Editorial NP: Comunismo y anticomunismo

Editorial NP: Comunismo y anticomunismo

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La avasalladora victoria de la candidata del Partido Comunista de Chile, Jeannette Jara, en las recientes primarias de la izquierda ha hecho emerger una amplia variedad de argumentos que buscan poner en alerta a la ciudadanía no ideologizada frente a un eventual peligro de minimizar un triunfo que ha unido a ese sector bajo la hegemonía electoral del PC o de maximizar reacciones emocionales estimulando un resurgido anticomunismo, basado en el miedo a la historia dictatorial y represiva de esa colectividad en todo el mundo.

En su primera acepción, estar alerta ante la hegemonización comunista de la izquierda surge de la constatación de que si bien la votación voluntaria sumó menos del 9% de los ciudadanos legalmente habilitados para el efecto -lo que demostraría fuerte desafecto popular con la actividad político democrática- es preocupante que los más briosos representantes de las izquierdas en Chile hayan derivado mayoritariamente hacia las posturas extremas personificadas por el PC y el Frente Amplio (FA), mientras las miradas más modernas, más puestas al día con el desarrollo económico global comandado por un neocapitalismo sustentado en las tecnologías de la información y comunicaciones, exploración espacial, digitalización, nano y neurociencia, nuevos materiales, apertura mundial de los mercados, intercambio cultural, libertades democráticas y derechos humanos en expansión, hayan terminado siendo un tercio de la izquierda. Es decir, es incompresible que tras el rotundo fracaso de las propuestas de transformación social propiciadas por los sectores más radicales de las izquierdas en el mundo y personificadas en el derrumbe de la Unión Soviética y el campo socialista, en Chile la postura mayoritaria de la rebeldía anti sistémica presente este inquietante retroceso civilizatorio, ideológico y democrático.

Sin embargo, considerando la aleatoriedad con que se ha movido la política post derrumbe de los socialismos reales y expansión de las democracias liberales, la victoria de los sectores más extremos en Chile no debería llamar a arrebato a mayorías ciudadanas habitualmente ajenas a las luchas del poder político electoral, pues, en sociedades abiertas, el cambio y la infidelidad con productos, marcas e ideas es la norma y todo lo que sube se espera que baje y viceversa.

No debería, empero, pasar inadvertido que el resultado de la primaria muestra que parte relevante del Partido Socialista (PS), cuadros, militancia y simpatizantes -sobre 70%- que se suponía sustento de los más modernos principios social democráticos, prefirieran la decimonónica opción marxista leninista, tal como en la década de los 60, alucinados por la revolución cubana, en el Congreso de Chillán sus militantes validaron el uso de la violencia armada para el cambio revolucionario de clase en el poder.

No es poca cosa, si se considera que este resultado hizo interpretar al Presidente que la primaria mostraba una “ciudadanía que sigue anhelando una agenda de cambios sociales y, por tanto, lo que le toca al gobierno es insistir en sus proyectos”, sin percatarse que su generalización respecto de aquella ciudadanía que se expresó como 60% de la primaria, responde a apenas el 4% del padrón electoral total, es decir, un 96% de los votantes fue “clausurado” por la hermenéutica del mandatario. En otras palabras, la preocupación cobra sentido cuando la coyuntura política se interpreta al modo “Bolchevique” siguiendo la égida del voluntarismo extremista y totalitario, y según el cual, como dijera Boric, “le toca al gobierno insistir en sus proyectos” a pesar de sus reiterados fracasos y sistemático rechazo popular a sus propuestas durante toda su administración.

Esos despechos, que para un demócrata liberal serían claras señales para redireccionar sus propuestas y planes -que algo parece haber intentado el mandatario tras el fiasco de la Convención Constituyente-, para el marxismo-leninismo que amenaza hegemonizar a la izquierda, es solo una muestra de la “enajenación” de sectores populares o “fachos pobres”, una postura de gente no consciente de sus intereses de clase, pero que afortunadamente cuentan con la sabia conducción de cuadros comunistas que conocen el qué hacer y cómo avanzar para alcanzar la patria socialista, justa, igualitaria y solidaria, aunque pobre.

Sobre la segunda visión referida al uso del «miedo» para encarar el “peligro comunista”, las solas declaraciones recientes del PC chileno, reafirmando su praxis como marxista leninista y, por lo tanto, cultores de la dictadura del proletariado, del sistema electoral unipartidista, de una economía con propiedad estatal de los medios de producción y distribución centralizada de los bienes y servicios, bastarían para provocar el recelo de quienes tienen la libertad como principio rector de sus vidas, pues, a no ser que la persona sea parte de la elite del poder, en una sociedad regida bajo esos principios las individuos pierden gran parte de sus libertades -bajo la dictadura del partido o grupo dominante- y ya no cuentan con poderes separados y distintos a los que pueden recurrir en busca de justicia. Y ni siquiera con los organismos internacionales de Derechos Humanos que las sociedades liberales respetan y acatan, pero que las dictaduras y autoritarismos iliberales, desprecian, seguramente porque los derechos humanos son derechos de individuos que «sienten», mientras que el marxismo-leninismo promueve una cultura colectiva de «clase» es decir, de un grupo solidario de iguales (el proletariado), frente a los cuales los deseos personales son «enajenaciones pequeño burguesas».

Es muy lógico que las personas libres y democráticas sientan cierto temor que puede transformarse en “anticomunismo” irracional frente a realidades que muestran que el marxismo leninismo, el fascismo, nazismo, o los autoritarismos iliberales de cualquier signo o color, pueden llegar al poder político siguiendo las normas electorales de la democracia liberal burguesa, pero que, una vez tomado el poder, es difícil, sino imposible, escapar de su imperio dictatorial, tal como ha quedado demostrado en un par de países de la región y en otros de diversas áreas del globo.

Pero, por supuesto, el simple anticomunismo ramplón no basta si de lo que se trata es detenerlo y superarlo. Las puras reacciones emocionales propias de los pulsos gobernados por el sistema nervioso parasimpático, de lucha o huida, genera un conjunto de reflejos cuya permanencia puede derrumbarse con igual facilidad con la que el individuo mutado anticomunista respondiendo a miedos telúricos, mañana emerge como fiero fascista, sin más razones que las de sentimientos apoyados en un par de argumentos simples e ideas desestructuradas.

Para la lucha cultural contra el comunismo o dictaduras de diversa especie no sirve ese “anticomunismo” burdo e irracional promovido por redes sociales pues hace caer en la trampa bipolar de la dialéctica marxista, es decir, dividir el mundo en comunistas y anticomunistas, burgueses y proletarios, ricos y pobres, elites y pueblo, destrozando así la rica complejidad de un universo multidimensional y multipolar, diverso y colorido, de relatos, discursos y visiones caleidoscópicas que enriquecen la vida tal y como un bosque nativo se eleva en su belleza y funcionalidad biológica sobre los silenciosos y uniformados bosques artificiales.

La realidad de la percepción inteligente es mucho más compleja y exige del uso de más allá del 4% del cerebro para superar el dogma que alinea, iguala en lo horizontal y avasalla en lo vertical. Habría, empero, que reconocer que la velocidad de la vida en las sociedades libres y de mercado, su infinita variedad y creatividad no son un buen escenario para una tranquila reflexión sobre las cuestiones ontológicas, epistemológicas y metodológicas que importan reconocer el mundo en que vivimos por sobre lo ideológico, razón por la que el simple “miedo” anticomunista como mecanismo de reacción rápido y acorde con los tiempos electorales, no debiera desestimarse ante colectivos que, como hemos visto, pueden desconocer, sin vergüenza, una más que evidente derrota electoral. (NP)