La situación que ha enfrentado el Partido Socialista por estos días ha sido comentario obligado de los medios de comunicación y del mundo político. Por cierto, no se trata solo de la situación específica del padrón electoral abultado en una comuna y de la relación que ella ha develado con personas vinculadas al narcotráfico, cuestión de suyo peligrosa e indeseable que requiere un rechazo y control enérgico del propio partido, sino que de una cuestión más profunda en la que debiera poner atención todo el mundo político -porque en definitiva, nadie está libre-, y que es la indeseable consecuencia que puede tener el clientelismo como forma de relacionarnos en la esfera pública.
En fácil, la literatura señala que el clientelismo puede entenderse como las relaciones informales de poder que puede servir para el intercambio de servicios y bienes entre personas o grupos con recursos de poder diferentes. El problema de este tipo de relaciones no es solo que rompen con principios básicos de la democracia como la igualdad o la libertad, sino que llevado al extremo pueden transformarse en fenómenos indeseables como la corrupción del sistema en distintos niveles.
Contra este tipo de situaciones, los países generan normas de transparencia y probidad, generan mecanismos de control sobre el poder en distintos espacios. Chile, en esto, cuenta con un ecosistema en materia de transparencia y probidad que es probablemente de los más avanzados en la región. No obstante, nada garantiza que estos principios se vulneren cuando no prima una cultura de la transparencia en las instituciones donde, hecha la ley, también algunos se vean motivados a generar trampa.
En el caso de los partidos, no hay que olvidar que hace apenas tres años se realizó una reforma de proporciones que no solo implicó el refichaje de los militantes para sincerar los padrones, sino que también se estableció un sistema de financiamiento público y una serie de disposiciones en materia de transparencia de los procesos internos. No obstante, a la luz de lo que hemos visto en las últimas semanas, es preciso repensar de qué forma es posible generar maneras en que los partidos cumplan el rol fundamental de representar los intereses de una comunidad, proyectos de sociedad sustantivos y tengan la posibilidad de competir en elecciones para la consecución de cargos públicos. No hay que olvidar que en estas instituciones claves para sostener la democracia, hoy cuentan con los más bajos niveles de confianza en la ciudadanía.
En consecuencia, y sin quitarle gravedad a lo sucedido en el Partido Socialista, que deberá encontrar las maneras de resolver la disputa interna, es momento de abrir el debate a lo que es verdaderamente sustantivo respecto a las maneras en las cuales nuestro sistema político es capaz de combatir de manera enérgica este flagelo y deja de normalizar este tipo de relaciones en distintos niveles, que abren la puerta a la corrupción. No hacerlo implica justamente abrir la puerta a la mediocridad, al populismo y a una manera de concebir la política que, en definitiva, puede tener costos importantes para la democracia que tanto nos ha costado construir.