Columna de Warnken

Columna de Warnken

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Cristián Warnken nos ha mostrado cuán cierto es que la cuestión de la violencia, examinada cara a cara, es difícil de tratar con tranquilidad. Ella llama a reemplazar el argumento por descalificaciones y exageraciones.

Efectivamente, creo que el hecho de que se haya abierto un proceso constituyente es consecuencia de los hechos del 18 de octubre y días posteriores. Esto, a mi juicio, describe lo que ha ocurrido en Chile desde entonces. Como toda descripción de lo ocurrido, podrá ser calificada de verdadera o falsa (cuestión sobre la cual Warnken elocuentemente calla). Pero llamarla “una barbaridad” solo porque a uno le parece mal que eso haya ocurrido es una invitación a vivir en el autoengaño. Es que Warnken escribe como si su objetivo fuera acreditar su virtud republicana, no entender lo que pasa a su alrededor. Por eso no le importa si esa observación es verdadera o falsa, sino mostrarse escandalizado con el solo hecho de formularla, y hacerlo del modo más vistoso posible.

Si de condenas morales se trata, me sumo a él: la violencia es un modo injustificable de manifestación de la conflictividad inherente a la vida social. Es injustificable por su unilateralidad, porque se ejerce sin apelación sobre su víctima, y con desprecio a esta. El sentido fundamental de la institucionalidad política (=la Constitución) es crear otras formas de manifestación y solución de esa conflictividad, para excluir la fuerza libre, sustraída a la jurisdicción reguladora de un ordenamiento jurídico. Cuando esa institucionalidad alcanza un grado suficientemente profundo de deslegitimación, deja de ser capaz de conducir esa conflictividad, la que entonces se manifiesta ignorando toda norma suprapersonal de responsabilidad y de regulación.

Algunos advertimos desde mucho antes de 2019 que eso era precisamente lo que estaba pasando en Chile, y que por eso era necesaria una nueva Constitución y un proceso constituyente; que era urgente hacerlo antes de que estallara. Y la respuesta de los que entonces buscaban acreditar su virtud republicana era que no era necesaria una nueva Constitución, porque no había una crisis política; o que cualquier reforma tenía que hacerse siguiendo escrupulosamente todos los procedimientos vigentes, lo que aseguraba (lo podíamos saber ya entonces, pero en todo caso lo sabemos ahora) que el problema no se solucionaría. Así esos virtuosos hicieron su aporte a que el problema no se solucionara, y por eso que continuara profundizándose. Y hoy, cuando sufrimos las consecuencias de su irresponsabilidad y frivolidad, son ellos los que se dedican a repartir al resto certificados de virtud.

Es que para algunos pensar es bello solo cuando se refiere a abstracciones y teorizaciones.(El Mercurio Cartas)

Fernando Atria

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