Dónde está el centro político-José Joaquín Brunner

Dónde está el centro político-José Joaquín Brunner

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Cuando el centro no se sostiene, las cosas se desmoronan: tal es una versión secularizada del famoso verso de W. B. Yeats, el poeta irlandés (1865-1939). Algunos proyectan esta idea directamente al campo político y reclaman la imperiosa necesidad de un centro moderado o moderador; algo así como un punto intermedio entre los extremos del espectro ideológico y las fuerzas partidarias; casi un remanso en medio de la crispación. Sin duda hay mucho de nostalgia y escapismo en la laboriosa exploración del centro perdido.

Con todo, algunos analistas y comentaristas ya ven síntomas de una especie de reaparición del centro en el espacio político chileno. Y figuras destacadas de la polisdan señales de querer ocupar ese punto medio y, aunque sin proclamarlo, asumen valores y comportamientos asociados con ese posicionamiento.

Así, durante los últimos días hemos visto tanto llamados a reconstruir el centro político como denuncias del carácter ilusorio que tendría dicho emplazamiento. También el debate mediático subraya ideas, actitudes y comportamientos considerados convencionalmente como de centro. Por ejemplo, la moderación cuidadosamente modulada por los discursos de los ministros Burgos y Valdés en ICARE. Y la declaración del ministro de Hacienda llamando a “avanzar en [las reformas], con cuidado, de manera equilibrada, dialogando, haciéndonos cargo de distintas complejidades que tienen, y a un ritmo que sea responsable”. O la conjetura de Camilo Escalona según la cual habría quedado atrás la idea “de pensar las reformas como simultáneas e inmediatas”. O la admonición del Presidente del Senado (democristiano) al precisar que “no sacamos nada con redistribuir pobreza, redistribuir miseria. Hay que ayudar a crear las condiciones para que en Chile vuelva a haber entusiasmo y los empresarios vuelvan a invertir, por supuesto, con mayor contribución a la equidad social, pero con reglas claras”.

En la misma dirección apuntan diversas otras voces del oficialismo que piden hacerse cargo de las actuales condiciones más restrictivas de la caja fiscal y moderar las demandas y expectativas que claman por soluciones inmediatas y beneficios universales.

Hasta aquí, como puede verse, la invocación al centro político parece más una cuestión de estilo, de distanciamiento de los extremos, de énfasis y matices que de una toma de posición sustantiva. Puede entenderse, por tanto, como una manera de situarse en un espacio semántico, de crear un clima, de apuntar a un ritmo antes que de una identificación ideológica o una razón de partido. Más bien, el centro aparece como un ralentizamiento; algo así como pasar de un movimiento allegro prestissimo con fuoco (extremadamente rápido) a uno andante (al paso, tranquilo) oandante moderato (suavemente más acelerado).

Nada de esto carece de importancia. La política es tanto forma como fondo. El análisis, sin embargo, necesita ir más allá. Y encontrar el significado ideológico y político de esas invocaciones al centro, así como una explicación para la el cambio de tempo que parece estarse gestando, tímidamente, en el lenguaje y la gestualidad del gobierno.

En términos de las dinámicas que hemos venido estudiando durante las últimas semanas, estamos frente a un leve avance de las aspiraciones del bloque reformista que, se recordará, es la corriente al interior de la Nueva Mayoría (NM) que -en contraste con las del bloque rupturista- busca combinar continuidad y transformación dentro de un enfoque gradualista entre equilibrios fiscales y avances sociales. Crecimiento con equidad, como solía decir el a, b, c de la antigua Concertación.

Sustantivamente, esta corriente, o bloque reformista, tiende a adoptar una visión socialdemócrata (y socialcristiana) de tercera vía, la cual aspira a superar la dicotomía tradicional izquierda/derecha, capitalismo/colectivismo, haciendo énfasis en la modernización del Estado, el dinamismo de los mercados y la innovación, la integración social y el valor de la acción y los proyectos individuales.

Hasta ahora la visión y las propuestas del bloque reformista dentro de la NM -donde aquel ocupa un lugar subalterno tras haber sido excluido de la conducción gubernamental al momento de la conformación del poder bacheletista en 2012/2013- empieza a perfilarse más por algunos criterios o reglas de actuación que por un planteamiento de contenidos.

Entre tales criterios se cuentan enunciados como los siguientes:

  • Los cambios en democracia son sustentables solo si cuentan con un amplio respaldo político y apoyo social;
  • la mayoría necesita hacer acuerdos para asegurar la gobernanza;
  • las reformas deben conformarse a las disponibilidades del gasto fiscal;
  • los estímulos fiscales no pueden sostener por sí solos el crecimiento económico;
  • las reformas deben encontrar un balance entre partes interesadas, correspondiéndole al gobierno representar -por sobre aquellas- el interés general;
  • los cambios necesitan impulsarse de acuerdo a una planificación elemental, contando con metas claras, objetivos realistas, prioridades y secuencias (carta de navegación) y con el financiamientos requerido;
  • es importante ocuparse de las políticas de transformación, pero también se debe atender a la administración del gobierno, la gestión de los procesos, el buen desempeño de las agencias y agentes oficiales y la obtención de resultados;
  • los equilibrios existentes (status quo) que se desea alterar no son meras entelequias ni se rompen fácilmente y sin costo: son producto de arreglos y rearreglos surgidos a lo largo del tiempo y por ende son dependientes de esa trayectoria y tienen una gran inercia que el cálculo político y técnico debe considerar;
  • cualquier perspectiva reformista tomará en serio esa dependencia de la trayectoria pues sabe que en democracia difícilmente se producen revoluciones, rupturas o  cambios de paradigma.

Los leves avances de la corriente reformista provocan previsibles reacciones en el bloque rupturista, encabezadas la semana pasada por la dirección del PPD y por el PC. Ambos insisten en la integridad de las reformas, exhortan a una asamblea constituyente y llaman a recuperar el dogma del Programa como piedra angular del gobierno Bachelet. Todo esto acompañado en las calles con la movilización social de estudiantes y profesores por una “nueva educación”, tomas de colegios y universidades, y la presión de diputados y senadores próximos al bloque rupturista sobre el gobierno.

En términos de ideologías en juego dentro del espacio político, no parece correcto señalar que se estaría creando un nuevo centro sobre el eje izquierda-derecha. En efecto, la NM continúa ocupando la zona de centro-izquierda en ese espectro, ubicándose a la siniestra suya nada más que un atomizado enjambre de grupos anti-sistema, sin representación parlamentaria y, en su inmediato contorno, el PRO, un movimiento electoral más que un partido y por eso con escasa relevancia actual dentro del campo del poder y de la opinión pública. A la diestra de la NM, en tanto, se mantiene -invariable e inconfundiblemente- la derecha con sus dos colectivos principales (RN y UDI), hoy aplastada y rodeada por un número de pequeños grupos surgidos al alero de dicho sector ideológico que esperan prosperar electoralmente bajo el nuevo sistema electoral.

Por lo mismo, cabe concluir que la denominada pugna por el centro político es un mero espejismo, gatillado por la confusión reinante en las élites políticas y por una interpretación mecanicista del espacio político como espacio unidimensional (izquierda-derecha).

El centro como punto intermedio sobre esa dimensión se halla subsumido en la práctica -cual polo subalterno- dentro de la NM, bajo la forma de una corriente o bloque reformista. Por el momento, allí reside el centro en su mayor potencialidad de forma (el gradualismo, la moderación, la búsqueda de acuerdos y la articulación de ideas e intereses) y de fondo, en cuanto proyecto de contenido socialdemócrata de tercera vía.

Subsiste por ahora la incógnita sobre cuál será el desenlace de la pugna en torno a la conducción del gobierno y cómo esa resolución, una vez producida, impactará sobre el reacomodo de los principales bloques que buscan posicionarse en el centro de gravedad del gobierno Bachelet y la NM.

La derrota momentánea del núcleo bacheletista inicial (ministerio Peñailillo y Arenas, G90 y las redes que llevaron a la conformación del bloque rupturista, las cuales comenzaron a tejerse durante el tiempo de la “precampaña”) es un elemento clave de la actual crisis de conducción que la NM aún no logra superar.

Hasta ahora, la Presidenta Bachelet -que tiene en sus manos la llave de la solución- no parece haber decidido el curso que desea imprimir al proceso de reconducción de su gobierno. Hasta aquí ha intentado equilibrar la influencia de ambos bloques en pugna, ofreciendo a uno la gestión efectiva, el estilo y la definición táctica de la acción gubernamental mientras mantiene en vigor, sin descartar, el programa maximalista y las expectativas refundacionales del otro.

Esta ambigüedad, sostenida en medio de las turbulencias de los últimos meses, en un campo de maniobra política y fiscal progresivamente más estrecho, parece rendir cada vez menos beneficios con costos cada vez mayores. Un mal negocio a todas luces.

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