Editorial NP: Confianza y política

Editorial NP: Confianza y política

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Las dificultades observadas para lograr acuerdos nacionales y más fructíferas negociaciones políticas intra e inter partidarias en el oficialismo y la oposición que permitan avanzar con mayor rapidez en prioridades de desarrollo en las cuales hay, en principio, amplia coincidencia de diagnóstico, parece ser resultado no solo de la natural competencia entre los diversos grupos de interés que participan en las modernas democracias abiertas, plurales y diversas, sino también, de factores más de fondo referidos a la disposición anímica con la cual los protagonistas de esas correlaciones de poder se enfrentan unos a otros.

En efecto, las mediciones realizadas en el país muestran que la mayoría de los chilenos presenta muy bajos niveles de confianza en el Estado y empresas (78% y 68% respectivamente-OCDE), así como en otras personas ajenas a su círculo familiar y amistoso. Se trata de un fenómeno que, despejado que la confianza biogenéticamente instalada es irrelevante en la construcción de vínculos interpersonales, los recientes hallazgos subrayan “la importancia de la cultura como determinante de la confianza generalizada y (que) ayudan a entender por qué la modesta influencia genética en la confianza general no debería ser sorprendente”, según un reciente trabajo de Paul Van Lange, VIJ de la Universidad de Amsterdam.

En efecto, resulta interesante observar que diversos estudios nacionales y externos coinciden en una amplia argumentación que apunta a que diferencias clave entre sociedades de baja confianza (Chile-13; Turquía-24 y México-24-OCDE) y alta confianza general (Dinamarca-89, Noruega-88 y Finlandia-86-OCDE) son que las últimas se caracterizan, con frecuencia, “por una distribución más equitativa de los ingresos (característica objetiva) y niveles bajos de percepción de corrupción (característica subjetiva; Uslaner, 2010)”,  al tiempo que las de bajas confianzas, por su “escasa integración social”.

De acuerdo a las investigaciones, a nivel de individualidades, la mayor o menor confianza radicaría en las experiencias de interacción personal desde la niñez, tal como el pequeño que es matoneado o el compañero asediado, hasta posteriores, donde experiencias como robo, maltrato por autoridades o desempleo inesperado, pueden minar seriamente la confianza generalizada (Lange et al., 2014). Una tercera razón proviene de la persistente exposición de las personas a información sobre la “naturaleza humana” en general y la confiabilidad en particular, expuestas en su comunidad, vía redes sociales o medios de comunicación.

Por de pronto, en países con baja confianza general, consistentemente los medios tienden a relevar aspectos negativos del diario devenir como forma de llamar la atención de sus públicos y aumentar sus ratings, un proceso que es coherente con una investigación sobre la formación de impresiones, actitudes, y estereotipos que reveló que “lo malo es más fuerte que lo bueno” (Baumeister, Bratslavsky, Finkenauer, &Vohs, 2001, p. 323). Se confirma así la intuición de que hay cierta tendencia global a dedicar mayor atención y peso a lo negativo por sobre lo positivo.

Las razones sicológicas de este fenómeno serían que las personas tienden a verse a sí mismas como mejores que otras en diversos dominios, en especial en aquellos relevantes para la instalación de confianzas, al tiempo que ven a los demás como bajos en honestidad, consideración, y conducta prosocial (Allison, Messick, &Goethals, 1998; Van Lange&Sedikides, 1998). Se asume así que el interés propio explicaría siempre la conducta de los demás y que el interés egoísta aplicaría solo a aquellos, pero no a sí mismos.

En relación con formas de confianza “menos generalizadas” de vínculos en grupos pequeños y entornos amistosos, los trabajos muestran pocas dudas que existe allí algo como una “saludable dosis de confianza” (cf. Schneider, Konijn, Righetti, & Rusbult, 2011), y que ésta mejora la solución constructiva de problemas y los actos de sacrificio mutuo, lo cual, a su turno, explicaría por qué la confianza promueve estabilidad y salud en las relaciones.

Contarrio sensu y considerando los perversos efectos que sobre la colaboración y el desarrollo económico, social y cultural trae la desconfianza ¿podría la falta de confianza general ser resuelta de modo normativo?

Como se indicó, los sentimientos de confianza promueven la cooperación, al igual que el fortalecimiento de los vínculos interpersonales, incluso en grupos grandes (Balliet & Van Lange, 2013a), lo que supondría una cierta predisposición autónoma subjetiva proclive a cooperar y confiar, sin intermediar presión de la autoridad política. Un alto nivel de esta confianza mejoraría notablemente los grados de cooperación y, por consiguiente, el desarrollo de los países.

Hay estudios, empero, que indican que existiría una llamada “cooperación sin confianza” (Cook, Hardin, & Levi, 2005) en la que se cooperaría socialmente incluso en el evento de no confiar que el resto hará lo mismo. La evidencia sugiere que la norma y presencia de los correspondientes castigos en dilemas sociales (p. ej., sobre un bien público) estimula la cooperación, aunque, en especial en aquellas culturas de alta confianza. La razón de este fenómeno es que “el castigo es más creíble” para las personas que están dispuestas a apoyar el reforzamiento de normas contra el oportunismo u otras violaciones de conducta.

A mayor abundamiento, y de acuerdo con Van Lange, hay evidencia considerable de la teoría del juego evolucionaría que sugiere beneficios adaptativos derivados de la confianza y, de hecho, por ejemplo, la cacería cooperativa, compartir alimentos y proveer o garantizar un apoyo futuro, en algún punto estimula mejores resultados cognitivos, habiendo muestras que las personas con alta confianza son más eficaces en evaluar la confiabilidad de los demás.

La des-confianza generalizada constituye, pues, no solo un problema sicológico, sino también político y cultural que termina transformándose en una paradoja. Por un lado, se debilita por la información que filtramos o que otros filtran por nosotros, hecho que, unido a la creencia en el egoísmo de las personas como premisa, explica por qué tendemos a tener poca confianza en los demás. Pero por otro, una “dosis saludable” de confianza, aun en entornos de competencia, puede mejorar las interacciones en las propias redes cercanas de familia y amigos, al tiempo que cierta civilidad y decencia en las interacciones con colegas y extraños incrementan la sensación de confianza general. Es decir, una dosis de confianza puede trascender las experiencias negativas, en la medida que mayor confianza lleva a mejores resultados percibidos en la vida social.

Confiar, aún sin esperar inicialmente igual conducta del otro, obligándose a cooperar con propósitos superiores, puede, pues, gatillar un proceso virtuoso en el que las personas (y las elites políticas) vayan superando en conjunto aquella información entendida hasta ahora como amenaza para sus sentimientos de confianza y conducir hacia mejores vínculos con aquellos que están más allá de la familia inmediata o amigos y que, por tanto, requieren de un nivel mínimo suficiente de confianza para establecer vínculos proactivos.

Van Lange concluye advirtiendo que los costos de cuestionar o subestimar de manera crónica y excesiva las intenciones y la confiabilidad benignas de las otras personas son muy altos, no solo para los grupos y la sociedad en general, sino también para las propias personas que desconfían, pues, cierta dosis de confianza es determinante para una vida saludable y longeva. (NP)

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