Contribuyendo a la ultraderecha

Contribuyendo a la ultraderecha

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Un antiguo refrán dice que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. La frase se me ha venido a la cabeza ahora que he vuelto a leer el intercambio de cartas, de 1985-86, entre Gabriel Valdés, presidente de la DC, y el Comité Central del PC.

En el año 1985, después de 15 meses, las protestas habían derivado en una forma de violencia en que el reclamo de jóvenes pobladores desempleados era constantemente infiltrado por el lumpen y grupos delictuales. El PC validó este “espontaneísmo” sin importar cuál fuera su nivel de violencia y eficacia. Nada podía ser condenado, pues como lo dijo el Comité Central del partido, “bien miradas las cosas, hasta aquello que los voceros del régimen y su prensa llaman pillaje, saqueos o vandalismo, como el cobro de peaje o los asaltos a los supermercados, no son hoy otra cosa que manifestaciones de los humillados…”. El PC describía (Informe al Pleno de 1985) una visión alucinada de la lucha en las poblaciones: “Son de uso masivo las barricadas, las bombas molotov… las masas usan piedras, hondas, miguelitos… en las calles se atraviesan árboles, trozos de cemento, neumáticos ardiendo, basuras y hasta enseres domésticos”.

La reacción de Gabriel Valdés —que era respetado por la izquierda dentro y fuera de Chile— fue dura: calificó esa política como descabellada y la acusó de promover una guerra inútil, “en que costos de vidas y destrucción material los paga el propio pueblo. Así el pueblo sufre represión y terribles restricciones materiales y además debe perder en cada enfrentamiento la modesta vivienda, la caseta telefónica, el almacén de la esquina, el centro comunitario o los propios medios de transporte, pagando así un doble costo en la guerra idiota y criminal”. Y en 1986, en otra carta al PC, Valdés diría que “juzgamos esa estrategia (la del “espontaneísmo” y la violencia) como contraria a los intereses del pueblo y una cooperación objetiva a la dictadura”.

Han pasado 35 años. Chile, no obstante las muchas carencias de su sistema político, es la democracia más avanzada de América Latina. Pero han vuelto la violencia y el “espontaneísmo”. Ninguna democracia —como lo vemos a diario— está libre de la violencia política; y, seguro también, que esta tiene muchas causas y variados actores. El maniqueísmo de atribuir a una sola organización y a una pura decisión política el origen de este mal no ayuda.

Pero más allá de esta discusión, se mantiene inalterable la certeza de que la violencia y el “espontaneísmo” son una forma de destruir no solo la democracia, sino el movimiento popular, y a la vez, una de las mayores contribuciones al desarrollo de la ultraderecha. Pretender que las protestas rutinizadas donde conviven grupos anarquistas, el lumpen y las barras bravas son una fuerza de cambio, si no es un crimen, es, con certeza, una estupidez. Pero algo peor, cada viernes la vandalización del centro de Santiago, la destrucción de su mobiliario urbano, el destrozo de semáforos, la parodia de barricadas hechas con tarros de basura ardiendo, son un spot de propaganda en favor de las fuerzas de derecha más cerriles y una manera de ahuyentar a las clases medias, a los pequeños comerciantes, de los partidos de centro, de izquierda e incluso de la derecha liberal.

La crítica y condena de esta violencia anárquica ha sido parte de las preocupaciones del pensamiento socialista. Marx fue duro en su condena a los anarquistas (Bakunin y Cía.); Engels criticó “el fetiche de las barricadas”, y a 125 años del prólogo que hiciera a la obra de Marx sobre “La lucha de clases en Francia”, resuenan actuales sus palabras de entonces: “La rebelión del viejo estilo, la lucha en las calles con barricadas, que hasta 1848 había sido decisiva, estaba considerablemente anticuada (…) La barricada había perdido su encanto; el soldado ya no veía detrás de ella al pueblo, sino… agitadores, a saqueadores, a partidarios del reparto, a la hez de la sociedad…”. Y en el análisis de Europa entre las dos guerras mundiales, con la destrucción de sus sistemas políticos y el ascenso del fascismo, los más notables historiadores, tanto socialistas como liberales, concuerdan en que a ello contribuyó esa violencia anárquica, la hipermovilización social, el desorden callejero, las brigadas de choque.(El Mercurio)

Genaro Arriagada

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