Democracia, una tradición más que centenaria-José Miguel Serrano

Democracia, una tradición más que centenaria-José Miguel Serrano

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Los chilenos fuimos ganando espacios de libertad durante muchos lustros y décadas, hasta llegar al estado actual donde somos personas creadoras de nuestra propia realidad, capaces de modificar aquello que no parezca legítimo, a través de los medios políticos que se han establecido para resolver estas situaciones. Es en este punto donde la noción de la libertad se muestra en toda su dimensión. La idea de que somos individuos que nacimos independientes, fue desde los inicios de la República un ideario que logró imponerse y hacer que la voluntad migrara desde un espacio tremendamente restringido y controlado – como aconteciera durante la época de la Colonia -, hacia una dimensión amplia y libertaria.

En Chile, el sentido de la legalidad y de la libertad está profundamente arraigado entre las personas y constituye una característica muy propia de la nacionalidad, una tradición de larga data. Es importante contrastar esta característica con lo que sucede en América Latina, donde la inestabilidad jurídica y el caudillismo populista suelen darse con demasiada frecuencia, en naciones tanto grandes como pequeñas; situaciones que representan la manifestación de una falta de madurez cívica y política que tiene como trasfondo la escasa tradición jurídica de aquellas naciones. Esta tradición no debe medirse por la cantidad – más o menos abundante -, de legislación que pudieran mostrar esos países, sino que, por el sentido genuino de respeto de la sociedad como un todo a la legalidad, a las instituciones fundamentales del Estado y a los poderes debidamente constituidos. En suma, apego a una convivencia democrática.

Podrían señalarse muchos factores que influyeron para que el pueblo chileno llegara a tener esa característica única en nuestro continente, pero sin duda esta mentalidad se fue formando a través de un largo proceso educativo, en el que participaron grandes personajes de nuestra historia. Hoy, cuando Venezuela se encuentra postrada y agobiada, quisiera rendirle homenaje a un hombre extraordinario llamado Andrés Bello, ese insigne venezolano – educador, jurista y mucho más -, que durante la primera mitad del siglo XIX trajo sabiduría y equilibrio a nuestra incipiente República. Primero a través de su influencia intelectual en los años posteriores a la Constitución de 1833, que le dio a Chile una estabilidad política sin par en América Latina, y más tarde con su renombrado Código Civil de 1855, el cual permitió dirigir y encarrilar las actividades particulares de las personas, terminando con los caudillismos y dando sustento al respeto por el orden establecido.

Indudablemente, son logros que no se crearon de manera espontánea, de un día para otro. Fueron construyéndose a través del tiempo con el esfuerzo de muchos, de todos, con tradiciones políticas y sociales que se hicieron fuertes con el paso de los años. Esta es la razón primordial por la cual Chile es un país ordenado, respetuoso del orden constitucional y de su tradición democrática casi bicentenaria.

Sin embargo, ahora vemos algunos movimientos políticos que tienen como filosofía de vida el “rupturismo”, cuyo único norte es derrumbar todo lo construido, cambiar lo que se edificó con el aporte de nuestros padres, abuelos y ancestros, pero sin realizar propuestas alternativas que sean viables. Claro, esas corrientes de opinión o movimientos están conformados generalmente por personas irreflexivas, demasiado jóvenes, impacientes, sin experiencia. Nada duradero se erige sobre las cenizas de lo existente. No es bueno, no es positivo y además, siembra el caos. Por fortuna para Chile, las grandes mayorías nacionales son prudentes y respetuosas de las tradiciones políticas, y de nuestra preciada libertad.

Qué importante es valorar lo que tenemos, lo que hemos logrado construir en este apartado rincón del planeta. Cuando observamos los acontecimientos más allá de nuestras fronteras, podemos ver cómo muchos gobiernos van erosionando los espacios de libertad personal, ganados con tanto esfuerzo. Se coartan dichos espacios a través de cientos de pequeños cambios, uno a la vez, casi imperceptibles al comienzo para la ciudadanía, hasta que se atraviesa el umbral donde las libertades individuales ya no se pueden recuperar, como ha sucedido en Venezuela. (La Tercera)

José Miguel Serrano

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