¿Dónde quedó el honor?-Tomás Sánchez

¿Dónde quedó el honor?-Tomás Sánchez

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En Japón, cuando los samuráis caen en falta o vergüenza, antes de vivir en deshonra prefieren el sepukku o haraquiri: el extremo de enterrarse voluntariamente un puñal en su cuerpo para terminar con su vida.

Guardando las distancias, por cierto, en Chile en cambio hoy la corrupción empieza a ser peligrosamente esperable y los imputados argumentan tranquilos que «todo fue legal». Otros dan gracias que nuestros escándalos son un juego de niños comparados con los de nuestros países vecinos, y algunos impresentablemente declaran que «todos lo hacen» o «mejor cerrar los ojos».

¿En qué minuto permitimos que nuestros líderes nos den el ejemplo que jugar sucio es el camino para triunfar? ¿Desde cuándo la ética pasó a estar por debajo de la ley? Mientras miles de emprendedores y empresarios honestos nos esforzamos para ser el motor de este país, junto con tantos empleados públicos que se ocupan del funcionamiento de nuestra nación, unos pocos destruyen la reputación de todos.

Necesitamos que la palabra empeñada vuelva a tener valor y que burlar la ley no sea una «pillería» de la cual jactarse en privado, sino que algo de lo que nos avergoncemos. Para que exista el «deshonor», primero la palabra «honor» debe empezar a nombrarse, enseñarse, discutirse y que sea parte de nuestro diario vivir. En el servicio también hay honor; «ministro» viene de servir al resto, no a los intereses de propios.

La clase política debiera ser la crema y nata de nuestra sociedad, un privilegio de los mejores e intachables. Pero eso no va a pasar mientras sigamos dándole las condolencias cuando alguien «bueno» decide entrar en política, o continuemos con problemas a la memoria para cada votación. Tampoco va a mejorar nuestra clase empresarial si sólo premiamos el precio con nuestra compra, sin importar que hay detrás.

Paremos en seco este escalamiento de corrupción e ilegalidades. Para devolverle el prestigio a las clases política y empresarial, debemos hacerlo con nuestro ejemplo, no basta con opinar. Hacer de nuestra sociedad una de la que estemos todos orgullosos, pasa exclusivamente por tí y por mí. Por nuestras decisiones y acciones cotidianas. Por no «colarse», por respetar donde estacionarse, por no comprar películas piratas y no actuar diferente cuando nadie me ve. Si queremos exigir, partamos por nosotros para frenar el germen de una cultura que permite abiertamente «pasar piola». Un paso después votemos por la renovación política y compremos productos de empresas honestas, sustentables y socialmente responsables. Seamos consecuentes con lo que creemos y honorables si queremos que nuestros líderes lo sean.

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