Descontento y rebeldía-Sergio Urzúa

Descontento y rebeldía-Sergio Urzúa

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Cuando se evalúa el pasado, presente y futuro de Chile, hay una brecha generacional enorme. Esta quedó comprobada en la última elección (la ventaja de Gabriel Boric se redujo con la edad) y encuestas sugieren que el plebiscito de septiembre la plasmaría una vez más (apruebo ganaría entre sub-35). Ya, ¿y qué?

La distintiva mirada de las nuevas generaciones puede anclarse en el duro golpe para sus aspiraciones que ha significado una década de mínimo progreso económico (¿cómo digerirán ahora la inflación?). Menos sabemos del origen de su mayoritario apetito por extremar la transformación, casi una rebeldía frente a lo que se construyó.

“Liberalismo y sus descontentos”, el último libro de Francis Fukuyama, podría ofrecer una explicación al fenómeno. La clave sería el arribo de un neoliberalismo extremo que, en el contexto de democracias liberales desarrolladas, habría bloqueado la intervención y regulación por parte del Estado, amplificando la desigualdad.

La tesis, claro, no convence en el plano local. Es inconsistente con la realidad de las últimas décadas y no explica la grieta generacional (en Chile y el mundo). De hecho, evade un tema central: ante los desafíos de las sociedades modernas, ¿cómo impactan redes sociales y globalización la construcción y propagación del instinto juvenil de desafiar? Paréntesis: vea la cuarta temporada de la serie Borgen. La similitud de temas entre las diametralmente distintas realidades danesa y chilena es ilustrativa de lo anterior. El motín del hijo de Birgitte Nyborg parece familiar.

No es necesario, sin embargo, explicar el quiebre generacional para divisar sus consecuencias sobre la sociedad. En esto el texto de Fukuyama sí acierta. Desde los más jóvenes se puede asaltar la mejor solución institucional creada para gobernar pacíficamente una sociedad pluralista: el liberalismo. No es coincidencia que Putin lo declarara “obsoleto” el 2019. Orbán hace lo propio en Hungría. La derecha nacionalista-populista y la izquierda radical-progresista aprovechan el cambio generacional para enamorar.

Y en el caso local, la mayoría de la Convención Constituyente (CC) se subió a un bus con destino similar. Desde el supuesto poder sanador del Estado hasta un atípico sentido de comunidad (tema central del malestar), su propuesta y el proceso que la originó no cuentan con una virtud central. Aquella que los griegos llamaron sôphrosýnç y que hoy interpretamos como la sabia templanza o moderación frente a la atracción que generan los extremos. Fukuyama aloja en su promoción la protección de la democracia liberal. Y tiene razón. El autoritarismo crece con la escasez de tal virtud.

Cierro con un dato curioso. El promedio de edad de la mesa directiva de la CC es 36 años. Sus 9 miembros tenían en promedio 14 cuando el Presidente Lagos llegó al poder. Es más, cuatro eran menores de edad cuando Lagos terminó su período. Quizás fue incultura el vilipendiar a los expresidentes, pero marginarlos de la clausura tiene un tufillo a rebelión. Por eso la carta del expresidente es notable por partida doble. Educa al grupo y, al mismo tiempo, les comunica su falta de sôphrosýnç. Ahora bien, por lo mismo, es una fuente de preocupación. (El Mercurio)

Sergio Urzúa