DC y aborto libre

DC y aborto libre

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Haría bien el Dr. Pedro Becker Rencoret en tomarse en serio la doctrina católica sobre la conciencia y no en la forma ligera y superficial que trasunta en su carta “DC y aborto libre”, en que me transforma casi en el ideólogo de esa forma de aborto (a raíz de mi libro “Cristianos sin Cristiandad”, el que por supuesto no ha leído).

En ese libro, junto con fundamentar mi voto en favor del proyecto sobre interrupción del embarazo en tres causales, me declaro contrario (p. 78) a la legalización del aborto libre (mis argumentos los desarrollo en la columna “Sobre la legalización del aborto libre”, publicada en estas mismas páginas el 31 de julio de 2018).

En la doctrina católica, la conciencia se define como obediencia a la voz de Dios que habla en mi interior. La conciencia, recta y formada, es sagrada e inviolable, es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, el primer Vicario de Cristo en la tierra. El rol del Magisterio de la Iglesia consiste en iluminar y formar la propia conciencia, pero nunca en sustituirla. El que obra en contra de los dictados de la propia conciencia peca. Esa es, en apretada síntesis, la doctrina católica sobre la conciencia moral (ver pp. 140-161 de mi libro).

Lo anterior tiene al menos una consecuencia y es que el laico, político y legislador católico, actuando dentro de su esfera de competencia (autoridad secular), hay una sola cosa que no puede hacer: subcontratar o externalizar su propia decisión, así se trate del Papa o del Obispo (autoridad eclesiástica). Eso contravendría el concepto central en el Concilio Vaticano II de la justa autonomía de las realidades terrenales, complemento necesario de la doctrina sobre la dignidad de la conciencia moral.

Eso sería clericalismo en estado puro, que es la negación de la doctrina católica, especialmente a partir del Concilio Vaticano II (1962-1965), que es, a su vez, el certificado de defunción de la Cristiandad y el Estado confesional. El Concilio restablece la sana doctrina sobre la dignidad de la conciencia moral al sostener que “la verdad no se impone de otra manera, sino por la fuerza misma de la verdad”, libre de coacción externa. La buena nueva del Concilio es que somos cristianos sin Cristiandad, y es así como debemos navegar, no a ciegas, no a la deriva, sino anclados en la Verdad sobre Jesucristo, en la búsqueda común de la verdad y el bien. (El Mercurio Cartas)

Ignacio Walker

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