémicas sobre su administración -que más parece discusión de una gerencia desafiada por ejecutivos jóvenes que un juego de poder político en la medida que los objetivos estratégicos declarados son los mismos- extenderá dramáticamente el momento de inicio de una supuesta nueva normalización de las actividades habituales de las ciudades, y generará aún mayores sufrimientos que los que está provocando la pandemia misma, en la medida que el virus seguirá presente enfermando paulatina y sistemáticamente a los 2 millones de personas previstas de ser infectadas con síntomas y a los más de 160 mil que requerirán UCI hasta el surgimiento de una vacuna o cura.

En ese intertanto, el miedo a la enfermedad, los cambios y caídas en el consumo; las rupturas de cadenas de pagos y abastecimiento, las moras y subsecuentes quiebras de miles de pequeñas empresas que aumentarán aún más un desempleo que se prevé más largo que lo habitual, en un país que, además, comienza a ver el fondo de su billetera fiscal, de ahorros externos y de capacidad de endeudamiento agotarse, debiera convocar a sus elites de todo tipo a urgentes revisiones de sus políticas y visiones tradicionales que les permita enfrentar un proceso que amenazará los propios fundamentos del Estado y la democracia, en un año, además, caracterizado por tensiones para un cambio del contrato social iniciado con las revueltas de octubre de 2019, y que sectores en el Congreso, ensimismados en una lucha por el poder y supervivencia política, no aceptarán postergar, ni siquiera en función de la crisis humanitaria que se avecina, ni las muertes que el Covid 19 provocará en los próximos meses y que será el número que definirá el éxito o fracaso de las estrategias adoptadas por los Gobiernos para enfrentarlo.

Como se ha visto, en esa competencia los fake news con cadáveres acumulados o tumbas a la espera forman parte de una lucha ciega y descomedida por adelantar una “derrota” de la actual administración para luego continuar con la redacción de una nueva carta magna, sin considerar que, en este caso, como en ningún otro, es más evidente que nunca la frase que “cuando le va mal al Gobierno, le va mal a todos los chilenos”.

Tal vez los insistentes llamados de Renovación Nacional a la celebración de un Pacto Social que parta por el análisis y discusión de los problemas y sus soluciones en los institutos de estudios vinculados a los partidos, así como la predisposición mostrada por rectores de las Universidades públicas y dirigentes de los grandes gremios empresariales a “pensar Chile” en las nuevas circunstancias que se inician como consecuencia de la pandemia y subsiguiente crisis económica, sean un primer paso para imaginar una nueva nación más justa, equilibrada y solidaria, que estará obligada a conducirse de modo distinto al de los decenios pasados, de manera de conciliar el cuidado y protección de la salud y la vida amenazada por el coronavirus, con el cuidado y protección de la calidad de vida atenazada por la presión del distanciamiento físico que el virus impone. Un entorno que, en una mayor pobreza de recursos, exigirá frugalidad y moderación y cambios de conducta que implican un desafío moral: más humildad, virtud, disciplina, solidaridad y una sólida ética pública y privada con la que se deberá abordar el nuevo Chile. (NP)

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