¿Cuándo, Chile, cuándo?

¿Cuándo, Chile, cuándo?

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Como nunca, es fundamental sostener el pensar reflexivo estas semanas previas a la segunda vuelta de la elección presidencial. No hay que dejarse llevar por la oleada de rumores, verdades a medias o derechamente mentiras, por caricaturas, miedos paralizantes, odios atávicos, simplificaciones burdas y sesgadas. Estaremos expuestos a un verdadero tsunami de informaciones tendenciosas y será muy fácil ser arrastrados por emociones primarias, casi primitivas. Lo peor de todo sería vivir una regresión psíquica a la división del país de 1973, repetir de manera patética la misma conversación (entre sordos) de una izquierda y derecha atrincheradas en sus verdades y convicciones y miedos y odios, como si nada hubiese pasado en estos casi cuarenta años: el eterno “retorno de lo mismo”. Tenemos que dejar de bajar y subir la misma piedra, como Sísifos condenados a repetir el mismo itinerario, conformándonos con el revival de una película vista una y otra vez, con otros actores, pero con el mismo guion. Tenemos que hacer un esfuerzo por dar un salto de conciencia como país, los descensos que hemos vivido deben servirnos para crecer interiormente. Este es un combate que se da en el Alma, porque los países tienen Alma.

¿Tan poca imaginación tenemos como para seguir contándonos el mismo cuento una y otra vez, “un cuento contado por un idiota”, como diría Shakespeare? La lógica binaria no nos hace avanzar, sino retroceder. Ni la izquierda ni la derecha solas pueden ofrecer un proyecto viable para el país de las próximas décadas. La derecha intentó una vez eliminar a la izquierda y fracasó; la izquierda pareciera querer hacer lo mismo ahora con la derecha y también fracasará. La única posibilidad es generar grandes acuerdos, no a partir de negar u ocultar las distintas visiones (eso sería “quedarse en silencio”, como diría Daniel Mansuy), sino entendiendo que ceder es un acto de grandeza que revela la fuerza y no la debilidad de quien lo hace. Marina Tsvietáieva, poeta rusa del siglo XX, en un bello poema, “Aprendiz”, afirma: “Hay una hora/ cuando domamos nuestro orgullo (…) La alta hora en que dejamos las armas (…)/ y cambiamos la púrpura del guerrero/ por la piel del camello en la playa”. Los países “aprendices”, que son capaces de llegar a “esa alta hora”, son países maduros; los que siguen “pegados” en la misma pista y la misma guerra son países adolescentes que no han sorteado bien el difícil tránsito desde la niñez a la adultez.

Es verdad que los miedos y desconfianzas mutuas vuelven a resucitar a fantasmas del viejo pasado, pero este duelo entre las mismas fuerzas atávicas disfrazadas de rostros nuevos solo revela la pobreza de nuestra política para ofrecer caminos distintos, claros en el bosque. ¿Nadie va a encontrar la necesaria síntesis entre orden y cambio? Qué poco han pensado la izquierda y la derecha en estas décadas, para superar falsas dicotomías, y crear sin repetir ni copiar. Vale hoy el imperativo de Huidobro: “crear, crear, crear”. Ser un país creacionista (no un importador de ideas ajenas) para el futuro complejo que nos aguarda.

Vienen tiempos de más carestía y austeridad: tal vez eso no sea malo, porque, como nos enseña la sabiduría popular, “más transcurre un hambriento que cien letrados”. Vamos a tener que pensar cómo conciliar crecimiento económico con resguardo del medioambiente, vamos a tener que repensar la educación y la ciudad, crear una nueva relación entre el centro del país y las provincias, y habrá que entender por qué la violencia tiene tanta fuerza y persistencia en nuestra sociedad. Y atreverse a mejorar el mercado y el Estado. Pero no con meras consignas ni ideas hechas, sino con una reflexión más sofisticada que la que hoy prima, con más espesor. ¿Cuándo Chile va a despertar de este empate catastrófico, de esta conversación empobrecida y condescendiente sin horizonte ni destino? Como diría Neruda: “Ay, Chile, ¿cuándo y cuándo?”. (El Mercurio)

Cristián Warnken

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