Editorial NP: El fin de la transición

Editorial NP: El fin de la transición

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Si algo ha caracterizado las manifestaciones sociales ocurridas en las últimas dos semanas han sido tanto la extensión de las expresiones de descontento en los más variados ámbitos de demandas insatisfechas y en muy diversas ciudades y regiones, como la total autonomía de estas protestas respecto de los antiguos liderazgos que caracterizaron la conducción de la vida política en los últimos 29 años.

En efecto, tal y como, por lo demás, lo muestran recientes encuestas, ningún grupo de poder político, social o cultural en particular puede atribuirse la dirección de los acontecimientos que se desataron tras una juvenil evasión masiva al pago del transporte del ferrocarril metropolitano -que no la brutal quema de sus estaciones-, aunque, por cierto, los diversos colectivos y organizaciones políticas y sociales se han integrado a éstos, siguiendo las mismas instrucciones que, vía redes sociales, redistribuyen los cientos de miles de ciudadanos individuales que se coordinan a través de ellas para participar en los encuentros y marchas que se han estado repitiendo en plazas, calles y espacios públicos de las principales ciudades del país.

Se trata de la emergencia de una identidad político social desconocida, que había estado subsumida en el acontecer habitual de la vida de nuestras ciudades, silente y a la par del arrollador proceso de modernización que avanzaba a paso raudo, apuntando -casi con obsesión- a un mayor crecimiento y generación de riquezas y progreso material y del que las muchas señales previas, manifestadas en protestas estudiantiles y ciudadanas, de grupos ecologistas, animalistas y/o sindicales, de identidad de género, gremios, regionalistas y movimientos de “único punto”, se multiplicaban, pidiendo, cada cual, atención y soluciones a sus requerimientos de parte de la estructura política y administrativa del Estado y los respectivos Gobiernos, los que, empero, enfrascados en sus metas y en luchas de poder oficialismos-oposición, fueron escasamente empáticos y diligentes frente a esos llamados.

Una identidad político social desconocida, en la medida que, no obstante el esfuerzo de los partidos emergentes y tradicionales, de las orgánicas no gubernamentales, los gremios y movimientos sociales de diversa naturaleza por encauzar esa energía -muchas veces anómica y explosiva- hacia sus respectivos intereses, las manifestaciones se producen de modo casi espontáneo, varias de ellas apenas planificadas con horas de antelación a través de mensajes y memes distribuidos extensamente a través de las redes instaladas en los millones de celulares que porta cada uno de los chilenos y sin mucho más propósito que la reunión física para ejercer su libertad de expresión y opinión y advertir a autoridades, elites y centros de poder un amenazante “aquí estamos”.

Si bien algunas organizaciones, gremios, asociaciones o partidos políticos tradicionales y emergentes podrían ostentar que gozan de una mayor simpatía de parte de la difusa masa de manifestantes respecto de sus propios principios y valores, programas y propuestas, ninguno puede garantizar que sería capaz de conducir las aspiraciones de esos millones de individuos, habitualmente dispersos y atomizados, pero también con una nueva capacidad tecnológica para estar temporal y espacialmente coordinados, cuando deben marcar presencia.

Se trata de chilenos que, por lo demás, en su mayoría, han crecido y desarrollado sus personalidades, hábitos, costumbres, voluntades y percepción de mundo, bajo el amparo de una democracia que, imperfecta o no, ha otorgado a la ciudadanía post 90’s un entorno de libertades, bienes, servicios y derechos acordes con los diversos niveles de desarrollo económico y social que se han ido alcanzando, abriendo las puertas para la eclosión de un nuevo ciudadano del siglo XXI, más empoderado, más persona; un individuo más informado, más digno y reconocedor de sus propios intereses, producto de décadas de aprender a elegir entre los múltiples mercados que hasta ellos mismos crean, desarrollan y perfeccionan, y que, del mismo modo, gracias a la democracia de libertades, evalúa, sopesa y decide al elegir a representantes que expongan sus puntos en los más altos niveles de decisión política del Estado y los gobiernos.

Pero tal como expresó su desilusión con aquellos que hicieron trampa en la competencia económica, coludiéndose para sobrevivir en mercados que amenazaban con liquidar sus capacidades de generar renta, en la dura lucha por abaratar precios a bienes y servicios de una siempre exigida mejor calidad; o como, tras develarse los promiscuos lazos entre esos capitales y los servidores públicos cuya misión era evitar abusos asimétricos, que actuaron sin rigor con aquellos merced a deudas de gratitud por un financiamiento irregular de sus campañas políticas, el alejamiento del “sistema” o “modelo” se fue profundizando al mismo ritmo que, en paralelo, las elites entrelazadas a ojos del hombre común, se restaban de adoptar más rápidas y efectivas soluciones a las demandas de mejor calidad de servicios y vida acumuladas y exigidas por la gente de a pie por tanto tiempo.

Así y todo, ¿es esta crisis realmente un rechazo al “sistema” o “modelo” o una profunda desilusión con elites económicas, políticas e institucionales que no estuvieron a la altura de las responsabilidades que exige el liderazgo de una sociedad de libertades? Al parecer y de acuerdo a los múltiples estudios socioculturales, así como del análisis de la evolución de las series electorales resultantes de los comicios realizados en las últimas tres décadas, lo que se observa es más bien una sólida y consistente adhesión a un modo de vida libertario y con acceso a derechos coherentes con una democracia liberal y de mercado en expansión, no obstante los matices que se expresen respecto de la mayor o menor tuición que cada quien acepta o desea del Estado y los poderes políticos; o de la mayor o menos libertad que se puede desplegar, dado el distinto acceso a las herramientas que posibilitan la profundización de esa autonomía.

Será, pues, interesante, analizar los resultados de los debates de los llamados cabildos autoconvocados o convocados por alcaldes en diversas comunas del país. Puede que allí, si es que no son redactados con  trampa -una práctica que ingratamente parece también haberse extendido más allá de lo conveniente en espíritus jóvenes de cuya ética depende el Chile de mañana- muchos de quienes intentar “pescar a rio revuelto” se encuentren con un tipo de “idea país” que no responde para nada con anhelos ideológicos del siglo XIX y XX, y que, por el contrario, presentan un “sentido común” libertario y solidario, de individuos libres que libremente eligen asociarse para cooperar cuando aquello es necesario, pero que, como los antiguos líderes romanos, luego de prestado el servicio al otro o al país, vuelven a sus propias labores, sus vidas, sus familias y personales sueños por realizar.

Si eso es así, Chile tiene enormes esperanzas, pues, de la presente crisis, el país habrá salido exorcizado de antiguos traumas, de extendidos dolores y angustias, con renovados bríos y expectativas de iniciar un modo de vida positivamente abierto, tolerante, amplio y acogedor con todos quienes viven o llegan a él para cumplir sueños impedidos por totalitarismos y/o dictaduras en sus países de origen; una nación de hombres y mujeres libres y copartícipes, sólidos ética y emocionalmente, duchos en el esfuerzo por progresar económica y socialmente como conjunto, con foco puesto en la sustentabilidad ambiental y un renovado crecimiento espiritual; amantes de una vida buena, practicantes de una real y sana competencia, refractarios al egotismo y egoísmo, empáticos y sensibles con la necesidad y desgracia ajena, creativos y emprendedores, dueños de sus destinos y siempre atentos a evitar, con juvenil brío y carácter, la pesada férula de malas élites que busquen cooptar el Estado, monopolizando su poder para extender sus inefables prácticas e influencias, pero que, es de esperar -alejados ya los demonios de la furia- terminarán por ser reemplazados por mejores personas que continuarán fortaleciendo nuestra novel democracia y libertades, poniendo así fin a una ya demasiado prolongada transición, para comenzar a encarar los nuevos y múltiples desafíos que impone el siglo XXI . (NP)

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