Dulce Patria, vengo a verte…

Dulce Patria, vengo a verte…

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Dulce Patria: vengo a contarte tres noticias, que me tienen muy preocupado. Mal que mal, soy tu hijo y tengo que decirte la verdad. No me inquietan las cifras de la desaceleración económica. Tienes un poco de fiebre, eso es todo. Las crisis económicas son cíclicas, tú lo sabes, y en algún momento se sale de ellas. Pero esto es más profundo. Sé que tú no ves ni lees noticias, porque a tu verdadero ser no le gusta navegar en las aguas de superficie.

Lamento tener que abrir las alcantarillas que te circundan. ¿Recuerdas el escándalo de la basura? ¡Cómo nos sorprendimos entonces de que la corrupción se expresara a través de un símbolo tan gráfico! Ahora es el papel higiénico. Esa es la primera noticia. ¡Claro que no es grato ver cómo la mugre te estalla en la cara, Dulce Patria, Puro Chile! ¿Cierras los ojos?… Sé en qué estás pensando: recordaste a Jorge Alessandri, que encarnó el sentido de la impersonalidad del poder, y que dirigió una Papelera entonces impoluta, impecable. Eran otros tiempos, los tiempos de la austeridad y no de la desmesura. Antes que la usura lo arruinara todo. ¿No eran acaso, a pesar de que eras más pobre y menos glamorosa, mejores tiempos para ti?

Otra noticia me preocupa: la exclusión del fiscal Gajardo de la terna para el cargo de fiscal de la Zona Oriente: muchos sospechan que una negociación secreta en los pasillos del poder decidió su sacrificio. La tercera mala noticia es la dramática renuncia de Francisco Brieva a Conicyt, un organismo clave para el desarrollo científico. ¿Pero qué tienen que ver estos tres hechos entre sí? Que los tres son síntomas graves que muestran que la corrosiva enfermedad moral que te afecta es más peligrosa de lo que pensábamos.

Me imagino cómo debe dolerte que tus hijos sean asaltados no solo en la calle por el lumpen, sino también en los supermercados por delincuentes de cuello y corbata. Me imagino cómo te debe indignar que un fiscal que se había convertido en el símbolo de la justicia (uno de tus hijos valientes, una excepción en tiempos de cobardía acomodaticia) sea sacrificado en los oscuros pasillos de la baja política. Y cómo te debe doler que un académico del nivel de Brieva, que encarna lo mejor de la tradición de la universidad pública, tenga que dar un paso al costado porque burócratas ignorantes han decidido que el cultivo del conocimiento, la investigación, la ciencia son un lujo y no una necesidad para el país. ¿Acaso ignoran que se ama solo lo que se conoce?

Todo esto, Dulce Patria, es muy grave. No quisiera llegar a decir de ti lo que otro dijera de otra patria: «Mi patria es dulce por fuera/ y tan amarga por dentro!».

Yo sé lo que sientes, dímelo: «Hijo, me están matando… y nadie hace nada por salvarme». Sí, querida madre, pero para salvarte habría que empezar casi todo de nuevo. Porque son tus cimientos los que se están pudriendo. Los cimientos de la política, la economía, la justicia y la cultura se llenaron de termitas en estas décadas. Hay quienes piensan que solo hay que maquillarte para cambiarte la cara. Querida madre: la verdad es que tú necesitas una intervención mayor, para que los hijos de nuestros hijos no reciban de ti solo ruinas. Escucha a los que de verdad te aman, solo ellos te dirán la verdad. Los demás te seguirán mintiendo para conservar sus cuotas de poder, para seguir desmantelándote. Por eso vine a conversar contigo en voz baja, aunque a veces me den ganas de gritar. Dulce Patria: quiero que sepas que no estás sola… que son muchos los que te aman de verdad. Ellos no aparecen en los diarios, no se presentan a elecciones, no tienen las manos manchadas y pueden mirarte a la cara sin vergüenza. ¿No escuchas sus pasos, su caminar silencioso mientras cae la tarde? Ellos ya están aquí, y tú no los ves… no te angusties… te rodean, están juntando sus manos, son tus hijos pródigos, estuvieron en el origen y volverán pronto a refundarte. Dulce Patria, no te mueras. ¡Recibe sus votos!

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