Constitución sí, manifiesto no

Constitución sí, manifiesto no

Compartir

Posee un aire de “todo el poder a los sóviets” de Lenin en 1917. No se trata de un ancla en la cual estén las reglas del juego de nuestra convivencia, sino de un programa o manifiesto político para la creación de la sociedad del futuro, mezcla de utopía de redes sociales y de mentirillas disfrazadas de derechos de esto y de aquello. Se nos dice que no tiene nada que ver con Cuba o Venezuela, y al igual que algunas líneas de producción muy chilenas, se les ponen nombres escandinavos, por el prestigio de su seguridad social (fruto de potentes economías y de ausencia de grandes grietas políticas los últimos 100 años, lo que no se dice), en una típica técnica de marketing. ¿Iremos al despeñadero como ovejitas resignadas?

Existe una alternativa, por tenue que sea, y es el Rechazo en el plebiscito, siempre y cuando se le asuma como una etapa más, adicional, al proceso político en el que estamos envueltos. No se puede desconocer que defender el Apruebo es mucho más fácil que hacerlo por el Rechazo. El primero ofrece todo, incluyendo la fuente de la eterna juventud (¿quién resiste esta tentación?); el segundo nos advierte de los peligros y señala las posibilidades para mejorar la situación de nuestro Chile. Posee menos sex-appeal en el plano del libre mercado político.

Toda coyuntura exigente demanda vitalidad en la respuesta. Lo primero es mostrar lo peligroso de la propuesta de la Convención, amén de ser mucho embauque. Para desmentir que se trata de campaña del terror, bastaría preguntar dónde un engendro de ese tipo ha sido fecundo en consolidar un sistema democrático y un desarrollo aceptables. En ninguna parte. Se trata, en el mejor de los casos, de un pasaje al marasmo; en el peor, a un paisaje infernal.

Quedando claro que en octubre de 2020 el país votó por una nueva Carta, el Rechazo debe plantearse como una etapa en la búsqueda de una solución constitucional, que vincule a la gran mayoría del país con reglas probadas que organicen los poderes públicos y la misión del Estado, así como un sumario básico de derechos y deberes de los ciudadanos. De eso se trata una Constitución, y no de gustitos propios a una beatería que exuda soberbia.

Al triunfo (dificultoso) del Rechazo, le debería suceder un acuerdo de los actores que lo propusieron; de sectores que rechazaron por principio la Constitución actual, pero han quedado estupefactos ante el desplante lúdico de los convencionales, y de otros actores que, apoyando con inseguridad y duda íntima el Apruebo, puedan ver antes que una derrota de este, la posibilidad de conducir a buen puerto todo el proceso constituyente. Se han dado varias ideas en donde emerge el protagonismo del actual Congreso, aunque no debe ser la única instancia.

¿Cuál sería el horizonte? La adopción de mucha tradición de la historia constitucional de Chile, que a grandes rasgos reflejaba a los principales modelos de democracia; la evolución de constituciones modernas en países que consideremos más aceptables, y también en acoger algunos elementos del proyecto de la Convención, por poco que nos entusiasmen. Se trataría de no repetir el error de los convencionales de ignorar al resto de los chilenos, pero sí de efectuar un intento creíble para que la Carta, sin que represente absolutamente a todos —siempre habrá disidencias—, logre unos mínimos satisfactorios en que la inmensa mayoría de los chilenos pueda identificarse o al menos aceptar. Si gana el Apruebo —tras lo cual sus ardorosos partidarios mostrarán una arrogancia inabordable sin admitir enmienda—, una idea matriz como esta podría desplegarse como equilibrio frente a una probable marcha al radicalismo político. (El Mercuio)

Joaquín Fermandois