El 4 de enero pasado se prepublicó un estudio de científicos chinos sobre la infectividad y mecanismos de acción de una variante cercana a Sars-CoV-2, propia de pangolines, mutada artificialmente en laboratorios y que se inoculó por vía nasal a un grupo de ratones.
Estos animales de experimentación también habían sido manipulados para que expresaran un receptor propio del ser humano, ACE2, que precisamente usan estos virus para penetrar las células, producir inflamación, la enfermedad y la muerte.
Si bien el virus original, detectado el año 2020, no fue producido en un laboratorio, sí fue aislado, cultivado y potenciado en su agresividad en uno. La cepa original (pCoV-14 GD01) carecía de la agresividad que mostró el espécimen obtenido con posterioridad. El experimento mostró que la infección por el virus artificial resultó en un 100% de mortalidad de los ratones, fundamentalmente por lesiones cerebrales.
El paper en cuestión asegura que las convenciones éticas respecto de la experimentación con animales han sido respetadas; pero es evidente que la cuestión moral del asunto sobrepasa con creces esta afirmación.
Para un lego, independiente de la terminología biológica, el reporte prepublicado genera interrogantes urgentes: ¿Cuántos laboratorios con nivel de bioseguridad máxima, nivel 4 (BSL-4), que manejan estos agentes de altísimo riesgo para la especie humana, hay en el mundo, y qué agencia los controla? ¿Este documento implica que la potenciación de virus peligrosos es una práctica habitual? ¿Por qué la mayoría de estos laboratorios tiene algún nivel de dependencia de las Fuerzas Armadas de los países respectivos?
La respuesta habitual a este tipo de inquietudes es que la manipulación de estos agentes, potenciando su eventual daño, simula lo que podría ocurrir espontáneamente en la naturaleza, y que resulta prudente adelantar artificialmente estos cambios genéticos para entender los mecanismos de enfermedad y dar la posibilidad al desarrollo de vacunas específicas.
Sin embargo, es claro también que la OMS no ha desarrollado ni convenido una política de vigilancia sobre estos laboratorios, como trata de hacer, por ejemplo, el Organismo Internacional de Energía Atómica en su área.
En una evaluación del año 2021, solo el 40% de los laboratorios BSL-4 pertenecen al Grupo de Expertos Internacionales de Bioseguridad y Reguladores de Bioprotección. El total de instalaciones de este tipo son sesenta, y se enfocan en enfermedades humanas y/o animales, especialmente manejando experimentación con virus y desarrollo de vacunas.
Hasta ese año, el recinto más grande era el de Wuhan, cerca de la ciudad del mismo nombre. El cambio climático está exponiendo a nuestra especie a miles de virus que tienen naturalmente la capacidad de infectarla.
El estudio en cuestión, además de múltiples informes sobre la falta de certificación adecuada de recintos donde se experimenta para potenciar agentes infecciosos artificialmente produce una gran preocupación.
No se sabrá cuál es la explicación raíz para la pandemia covid, que ha sido una de las más letales en la historia de la humanidad. Lo que se ha vivido desde el año 2020 obliga al menos a garantizar que no sea uno de estos virus potenciados el que produzca la próxima catástrofe. Y no se ha hecho.
La evolución natural de la vida da un cierto tiempo para adaptarse. La evolución biológica artificial no da esa opción.
Dr. Jaime Mañalich



