Cuba, nueva primavera negra

Cuba, nueva primavera negra

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El acto litúrgico más relevante del comunismo fue siempre el congreso del partido. Era lo más parecido a un Concilio Vaticano. Allí solían determinarse las directrices de corto, mediano y largo plazo, ratificar o destituir dirigentes, hacer tabla rasa con el pasado cuando era necesario, o bien discutir eventuales cambios de estructura, introduciéndolos de inmediato, si se estimaba pertinente. Incluso no pocos líderes eran notificados de excomunión durante el desarrollo mismo de un congreso y a veces fusilados ipso facto.

No en vano eran eventos rodeados de un aura de sacralidad infinita. Es como si las decisiones hubiesen venido desde el más allá. Gorbachov, en sus Memorias, relata que siempre le llamó la atención las expresiones más usadas en los congresos comunistas: “se ha determinado”, “se ha decidido”, como si nunca existiese un responsable terrenal de las medidas tomadas. Tampoco nunca trascendía quién convocaba a los congresos. Así fue hasta ahora. Sin embargo, Raúl Castro acaba de informar de la inminencia del 8º Congreso del Partido Comunista cubano. Sin dudas, una notable excepción.

Todo hace presagiar cambios enormemente significativos. Aunque, mirado con frialdad, y dada la catastrófica situación del país, bien podría tratarse del canto del cisne. Mientras la experiencia de Gorbachov demostró que el modelo comunista en ninguna de sus variantes es reformable, la de Deng triunfó por haber conseguido desideologizar el modelo. De ahí su famoso axioma: “no importa el color del gato”. Cabe preguntarse entonces, ¿qué se propone Raúl Castro con un nuevo congreso?

Pronto ya a cumplir 90 años, el máximo líder abdicará. Y ante la incerteza de las consecuencias que tendrá -dicen conocedores de Cuba- se planea instalar un poder más colegiado (posiblemente con más participación del premier). Organismos de DDHH, sin embargo, no descartan que la abdicación conlleve un recrudecimiento de la represión. Una nueva primavera negra, tal cual ocurrió en 2003.

La conjetura se fundamenta en las dificultades políticas de Miguel Díaz-Canel (designado sucesor en la Presidencia de la República) para generar una transición no traumática. El balance del breve período díaz-canelista es más bien negativo, aunque la crisis tenga mucho de estructural. También, en que las dos facetas de la crisis podrían requerir de más rostros disponibles desde la autoridad.

Uno, el surgimiento del movimiento contestatario y aglutinador de lo más granado de la intelectualidad y mundo artístico del país, denominado San Isidro, y que ha dejado al descubierto una vulnerabilidad imprevisible, como es la pérdida de la guerra cultural. Dos, la conversión monetaria, que obligó a introducir el detestado dólar estadounidense a la cotidianeidad de la población, emergiendo a la superficie una vulnerabilidad socio-económica de consecuencias igualmente imprevisibles. De ahora en adelante, el destino del cubano medio se juega más en las posibilidades de sus familiares en el exilio, que en las políticas igualitaristas del gobierno.

Más caras de la autoridad ayudaría también a enfrentar los efectos de la irrupción de internet y los nuevos espacios de opinión pública que la red significa entre las generaciones jóvenes. Para éstas, el partido es una criatura jurásica.

Ante tal cuadro, cabe preguntarse qué rol sigue cumpliendo el Partido Comunista en una sociedad inmersa en cambios realmente profundos. La respuesta no es fácil.

Una primera consideración a tener en cuenta es que la idea de un Partido Comunista es propia del campo europeo occidental (no debe olvidarse que Marx y Engels eran prusianos). En tal sentido, ambos lo concibieron como un instrumento para provocar la revolución y luego afianzar las estructuras del Estado conquistado. La idea matriz está en un texto de Marx, escrito tres años antes que el Manifiesto, llamado Tesis sobre Feuerbach, donde sobresale un párrafo conocido como Undécima Tesis. Esta idea de acercar el verbo a la acción fue adaptada de diversas maneras en el mundo. Intelectuales radicalizados lo hicieron en la Rusia zarista (Lenin); otro tanto hicieron líderes sindicales, como en el Chile de 1922 (Recabarren, Lafertte). Así surgieron estos partidos. En Cuba, el origen del PC no obedece a dicha pauta.

Archie Brown hizo agudas observaciones al respecto. Cuba ha sido un estado comunista absolutamente inusual. Es el único de raigambre hispánica donde tal causa triunfó; es el único donde pervive en el gobierno (exceptuando Asia, con modificaciones sustanciales); es el único donde su existencia anida en la fusión de grupos muy heterogéneos que se hicieron comunistas al calor de la Guerra Fría. Brown sugiere que la experiencia cubana se basa más en el protagonismo de personas, que de grupos organizados.

Y tiene toda la razón. El PC cubano fue re-fundado en 1965, seis años después del triunfo de la revolución. El original, creado en 1925 por el dirigente estudiantil, Julio Antonio Mella y el enviado de la Internacional Comunista, Fabio Grobart, nunca fue del entero gusto de los Castro, pues llegó a formar parte del gobierno de Batista con dos ministros y especialmente por haber mirado con recelo el foco insurreccional.

Esto significa que el PC cubano no ha sido más que un instrumento de los hermanos Castro. Siempre sometido a los humores y temperamento de ambos. Por lo tanto, el desafío del 8º Congreso es cambiar su fuente de legitimidad y mutar a un órgano des-personalizado. Faut de mieux, des-castrizado.

Se trata de un desafío inconmensurable, y, lo más probable, es que la abdicación de Raúl Castro signifique en realidad un intermezzo hacia algo desconocido. Por lo tanto, el futuro del PC cubano, sin la presencia omnipotente de la familia gobernante, no se ve auspicioso. La lucha por llenar el vacío dejado por Raúl Castro (quien una vez cerrada la puerta, no podrá abrirla de nuevo) parece inevitable. Y ello, por dos razones. Por un lado, las fórmulas colegiadas impuestas en estos regímenes, no han dado resultado. Ni siquiera el ingenioso esquema de Tito pudo detener el fin del experimento comunista yugoslavo. Por otro, el pueblo cubano, tan arisco como el resto de los latinoamericanos, se siente históricamente más cómodo con figuras fuertes y esquemas más bien piramidales. Ello explica el poderoso arraigo del presidencialismo en toda la región. También explica esa predilección por los populismos de diversa ralea.

En consecuencia, el régimen cubano se apresta a la compleja etapa de des-personalizar (des-castrizar) su principal fuente de poder, en medio del descrédito cultural y la bancarrota económica. (El Líbero)

Iván Witker

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