Discusión constitucional

Discusión constitucional

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A pocos dias de que el Consejo ciudadano de observadores (CCO) entregue su informe sobre los cabildos y encuentros locales realizados en el marco del proceso constituyente, empiezan a surgir preguntas acerca del modo en que esta historia va a continuar (o no). La primera gran interrogante guarda relación con la discusión exegética. Sabemos que hay varios entes trabajando, de modo paralelo, en el procesamiento de los datos, y no sería raro que hubiera resultados divergentes. Por lo mismo, muchos querrán luego llevar agua su propio molino, pues quien fije el contexto de interpretación habrá ganado buena parte de la batalla. En este plano, conviene desde ya bajar las expectativas: si alguien espera que de aquí salga algo así como un programa constitucional nítido, saldrá muy desilusionado. Tal como ha sugerido el equipo de la Universidad Diego Portales que trabaja en el tema, no habrá muchas conclusiones claras de los cabildos. Es posible que algunos de éstos hayan sido un gran ejercicio de discusión colectiva, pero eso no alcanza para deliberación.

Esto nos conduce a una dificultad seria, que se va haciendo cada vez más patente en nuestro país. Como ha explicado Claudio Alvarado en su reciente libro La ilusión constitucional, los cabildos fueron una buena excusa para que la dirigencia política se abstuviera de entrar al fondo de la discusión constitucional, esperando que el pueblo se expresara. Hubo allí una irresponsabilidad mayúscula, porque en democracias masivas como la nuestra la voz del pueblo simplemente no existe sin mediación política. El mensaje del demos no es unívoco ni transparente, y por eso tenemos representantes encargados de procesarlo y conducirlo. Los políticos han olvidado completamente este aspecto, y quisieran ser una mera correa transmisora de la voluntad de otros. Aunque ellos no parecen darse mucha cuenta, esta situación los tiene en el desprestigio total. Por un lado, invocan la aspiración irrealizable de seguir borregamente la voluntad ciudadana (que no existe sin mediación política); y, al mismo tiempo horadan su propia legitimidad (si los políticos no creen en su función específica, ¿por qué habríamos de creerles nosotros?).

La flotabilidad extrema del escenario presidencial es una manifestación más de este fenómeno: no hay, por ahora, candidatos suficientemente creíbles, capaces de liderar un proyecto político; solo hay veletas que no quieren pagar ningún costo. El propio Ricardo Lagos ha renunciado a clarificar el escenario, prefiriendo hablarle a la izquierda dura en lugar de fortalecer su ethos socialdemócrata, contribuyendo así a la confusión reinante. En este contexto, urge tomarse en serio la discusión política en general, y la constitucional en particular, y eso exige que cada cual ponga sobre la mesa propuestas de contenido. De lo contrario, el actual gobierno terminará sumando una nueva decepción a su ya largo prontuario de promesas grandilocuentes que no pasa de la declaración de intenciones. El problema, ya sabemos, es que la política siempre vuelve por sus fueros.

Daniel Mansuy

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