Cultura-Cristián Warnken

Cultura-Cristián Warnken

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Acaba de asumir el nuevo ministro de Cultura. «¿Ministro de qué?», podría perfectamente preguntar alguien suspicaz por ahí.

Cultura es de esas palabras que corren el riesgo de convertirse en un «flatus vocis» (palabra vacía) por la cantidad de dimensiones que puede incluir (todo puede ser cultura) y por lo difícil que resulta de definir. Lo mismo le pasaba a Borges con la palabra «poesía». «Pero -dice el escritor porteño- cometemos un error cuando creemos ignorar algo porque no podemos definirlo». No podemos definir ni el sabor del café, ni el amor, ni la poesía, pero eso no significa que no existan.

Cuando escuchamos a muchas personas -aunque sean una inmensa minoría- quejarse de la «falta de cultura» en el país, hay ahí una vaga pero honda carencia, muy sentida. Y esa carencia tiene que ver con la necesidad (y el derecho) a la belleza y al espíritu, no como algo etéreo, sino como algo consustancial a nuestra condición de seres humanos. Y en ello incluyo a Bach y Violeta Parra, a Montaigne y la lira popular, a Miguel Angel, a la tradición de los oficios y a las instalaciones de Yayoi Kusama.

Me arriesgo a afirmar que cultura podría ser lo que no puede ser reducido por el pensar calculante, lo que se resiste a ser medido y controlado, la dimensión estética y poética de la existencia. Lo que nos sobrevivirá y permanecerá cuando nuestra civilización haya desaparecido.
Cultura son las tablillas de arcilla en escritura cuneiforme del milenario Poema de Gilgamesh, de origen sumerio, que todavía aparecen en las arenas de un Irak desintegrado por las guerras modernas. Pero Cultura no es una colección de cuadros de artistas famosos que algunos millonarios cuelgan en sus livings . Porque la cultura no es adorno, sino esencia.

La Cultura es concebida por algunos como eso: un adorno, un lujo, un bien suntuario. De ahí la mezquindad de nuestros empresarios con la creación y el pensamiento, por creer que se puede prescindir de ellos, porque no tienen ninguna incidencia en el producto interno bruto.

El otro gran peligro para la Cultura en Chile viene del extremo opuesto, de aquellos sectores que, valorándola, la conciben como un gran botín político a repartir. Ahí están los operadores «político-culturales» de los partidos, siempre al acecho de hacerse de cargos, donde sea y como sea. Y los que, declarándose fuera del «sistema», manipulan las palabras «márgenes», «discriminación», «minorías», solo como chantaje para negociar poder.
Esa es la triste realidad de la Cultura en Chile: o adorno o botín. Claro que hay notables excepciones, como la de la saliente ministra de Cultura, Claudia Barattini, quien me invitó hace unos meses a presidir el directorio del Parque Cultural de Valparaíso. Me impresionó su gesto porque sin dejar de tener ideas ni ideales, no pertenezco a ninguna fracción ni grupo partidario. Y después me enteré de que había convocado a otras personas tan independientes como yo a distintas tareas.
Es verdad que esta ministra no tuvo rating , y tal vez debió buscar que la entrevistaran en algún programa de farándula para conseguir mayor visibilidad, como aconsejan hoy los asesores comunicacionales. Tampoco tenía redes sólidas en el «mundo político». Pero tuvo una convicción: que la cultura tiene que ver con la lógica de la creación y no la del poder, y que muchas veces estas deben ir por carriles distintos, porque tienen tiempos distintos.
El nuevo ministro viene de la Universidad de Chile y por lo tanto estoy seguro entenderá que Cultura es «donde todas las verdades se tocan», para usar una hermosa idea fundacional de Andrés Bello. Por eso no debe ser secuestrada por nadie, porque es tesoro y no botín. Y siempre tendrá bajo rating , pero sobrevivirá a todo lo que hoy tiene alto rating . Y su poder es superior a cualquier otra forma de poder, porque es tal vez el último lugar donde todavía puede brillar la gratuidad, en un mundo cada vez más devastado por el pragmatismo y el cálculo.

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