Del dolor a la esperanza

Del dolor a la esperanza

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Hay muertes que nos impactan especialmente. Nos parecen absurdas, inexplicables. Y una de ellas es la del joven Camilo Catrillanca. Ella representa un enorme dolor para su familia, pero también pone un manto de duda sobre tantas esperanzas que nos habíamos hecho ante los indudables progresos que, con la colaboración y generosidad de las distintas fuerzas políticas y los sectores involucrados, se habían realizado en el proceso de paz en La Araucanía.

Junto a la tragedia humana y política que esa muerte representa, hay un hecho adicional que refuerza la sensación de impotencia: el intento de algunos carabineros de engañar a las autoridades y a la opinión pública en general. Se trata, ciertamente, de una minoría, pero de una minoría muy calificada, que había recibido un entrenamiento que, se supone, debía haber reforzado su sentido de la justicia.

No hay orden ni patria que puedan construirse sobre la mentira y el abuso. Además, el hecho de haber sometido a maltratos al menor de 15 años que acompañaba a Catrillanca resulta absolutamente inaceptable. En este contexto, la decidida respuesta del ministro Chadwick en cuanto se supo del engaño fue muy oportuna. En Carabineros de Chile no puede haber lugar para la falsedad.

En todo caso, precisamente porque la situación es grave, resulta necesario guardar la calma. Hay que esperar los resultados de las investigaciones del Ministerio Público y recordar que, más allá de las obvias responsabilidades que exigió el ministro del Interior, las sanciones definitivas corresponderán al Poder Judicial.

Este trágico episodio nos deja lecciones importantes. La fuerza pública, como su propio nombre lo indica, es aquella que se ejerce de acuerdo con la ley y en representación de la sociedad. No puede confundirse en ningún caso con la pura violencia, con el capricho y la sinrazón, que es la lógica que aplican esos delincuentes que queman escuelas, iglesias o vehículos destinados al trabajo. El gran desafío de la seguridad pública es, siempre, defender a la sociedad con firmeza, pero sin entrar jamás en la lógica de la delincuencia que quiere combatir.

Errores puede haber siempre. El combate del crimen se realiza en circunstancias muy excepcionales, donde muchas veces hay que proceder con celeridad y no se dispone de tiempo para calibrar debidamente la situación. Pero los abusos y el engaño no son errores. Ellos constituyen modos de comportamiento que no tienen cabida en la fuerza pública de una sociedad comprometida con la dignidad humana y el resto de los valores democráticos.

Queda una larga tarea por delante. Se requerirá generosidad y paciencia para reparar las heridas y recuperar confianzas. El cálido recibimiento que un grupo de maoríes hizo al Presidente Piñera en su reunión con la gobernadora de Nueva Zelandia nos muestra que hay sociedades que sí lo han conseguido. ¿Por que no intentarlo en nuestro pais?

La Tercera

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