Editorial NP: “Hagan la pega”

Editorial NP: “Hagan la pega”

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“Con todo respeto, hagan la pega” ha señalado el padre del carabinero asesinado en un operativo en la populosa comuna de Pedro Aguirre Cerda, apuntando así a la urgencia de “hacer” y no solo de “decir”, tanto a la Presidencia de la República, como al Congreso, en el que, si bien se confunden tirios y troyanos, en su virtual “empate” histórico, tantos proyectos de ley que pudieran mejorar la gestión de seguridad ciudadana, así como el acceso a más derechos sociales tan repetidamente enarbolados, duermen un incomprensible sueño de meses y/o años, contradiciendo, para el sentido común, aquellos discursos justicialistas que diariamente se escuchan en los medios de parte de autoridades políticas del Ejecutivo, partisanas y del Poder Legislativo.

De acuerdo a diversos analistas, las urgencias que la ciudadanía expresa en ámbitos tan decididamente transversales como derechos a una pensión digna, mayor seguridad ante el desbocado avance de la violencia delictual y entre las propias personas, así como el extendido bullying post pandemia en los colegios, mejores políticas educacionales, en salud y vivienda, no están siendo escuchadas, en unos casos, por las diferencias políticas y metodológicas que se manifiestan en la discusión parlamentaria y ejecutiva; o a raíz de la oportunidad, tácticas y estrategias implícitas en el proceso de formación de la ley, según las particulares ideas e intereses de los sectores en disputa.

Entre esas explicaciones, llama la atención, empero, que, habiéndose ofrecido reiteradamente por parte de la oposición los votos necesarios para avanzar, por ejemplo, en mejoras inmediatas a las pensiones o en leyes para incrementar la capacidad de gestión de las policías contra la delincuencia desatada, desde el Ejecutivo y el oficialismo se responda con evasivas y, en privado, se indique que tales proyectos “no valen la pena”, pues se estaría a la espera de realizar “reformas más profundas” y siguiendo una lógica sistémica distinta a la actual, cuestiones que, por consiguiente, sólo se pueden llevar adelante tras la eventual aprobación de la nueva carta fundamental.

Propios ministros, en paralelo, han señalado públicamente que, de no aprobarse el borrador, el programa de Gobierno de la actual administración no podría llevarse a cabo en materias relevantes, formulando así una amenaza indirecta a ciudadanos que, estando de acuerdo con reformas que mejoren su situación personal, social y económica, no participan necesariamente de una refundación que afecte su modo de vida habitual.

Así las cosas, si la carta llegara a aprobarse en el plebiscito de salida, el Gobierno se verá abocado en los próximos años a intentar llevar adelante su programa en un escenario en el que, dada la ajustada correlación de fuerzas ciudadanas que aprobaron y/o rechazaron la propuesta convencional, se reflejará ineludiblemente en las posiciones políticas en el Congreso, el que deberá evacuar la legislación pertinente para hacer carne las ideas inscritas en la Constitución. Este proceso permite previsualizar largos y complejos lapsos de discusión que mantendrán por un buen tiempo los términos de la Carta como “letra muerta”, tártaro político que ya fue previsto por un ministro de la actual administración. Es decir, en tal caso, con nueva constitución y todo, las urgencias de la ciudadanía -si es que habrá que esperar la aprobación de las leyes correspondientes-seguirán postergadas, agudizando las tensiones sociales que provocaron el actual escenario.

Y si ganara el Rechazo, el país se enfrentará al cuadro en el que la Carta Magna de 2005, que fue rechazada por casi el 80% de la ciudadanía en el plebiscito respectivo, seguirá rigiendo los destinos de Chile, sin que, para materializar la voluntad ciudadana expresada, el Gobierno se haya abierto siquiera a evaluar la posibilidad de converger en un “plan B” que permita buscar nuevos caminos para redactar otro contrato social, aunque esta vez apuntado a que éste sea efectivamente avalado por una mayoría que al menos supere el 70%.

En este caso, una modificación constitucional que posibilite cambios a la carta vigente sigue teniendo quorum supramayoritarios de 2/3 que, con la actual configuración del Congreso recientemente elegido, será difícil de conseguir si es que persiste el estado de ánimo beligerante de las partes, razón por la cual, nuevamente, las urgencias de la ciudadanía seguirán a la espera de los acuerdos políticos.

En concreto, entonces, ni si gana el Apruebo, ni si lo hace el Rechazo, las perspectivas para las urgencias ciudadanas parecen optimistas, si es que la clase política no logra ponerse de acuerdo para avanzar por caminos menos ideológicos y más pragmáticos que respondan a las demandas de la personas, tan ajenas a la lucha por el poder, pero que, en todo caso, están muy conscientes de las vulnerabilidades en que se vive, dado un entorno de crisis económica internacional, amenazada por la inflación y escasez de alimentos; por la incertidumbre jurídico-legislativa y constitucional que afecta irremediablemente la inversión, el empleo y los salarios internos; amén de la persistencia de la crisis sanitaria y el peligroso aumento de la violencia política y delictual.

“Hacer la pega”, llamado que formulara respetuosamente un padre que ha perdido a su hijo en el servicio público, tal como otros tantos carabineros que han ofrendado su vida para proteger las de los demás, se transforma así en una sentencia ícono de esta coyuntura de lucha cultural subsumida entre aquel milenario realismo mágico que atraviesa todos los planos dada la perviviente cosmogonía de sus pueblos originarios y esa modernidad occidental adoptada cada vez con mayor extensión y profundidad por los habitantes del continente y que enseña que, si bien la palabra tiene efectos perlocutivos y normativos relevantes, ella no basta para la materialización de las realidades que esta expresa y que, por consiguiente, el lenguaje exige de pasar a la acción efectiva para que las utopías de lo manifestado, se hagan realidad.

“Poner de acuerdo a tontos es más difícil que hacerlo con avispados”, dice un tradicional proverbio español. Porque la inteligencia, en su definición más acogida, es la capacidad de resolver problemas nuevos con herramientas y usos antiguos o presentes. Pero pareciera que, en parte de nuestra clase política, el uso de instrumentos o metodologías tradicionales para encarar dificultades presentes fuera pecado e, incluso, anatema, cuando tantos maltratan la indispensable y necesaria negociación política a que obliga la democracia para resolver pacíficamente las diferencias entre personas libres, denominándola “cocina”; o cuando se estima que, para resolver problemas puntuales e inmediatos, se requeriría de un cambio sistémico mayor que los haga posibles.

Las encuestas revelan que la mayoría de las personas maduras están conscientes que una nueva constitución es apenas un primer paso y que la resolución de problemas reales como mejorar el monto de las jubilaciones, tener policías mejor dotadas material y técnicamente para luchar contra la delincuencia, colegios y universidades con mejores condiciones materiales y profesionales o menos listas de espera en los servicios de salud pública, no pasa solo por mencionar las palabras mágicas: “reforma”, “mejora”, “cambio” “refundación”, «universalidad», «derechos», «autonomía», sino que contar con los medios económicos para transformar las ideas en hechos. “Hacer la pega” significa, entonces, usar la inteligencia para encarar, con las herramientas que se tienen, los problemas que aquejan a la mayoría de los chilenos mejorando el uso de los recursos con que el Estado cuenta para aquello y que en la actualidad supera la no despreciable cifra de US$80 mil millones anuales en el Presupuesto Nacional.

“Hacer la pega” implica, pues, priorizar el gasto fiscal en aquellas necesidades más urgentes y masivas, al tiempo que “cocinar” acuerdos que permitan la generación de mayorías parlamentarias que hagan posible, mediante leyes que lo faciliten, ese mejor uso y disposición de los recursos aportados por los contribuyentes para avanzar realmente en una democracia social y de derecho que acoja y brinde un piso mínimo de certezas y bienestar básico a sus ciudadanos.

De allí que resulte desalentador que, una propuesta como la formulada por senadores de centroizquierda referida a la aprobación de una reforma a la actual carta para reducir a 4/7 el quorum para reformarla y que tiene por objetivo buscar alternativas para continuar con el proceso constitucional, si es que se impone el Rechazo -producto de la mala gestión de la convención elegida- haya sido comentada con tan mal talante por el primer mandatario, poniendo, además, en tela de juicio, la voluntad política de ciertos sectores para votarla favorablemente y reinstalando, como en un pasado que el propio gobernante reprocha, el escenario del “enemigo interno” como fórmula política para ganar adhesiones.

Chile vive un momento crucial, en el que bien puede echar las bases para dar un salto definitivo hacia su consolidación como un país desarrollado, moderno, democrático, próspero, abierto, tolerante y plural. Pero no lo conseguirá si las fuerzas políticas se mantienen intransigentes en la defensa de sus propias visiones de mundo, cerradas y excluyentes. Estadísticamente, el país vivió durante los últimos 30 años, con “cocina y todo”, su período de mayor crecimiento y de relevantes mejoras al estándar de vida de sus habitantes en sus más 200 años de existencia, aunque, por cierto, sus actuales dirigentes no hayan sido conscientes de aquello y los vivieran en la tibieza y candor de la inocencia de la niñez o adolescencia.

Ingratamente, la nueva constitución, sea que gane el Apruebo o el Rechazo, puede calificarse ya como un fracaso, pues no conseguirá ser aprobada o rechazada por una amplia mayoría y, por consiguiente, no cumplió su principal objetivo que era ser, sino “la casa de todos”, al menos de una mayoría sustantiva. A mayor abundamiento y como hemos visto, tanto uno como otro resultado no permitirá dar cuenta de las demandas más sentidas de la ciudadanía y si lo hace, requerirá de gran paciencia y, por cierto, mucho más trabajo y esfuerzo del que las actuales autoridades se atreven a reconocer, en un entorno que avanza hacia una eventual recesión.

Mejor sería, pues, que, volviendo del gris mundo de la brega partisana, las ideologías, sueños y utopías, la clase política, distribuida entre Ejecutivo y Legislativo, retome su estado de razón y utilizando toda su inteligencia “haga la pega”, buscando consensualmente las formas más eficientes, directas y rápidas de responder a las exigencias de las personas, con “cocina” y convergencias como las que los actuales gobernantes criticaron con tanto rigor durante su lapso de ascensión, pero que le dieron al país sus mejores décadas en siglos y que, para su fortuna o desgracia, ahora está en sus manos volver a impulsar. Otra cosa es con guitarra. (NP)