“Economicismo” e irritación social-Felipe Morandé

“Economicismo” e irritación social-Felipe Morandé

Compartir

En esto de buscar explicaciones para lo que ha ocurrido en Chile a partir del 18 de octubre pasado, se han oído diversas voces que ponen en tela de juicio a los economistas y a la economía como disciplina. Para ser justos, las críticas —por lo menos las más serias— han sido sobre todo respecto de la preeminencia de la visión económica en el diseño de las políticas públicas y en la gestión de gobierno. Se dice que esta primacía llevó en Chile a descuidar las dimensiones políticas, culturales, sociales y hasta emocionales que debieran considerar las políticas públicas, con el solo objeto de buscar la eficiencia económica y maximizar el crecimiento de la economía. Esto, que suele denominarse “economicismo”, estaría en (parte de) la raíz del descontento de la población detrás del momento social que vive nuestro país.

Puede que el así descrito “economicismo” despierte irritación en mucha gente; sin embargo, no podemos descartar que en el fondo no se trate más que de esa antipatía natural del ser humano a quien le recuerda que, en cualquier ámbito de la vida, las decisiones están restringidas por la disponibilidad de recursos.

Más en lo particular, si el enojo es porque las finanzas públicas se manejan con prudencia evitando que el gasto fiscal se dispare para complacer diversas demandas sectoriales, o porque el Banco Central decide con autonomía su política monetaria con el fin de mantener celosamente una inflación baja y estable, es bueno recordar el comportamiento macroeconómico del país en las primeras siete décadas del siglo XX: un alto y recurrente déficit fiscal que llegó a superar un 15% del PIB en 1973, déficit que era financiado con emisión monetaria —no existía un mercado interno de deuda— y que condujo a una inflación promedio superior a 30% entre 1920 y 1980 (con un zenit de 1.000% en 1973). Nada más irritante —y regresivo— que el impuesto inflacionario.

Irritante debe haber sido también, en el Chile previo al “economicismo”, la pobreza rampante, la carencia absoluta de movilidad social, el nulo acceso de una buena parte de la población a bienes de consumo provenientes de cualquier parte del planeta, el inexistente crédito hipotecario para comprar una vivienda, o la imposibilidad de acceder a una educación universitaria para 9 de cada 10 jóvenes. Bienvenida, entonces, la orientación “economicista” que eliminó todas estas fuentes de irritación. Y que de paso aumentó notablemente los espacios para un ejercicio efectivo de la libertad.

Claro que hay en la actualidad muchas cosas que mejorar y, sustancialmente, en la esfera de las políticas públicas, como la calidad de la educación y de los servicios de salud, el monto actual y futuro de las pensiones, el nivel de competencia en mercados concentrados o de información opaca, la obsolescencia de algunas regulaciones, el correcto resguardo del medio ambiente, la inmigración, el ordenamiento urbano, la calidad y disponibilidad de transporte público, y un tal vez largo etcétera.

Pero esto no se va a conseguir desterrando a los economistas de la administración pública, poniendo al Banco Central a disposición del financiamiento del déficit fiscal, aumentando fuerte y persistentemente el gasto fiscal con cargo a impuestos futuros que tal vez nunca se materialicen, y regresando a una maraña de distorsiones plagada de buenas intenciones pero con pésimos resultados económicos para la población como un todo. Si nos olvidamos de esta manía que tenemos los economistas con el crecimiento —el epítome del “economicismo”—, corremos el riesgo de que las irritaciones de hoy se vean ridículas comparadas con las que vendrían. Al contrario, hoy se necesita más que nunca de un “economicismo” que mantenga un encuadre frío y razonable frente a las emociones desatadas por el momento social.

Estoy consciente de que la narrativa “economicista” —si es que la asociamos un tanto forzadamente a una narrativa liberal— no está pasando por un buen momento, no solo en Chile sino que en todo el globo. Y probablemente requiere de una renovación, especialmente de cara a una juventud tecnologizada e individualista, a una creciente sensación de soledad dentro de los mayores, y a la enorme nube que el calentamiento global ha puesto en las esperanzas de futuro. Pero, por favor, no olvidemos que nada de esto se resuelve con una economía estancada. Esta sí es una fuente inobjetable de gran irritación social. (El Mercurio)

Felipe Morandé

Dejar una respuesta