La frase “La lucha por el poder y la paz” forma parte del título de la obra famosísima de Hans Morgenthau (Politics among Nations. The struggle for Power and Peace, 1948) dedicada al análisis y teorización de las relaciones entre las grandes potencias en el sistema internacional, y que se considera funda la escuela del realismo político de las relaciones internacionales contemporáneas.
Sintéticamente, Morgenthau consideró que las grandes potencias mantienen una lucha permanente por el poder y la influencia en el sistema internacional. Esta actividad es continua y se desarrolla tanto en tiempo de paz como en la guerra -lo que enlaza con la tesis expuesta por von Clausewitz en su afamada obra De la guerra (Vom Kriege, 1832)-.
De este modo, las grandes potencias aprovechan los períodos de paz para acumular recursos y capacidades de cara al próximo enfrentamiento, que puede ir desde una crisis diplomática hasta un enfrentamiento bélico a gran escala; de ahí la frase inicial que citamos: la actividad de las grandes potencias se sustancia en una lucha permanente por el poder y la paz.
En esta interacción permanente ordenan el sistema internacional, establecen regímenes de seguridad y crean reglas, normas y procedimientos de adopción de decisiones que son de aplicación para todos los sujetos internacionales, con independencia de que hayan participado en su creación, los hayan aceptado o no o sean favorables o contrarios a sus intereses.
Las potencias medias y el resto de actores de las relaciones internacionales, estatales y no estatales, quedan sometidos al poder de las grandes potencias y, en caso de crisis, incluso sucumben ante el acuerdo de éstas.
Los ejemplos paradigmáticos son la Conferencia de Múnich de septiembre de 1938, el Pacto Ribbentrop-Molotov de agosto de 1939 o la Conferencia de Yalta de febrero de 1945, durante los cuales las grandes potencias dispusieron a su antojo de países y regiones enteras sin más limitaciones que sus propios intereses.
Después de un creciente deterioro de las relaciones entre los Estados Unidos y Rusia como consecuencia de la anexión rusa de Crimea y su apoyo a los rebeldes en la guerra civil en el Donbas durante la primavera y el verano de 2014, las relaciones entre las dos grandes potencias nucleares estaban en un estado “casi crítico”, como expresó el 15 de junio de 2021 el asesor presidencial ruso en política exterior, Yury Ushakov.
A finales de 2020 el presidente Putin ya había propuesto una reunión de los Estados miembros del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que forman el Directorio mundial, para tratar los principales temas de la agenda internacional, crecientemente deteriorada por tensiones políticas, sanciones económicas cruzadas, crisis diplomáticas y, finalmente, ejercicios militares cerca de las fronteras de unos y otros sin precedentes desde los tiempos de la Guerra Fría.
La propuesta rusa no tuvo respuesta desde el lado occidental. Sin embargo, el 13 de abril de 2021, en el curso de una conversación telefónica, el presidente Biden propuso a Putin la celebración de una cumbre bilateral en un plazo breve de tiempo, propuesta que fue aceptada por la parte rusa. De inmediato, los asesores de seguridad nacional de los dos presidentes se reunieron en Ginebra y acordaron la celebración de una cumbre bilateral en Ginebra, que se celebró el 16 de junio de 2021.
De este modo, las grandes potencias estaban decidiendo concertarse de nuevo entre ellas, es decir, creando regímenes implícitos y explícitos creadores de normas de ius cogens (de obligado cumplimiento) para el sistema internacional.
Ante esto ¿Qué pueden hacer las potencias medias y el resto de los Estados?
Volviendo a Morgenthau, éste decía que una política exterior racional es la que sirve a los intereses nacionales, por tanto, los dirigentes políticos que conducen la política exterior de acuerdo con los intereses nacionales son los que desarrollan una política exterior coherente. Este es el único medio que tienen para poder sobrevivir en el sistema internacional, cumplir las normas generales y formar parte de alianzas.
Aquellos Estados que hacen caso omiso a estos principios y basan sus políticas exteriores exclusivamente en cálculos de luchas internas de poder o en agendas universalistas que desconocen el sacrosanto principio de la soberanía nacional están abocados al fracaso y, como enseña reiteradamente la historia de las relaciones internacionales, terminan sucumbiendo ante la aplicación del poder por parte de las grandes potencias. Es probable que veamos cumplirse algunas de estas afirmaciones a corto plazo.(Red NP-Derecho y Política Internacional-Universidad de La Laguna-Tenerife, España)
Luis Pérez Gil