DeepSeek versus mapudungun

DeepSeek versus mapudungun

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Un dirigente gremial se quejó hace pocos días del «terrible problema» que significaba para el país la falta de profesores de mapudungun. Estarían en juego muchos «asuntos claves». Fue una alerta dramática. Como si estuviera en juego la supervivencia de la nación. En realidad, dicha carencia habría que agradecerla.

En efecto, mientras se hacían audibles sus lamentaciones, en el resto del mundo, ese que debería importarle a cualquier país que se tome en serio su desarrollo -es decir, en nuestro caso, hacia donde se dirigen las exportaciones verdaderamente claves para nuestra ansiada prosperidad y aquellos con conciencia de las tremendas dificultades que tienen los ajustes mundiales- tenían su mente puesta en DeepSeek. Claramente, dos confines dentro de una misma galaxia.

Y es lógico. Si bien se conversa, y excesivamente, sobre «guerras arancelarias», rara vez se reflexiona sobre el carácter de estas. Se deja de lado que no son más que simples expresiones de transformaciones de gran calado en las que está inmerso el planeta entero. El mundo está en una mega-batalla de naturaleza tecnológica. Ahí es donde se aprecia la centralidad de DeepSeek y la falta de sustancia de esa peculiar queja gremial.

Es en el campo del desarrollo tecnológico e innovación donde se decidirán los rasgos y las configuraciones de poder del nuevo orden mundial. A ese rasgo del mundo actual es completamente ajena la oralidad proveniente del Pillán y otras ancestralidades. En el mundo de hoy importa cuánto se invierta en innovación tecnológica y empresas como DeepSeek, así como cuánto espacio tengan los tecno-empresarios, como su CEO, Liang Wenfeng.

Lo verdaderamente central es comprender que la forma de ver el mundo de Liang lo emparenta indefectiblemente con los tecno-empresarios estadounidenses. No es casualidad. Todos están luchando por disminuir costos, innovar de la manera más disruptiva posible, por tener las mejores conexiones con el mundo político e influir a escala mundial.

Liang estudió Ingeniería en la universidad de Zhejiang, que, al parecer, goza de gran prestigio. Quienes han escrito las pocas cosas que se saben de él, por ahora, dicen que allí aprendió que la IA «iba a cambiar el mundo». Habría dedicado años a intentar aplicar la IA en diversos ámbitos. Y, al igual que Musk, se mueve con osadía y espíritu diferenciador. Pese a vivir en un régimen de mentalidad estatizante, sabe que la competitividad y la audacia individual son fundamentales y que se pueden aprovechar los espacios libremercadistas abiertos en los 80 por Deng Xiaoping.

«Nosotros planteamos la hipótesis de que la esencia de la inteligencia humana podría ser el lenguaje, que el pensamiento humano podría ser, esencialmente, un proceso lingüístico», dijo recientemente en una entrevista a Waves, considerada la principal revista china de inversiones online, agregando, «lo que usted considera el ‘pensamiento’ podría ser, de hecho, su cerebro tejiendo lenguaje».

Ante esas palabras, cabe reflexionar sobre la viabilidad de insertarse en estos procesos recurriendo a la oralidad de sociedades aborígenes de tipo pre-agrícola.

¿Se entenderá que la única manera de enfrentar los desafíos del futuro es mirar hacia adelante y no hacia tiempos pretéritos?

El gran fenómeno de este proceso, y que la política en general (partidos, líderes e instituciones) encuentra difícil entender, es el apego de los tecno-empresarios a las líneas nacionalistas, dando pie a un proceso denominado tecno-nacionalismo. Xi Jingping parece haber entendido que esa, y no otra, es la macrotendencia del siglo 21, el cual acaba de comenzar en realidad.

Ello se refleja, por ejemplo, y a diferencia de otras startups que buscan talento extranjero, en el hecho que Liang apostó por jóvenes ingenieros chinos recién egresados. Muy significativo. Selecciona connacionales de generaciones muy jóvenes.

Es indudable que esta convergencia nación/tecnología está produciendo en China ese efecto amalgamador tan necesario para plantearse grandes objetivos y darse un sentido existencial como nación. Todo eso mediante grandes narrativas, las cuales son imprescindibles no sólo para las grandes potencias. 

De ahí la importancia de otear el horizonte, mirando hacia adelante, y no hacia sociedades extintas, cuyas lenguas impiden enfrentar con éxito los desafíos, tantos aquellos narrativos como los conceptuales más complejos.

Algunos estudios internacionales denominan dicha convergencia como «momento Sputnik» recordando ese efecto trascendente de 1957, cuando la Unión Soviética logró poner en órbita terrestre el primer artefacto producido por el ser humano. Fue un logro histórico, que remeció a la humanidad entera, y planteó un desafío político inédito a EE.UU., cuya respuesta fue el exitoso llamado del Presidente Kennedy a la ciencia estadounidense para que trabajase en pos de poner a un ciudadano de ese país en la luna antes que finalizara la década de los 60. Fue un momento aglutinante, motivador y traccionador de grandes orgullos.

Por ahora es difícil decir dónde se sitúa el momento Sputnik chino. Podría ocurrir nuevamente en el ámbito espacial, o bien en el de la IA. En todo caso su naturaleza será nuevamente tecnológica. Quizás termine siendo la irrupción de DeepSeek.

Vistas las cosas del mundo de hoy en frío, y lejos, tanto de las utopías fantasiosas como de los países alejados de la gran confrontación de las potencias centrales, a los países pequeños e intermedios les corresponde examinar su propio lugar.

Sintetizando, hay que tomar como una bendición la falta de profesores en oralidades ancestrales. Bastante más recomendable sería examinar el nivel de inglés y chino en las universidades, en los colegios y en los sectores centrales de la economía del país. No hay otra manera de enfrentar el futuro. (El Líbero)

Iván Witker