En una semana en que el diálogo político aparece particularmente enervado, fue conmovedor escuchar (y ver) a la ministra de Educación anunciar el Premio Nacional de Periodismo, sentada junto a la premiada. Hubo algo profundamente republicano y civilizado en este acto, un signo reconfortante que es necesario destacar.
Cada una en su rol, cargadas con sus historias, sus éxitos, y también sus prejuicios, contemplamos a dos mujeres fuertes y admirables. Marcela Cubillos y Mónica González vivían un momento de encuentro que, probablemente, nunca soñaron compartir. La premiada fue bastante franca: “No me esperaba que la derecha me lo diera…”. Pero se lo dieron, y en ese mismo acto, reconoció haberse en eso equivocado.
El resto de los ciudadanos celebramos, con júbilo doble. No solo por el reconocimiento al aporte de esta entrañable periodista, sino también por la alentadora comprobación de que la amistad cívica, el diálogo, el encuentro entre diferentes, es todavía posible en nuestra a veces vociferante realidad.
Necesitamos urgentemente el periodismo que se ha premiado. Es que la corrupción se ha ido estableciendo en nuestra sociedad en forma amenazante. Quizás siempre estuvo ahí, convenientemente oculta, pero de pronto se ha hecho más visible. Es necesario evidenciarla, donde quiera que esté. Las instituciones que alguna vez fueron las más confiables, se derrumban ante nuestros ojos. Carabineros, jueces, fiscales, empresas, Ejército, se contaminan mientras el público contempla indignado, pero ante todo atemorizado, el desplome que genera un profundo sentimiento de desamparo.
Es por lo que celebramos este premio. Las sociedades democráticas requieren del periodismo de investigación. Ese periodismo que, en forma responsable, pero con atrevimiento, revela aquello que “se resiste a ser revelado” (Darío Klein). Es el rol de “perro guardián” que la democracia, para subsistir, exige a la prensa libre, pero en forma especial al periodismo de investigación. Se trata de iluminar las zonas oscuras de nuestra realidad, de investigar a las mismas instituciones que son base de nuestra democracia y de nuestra libertad. Que exista esta forma de periodismo, y que se reconozca, debiera reconfortarnos, al menos en parte.
Hoy, nuestras instituciones republicanas reconocen el mérito de una mujer destacada, a quien debemos algunos de los más sobresalientes casos de investigación periodística de las últimas décadas, severa escrutadora de la función pública y en general de toda forma de poder. Somos un mejor país, una mejor sociedad en parte gracias a su aporte. Ser corrupto resulta más caro, más arriesgado, cuando existe un periodismo independiente y valiente como el que Mónica González ha ejercido, ha promovido, y también ha defendido con coraje. Por todo esto hay que celebrar; hoy, en esta realidad, por partida doble.
Roberto Méndez/La Tercera



