Editorial NP: Chile cambió: hay que ponerse al día

Editorial NP: Chile cambió: hay que ponerse al día

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La decimonónica constatación de Karl Marx según la cual el desarrollo de las fuerzas productivas genera cambios en las relaciones sociales de producción se ha ido instalando como parte de un sentido común que diariamente constata la profunda horizontalización que se ha suscitado en los vínculos entre las personas en las últimas décadas, incidiendo en las familias y los establecimientos de enseñanza, en las grandes empresas, instituciones y las organizaciones de la sociedad civil.

Se trata de un fenómeno de aplanamiento y des-autorización de las jerarquías agrario industriales tradicionales que podría atribuirse tanto al explosivo incremento de las posibilidades de acceso a la información -gracias a las TIC’s y adminículos diversos enlazados a Internet que restan primacía al antes exclusivo saber tecnocrático, teocrático o sociológico-, así como a la digitalización de la vida hogareña y productiva, modelación innovadora de algoritmos que generan valor y rediseñan discursos, relatos, argumentos y modos de relacionarse que, en un mundo cada vez más intercomunicado, se mezclan y reinventan en un caleidoscópico juego que nativos digitales y millenials han integrado neurológicamente con profundidad ontológica.

La propia actividad rebelde que se observa en Chile y otras regiones del mundo -aunque sin mucha correspondencia entre el estándar de vida comparado de los países en los que esta insurgencia se manifiesta- pareciera responder a esos algoritmos, en la medida que, más allá de los discursos o demandas específicas que cada grupo o tribu urbana participante plantea, la acción insurrecta que los unifica en ese convergente desafío a la autoridad, está debidamente procesada y ordenada según tareas o algoritmos que organizan la acción como eslabones de una cadena que permite a otros realizar la suya y, en conjunto, conseguir una maquinaria de enfrentamiento más eficiente y eficaz en “primera”, “segunda” o “cuarta línea”.

La novedad de este modelo de acción sediciosa es su adecuación al nuevo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y el aprovechamiento que esta hace de sus cualidades coordinadoras y de interactividad atópica y asíncrona, en que los algoritmos que organizan su acción son los que resultan suficientes para operar, sin importar demasiado el propósito, sino la acción en sí misma, que es la que, en definitiva, pone en aprietos al orden instalado. ¿Qué hacer en caso de éxito? Ya se verá en la acción posterior.

Poner por delante la acción, aupada sobre ideas genéricas -desigualdad, libertad, género, clase, raza o costo de la vida- para convocar a manifestantes en Chile, Hong Kong o Francia, permite esquivar la más profunda (y “desacreditada”) discusión racional de las diferencias que en democracia muchas veces paralizan o dilatan las decisiones de los partidos políticos u otras orgánicas similares, haciendo posible una decidida “acción directa” anárquica, con múltiples propósitos. Una estrategia cuya narrativa emocional termina, en el primer caso, con la polémica que habitualmente divide y dispersa -como, por lo demás, ya lo han experimentado los millenials del Frente Amplio- mientras que, en el segundo, unifica, al poner como enemigo único al símbolo de la capacidad coercitiva del Estado, a los poderes fácticos, o al Gobierno de turno, transformándolos en los fetiches causantes de propio malestar con sus vidas o la persistente insatisfacción respecto de sus demandas. El discurso, en tal caso, es ausencia de discurso: el slogan y la hermandad en la acción rebelde y destructiva basta.

Dos características de la nuevas fuerzas de la producción TIC’s son las que hacen posible esta condición que desafía una administración político social armónica y una gobernanza viable para los próximos años: la posibilidad de coordinación masiva y a distancia, de modo atópico y asíncrono, y que puede impactar en el espíritu de manada que la masificación de likes en torno a slogans sociales, políticos o económicos hacen posible; y la interactividad de las redes que, como en un democrático y amplio congreso virtual, afianza, de modo simple y emotivo -por efectos de la mera cantidad- la certeza de que la causa que se asume es indicada. Aunque, para otros, por cierto, no sea sino solo información para materializar sus propias acciones de destrucción, vandalismo o pillaje, sin más motivaciones que las del propio egotismo delictivo o anárquico.

Son, en todo caso, síntomas de nuevos tiempos. Durante la transición desde la sociedad agrícola a la era industrial europea, artesanos del tejido se reunían en ordenes clandestinas para coordinar la destrucción de las máquinas de tejer a vapor que amenazaban sus perspectivas de desarrollo y vida. Las nuevas tecnologías amenazan hoy a millones y diariamente somos testigos de conflictos que emergen de aquellas como la app Uber, que pone en jaque la centenaria actividad de los taxis; o AirB&B, que ha colocado en aprietos a la industria de la hotelería; o la robótica, que cambió la historia de la industria del automóvil y desplazó su centro geográfico desde Occidente a Oriente, situación similar a la que se vivió en el ámbito de los electrodomésticos; o los emergentes robots inteligentes, que bien programados podrían reemplazar mañana a doctores, abogados o a millones de trabajadores que, eventualmente, como en el “Horror Económico” de Viviane Forrester, ya no serán desocupados, sino excluidos. O cambios radicales, de carácter nacional estatal, como la aparición de nuevos materiales que superarán por productividad y menor precio al cobre o el litio de su actual favorable posición en la electro-movilidad repitiendo la crisis de ingresos fiscales tras el descubrimiento del salitre sintético a inicios del siglo XX.

Y si mientras en la era industrial bastaba con un trabajador capacitado para operar una maquinaria con un grado de libertad, cuyo algoritmo de funcionamiento era simple y repetitivo guiado por engranajes y poleas de funcionamiento unidireccional, hoy se requiere de un trabajador especializado que no solo conozca el funcionamiento del hardware que actúa en la producción del determinado bien, sino, además, conocer el intrincado funcionamiento del software que da vida a los complejos algoritmos que hacen posible los nuevos grados de libertad del robot que opera bajo sus instrucciones. Entonces, el primero probablemente requería 12 años de estudios, algo de Física y Matemáticas para poder laborar; el segundo, debe estudiar al menos 16, con más Física, Química de materiales, Matemáticas binaria avanzada y programación. El avance de las fuerzas productivas impone a sus creadores nuevas exigencias en cualidades y conocimientos, mejorando su calidad como observador de su entorno. Y en el siglo XXI, con mayor razón, habiéndonos adentrados en los secretos de la materia en el colisionador de hadrones, con la nanotecnología, la ciencia del genoma, el cerebro y complejo sistema nervioso humano. Nada de esto, empero, está presente en el discurso de la Plaza Baquedano, aunque, tampoco, en el de los partidos democráticos que debieran canalizar dicho desarrollo.

En este marco de circunstancias históricas y económicas -sin considerar la eventualidad que para ese entonces ya haya habido algún caso de coronavirus en Chile, lo que complotaría contra la masividad de los eventuales actos-, marzo próximo ha sido descrito como un mes en el que el país enfrentará una nueva embestida de aquellos que en octubre pasado buscaron hacer caer el gobierno. Desde luego, se espera que en estas acciones -cuyo objetivo parece seguir siendo el mismo- los estudiantes secundarios, universitarios y “ninis” se transformen en la “primera línea” de la lucha, superando los industriales discursos en los que la vanguardia social y conductora hacia el paraíso terrenal era la clase obrera y el modelo, la dictadura del proletariado, pero que ciertos sectores de izquierda tradicional no han abandonado, pese a la masiva caída de los socialismos reales del siglo XX y los claros signos de derrumbe de los del siglo XXI.

De ser así, la pregunta que prevalece es si eliminar la PSU o ampliar la gratuidad universitaria al 100% de los estudiantes o limitar el crecimiento de la educación mixta o privada permitirá a las generaciones rebeldes trabajar con éxito en alguno de los espacios, procesos o configuraciones del sistema cibernético digital, robótico de producción local y/o mundial al que se deberán integrar en su próxima vida adulta. O si la extensión de esta insurrección juvenil posibilitará reducir las brechas de desigualdad que reclaman -si es que es eso lo que se pide- o más libertad, que también se exige. Desechadas, entonces -por levedad ideológica- posibles aventuras “soviéticas” o “socialistas del siglo XXI” -aunque nunca del todo-, el “super marzo” no debiera ser visto como tema de racionalidad político democrática, sino, como nuevas pulsadas de grupos de aventureros totalitarios que, aprovechando la fuerza innominada de jóvenes estudiantes, indignados y “ninis” desesperanzados, buscan sacar del gobierno a sectores de derecha que democráticamente accedieron a él, e instalar otro, de signo ignoto y dirección inimaginada, antes que concluya el actual período.

De ser así, el Estado y el Gobierno ya están notificados por declaraciones de diversos dirigentes locales y nacionales que han advertido de este “super marzo”. Es de esperar que, durante estos meses de verano, las fuerzas de contención de que el Estado dispone -que no son pocas y respecto de las cuales dichos dirigentes de extrema izquierda apuntan como el principal obstáculo para el éxito de sus objetivos- para proteger la libertad de la mayoría social no involucrada en luchas por el poder político, hayan realizado los ajustes necesarios para enfrentar la eventual asonada y que, tras las amenazas, el temido huracán se transforme en una suave brisa que termine por calmar los preocupados ánimos de tantos que exigen hoy orden público y social.

Y es que es solo mediante el cumplimiento de ese deber básico del Estado que la ciudadanía puede llevar a cabo sus respectivos proyectos en un entorno armónico y pacífico, respetuoso de las leyes y del acuerdo social presente o del que se consensue en los próximos 12 meses y del que tantos esperan tanto, pero del cual poco saldrá que no sea lo que cada quien aporte para ajustarnos a una realidad que, más allá de cualquier deseo o estrategia política, ya cambió como consecuencia del avance incontrolable del ingenio científico y tecnológico humano. Y si bien la presente “insurrección de baja intensidad” puede ser vista como una de las consecuencias de dicho cambio –“un país cuya juventud no lucha por la libertad es un país sin futuro”-, es evidente que en el mediano y largo plazo los porfiados hechos y los espíritus animales y de supervivencia conciliarán en realizar ese masivo esfuerzo requerido de las actuales nuevas generaciones para que, concluyendo el trabajo de las anteriores, sean éstas las que finalmente lleven a Chile a la “primera línea” del desarrollo. (NP)

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