Decepciones

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Cuando vi las imágenes, el día sábado, de las estaciones del metro ardiendo en forma simultánea, en una acción que —por la logística implicada— difícilmente pudo ser espontánea, me di cuenta de la gravedad y tremenda carga simbólica de ese hecho: se había dañado no al Gobierno, no al Estado, sino a los sectores medios y populares que esperaron por décadas que el metro llegara cerca de sus lugares de residencia. Se incendió una conquista muy anhelada del mismo pueblo, tal vez de los pocos símbolos de democratización real de estas décadas, en una ciudad en que las largas distancias más un mal transporte público, en vez de ser fuentes de integración, han sido origen de segregación social. Se hirió al pueblo, se lo maltrató de una manera brutal, agregándole, a la larga lista de abusos que ha debido soportar por décadas, esta violación a los derechos humanos de la que pocos líderes de la izquierda han dicho nada contundente, claro y decisivo. Yo hubiera esperado más de ellos —voté por algunos—; confieso que me decepcionaron, al punto de empezar a cuestionarme qué significa ser de izquierda hoy en Chile y si ser de izquierda implica tener un doble estándar ante la violencia y violación de derechos humanos, vengan de donde vengan.

De los líderes de la derecha que no han condenado con fuerza la muerte de civiles en estas jornadas de protesta no me he decepcionado, porque nunca les vi convicción profunda sobre los derechos humanos. De Piñera no me he decepcionado tampoco, porque nunca creí que fuera un político con estatura ni visión. Tampoco de una parte de la derecha económica, que ha puesto, por sobre el amor al país, el amor al dinero, con sus burdas y violentantes colusiones que dañaron de manera casi irreversible las reglas mínimas del propio modelo económico, de cuyas bondades nos han querido convencer todos estos años. Uno no puede decepcionarse de lo que ya está decepcionado. Pero confieso, en cambio, que es muy doloroso darse cuenta de que varias jóvenes promesas de una nueva política que surgieron después del movimiento estudiantil de 2011, y a los cuales dediqué entusiastas columnas en este mismo medio, no estuvieron a la altura en esta crisis. Su relativización de la violencia delictual o terrorista que el pueblo ha vivido en carne propia en estas duras jornadas es inaceptable. Qué paradójico: en momentos en que un gobierno de derecha —por el que no voté— está en jaque por una vasta movilización ciudadana, se me cayó mi izquierda, a la que pertenecí y desde la que luché contra la dictadura militar en la década del 80, y que abandonó a un pueblo que tuvo mucho miedo en estas noches de terror desbocado. Pero, para ser justos, ya esa decepción había empezado a nacer en mí antes, cuando vi la devastación de un símbolo de la educación pública, el Instituto Nacional. La educación pública incendiada, el metro incendiado: lo público en llamas, y la izquierda callada. Y no pude dejar de pensar en Albert Camus, el filósofo francés que —en plena crisis de Argelia— ya había desmenuzado y criticado cualquier “terrorismo inútil” con claridad y valentía, ganándose una andanada de ataques arteros de su propio sector. Camus, un hombre de izquierda, no era un intelectual de doble estándar como Sartre, que hizo vista gorda de los horrores estalinistas.

Pero, ¿de quién no me he decepcionado en esta crisis? De la gente de La Serena que está en este momento acompañando a una orquesta universitaria a cantar “el derecho de vivir en paz”, de Víctor Jara, en una movilización pacífica ejemplar. De los miles y miles que no dejan de confluir en una marea ciudadana consciente y que neutraliza a los encapuchados. De los jóvenes y pobladoras que fueron a limpiar los escombros que quedaron de las noches de saqueo y pillaje. Del pueblo que se levanta al alba, de los pequeños comerciantes que resisten con sus pymes (sin apoyo de nadie), los verdaderos empresarios de Chile, no los de la desmesura y el cinismo. En ellos creo, en ellos deposito ahora mi esperanza. De ellos no me he decepcionado y espero no decepcionarme. (El Mercurio)

Cristián Warnken

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