¿Cómo llegamos? ¿Cómo salimos?-Francisco José Covarrubias

¿Cómo llegamos? ¿Cómo salimos?-Francisco José Covarrubias

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Mañana, el país se juega parte de su destino. O tal vez el destino ya está jugado.

¿Muchos se siguen preguntando cómo llegamos a esto? ¿Cuándo se murió el jaguar? ¿Dónde se perdió la “democracia de los acuerdos”? ¿En qué momento dejamos de ser el “país ganador”? ¿Qué fue del milagro chileno?

Se han esgrimido muchas respuestas fáciles y unicausales, pero ninguna de ellas probablemente logre explicar bien lo queé pasó. Por cierto, esto no fue obra de paramilitares chavistas infiltrados que desataron la violencia, ni tampoco esto es por culpa de —como elegantemente dijo el senador Guillier— de que “Chile es un país culiado”.

Tal vez hay mucho de aquello que Mary Shelley nos describió en Frankenstein: de un gólem que se ha volcado en contra de su creador, fruto del éxito. Porque lo que ha ocurrido en Chile no es lo que aventuraba Marx en “El Capital” en cuanto a que la miseria y el desempleo iban a generar las bases de la destrucción del modelo, porque en ambas cosas “el país culiado” logró ser un ejemplo en Latinoamérica.

Pero claro, de poco sirven los datos de empleo, de PIB per cápita, de alfabetización, de pobreza, de esperanza de vida, de acceso al agua potable, ¡hasta de desigualdad! En todos esos indicadores y muchos más hubo un salto gigante, como en pocos países del mundo. Entonces, lo que hay detrás de lo que hemos vivido estos últimos doce meses se parece más a algo emocional que a algo racional. Es el Frankenstein persiguiendo a su creador por alguna razón.

Ese “algo” emocional tiene muchas causas, todas las cuales se han repetido en estos meses. Pero tal vez el factor más relevante es que hay una generación que ya no tiene el trauma y que no ha vivido un salto en sus condiciones de vida. La generación que hoy supera los 50 años es una generación que fue la protagonista del milagro chileno. Esa generación además tenía el trauma del desastre de la Unidad Popular y de la barbarie de la dictadura, que los hizo cuidar la convivencia. Esa generación accedió por primera vez a una casa digna, logró que sus hijos estudiaran en la universidad y experimentó un salto cualitativo relevante en su vida. Los hijos de esa generación, protagonistas de los hechos en los que estamos, ni tienen el trauma ni experimentaron el salto. Y allí está probablemente una de las principales claves de todo.

Por cierto, a lo emocional se agregan cosas reales, como los abusos empresariales, las redes sociales, la pérdida del sentido de autoridad, la falta de crecimiento económico, la segregación, la demagogia y tantas otras razones tantas veces esgrimidas.

El hecho es que estamos como estamos. Y la pregunta es cómo salimos mejor del hoyo al que caímos.

Una forma es negar que caímos al hoyo, o de reclamar que nos empujaron a él. La otra es buscar la salida. Y más allá de lo injusto o irracional de las razones del porqué llegamos a esto, la única alternativa posible es ensayar una salida. Y tal vez eso representa el Apruebo en el plebiscito de mañana. Una forma de discutir institucionalmente la forma de salir de la crisis. La otra forma de salir es aquella que describe Platón, la del “paladín del pueblo” que ofrece una salida fácil pero que inequívocamente termina transformándose en un tirano.

No hay mucho que pueda entregarle romanticismo a este proceso. Más aún en las condiciones de violencia y barbarie que se han visto. La utopía de la “casa común”, un ejercicio casi místico donde llegaremos a ser todos amigos, es falsa. La creencia en una nueva Constitución que resolverá todos los problemas gracias a la existencia de derechos sociales es una fantasía.

Sin embargo, el Apruebo es una forma de buscar una salida a un problema real en el que estamos, más allá de sus causas. Es una forma de resolver las divergencias en las que estamos sumidos. Es un camino para corregir y seguir adelante.

¿Tiene riesgos? Muchos. La coacción de la violencia, la demagogia, la miopía y el populismo son algunos de ellos. Pero el mayor riesgo es quedarnos adentro del hoyo. La forma de salir de él más adelante puede terminar siendo mucho más traumática.

Probablemente lo mejor no está por venir, pero el futuro sin una forma de intentar resolver el problema actual puede ser siempre peor de lo que imaginamos. Tal vez no haya un mejor momento de recordar a Mario Benedetti: “El futuro no es una hoja en blanco, es una fe de erratas”. (El Mercurio)

Francisco José Covarrubias

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