Esta semana se dio a conocer entre nosotros una cifra histórica: el año recién pasado nuestras exportaciones superaron por primera vez un valor equivalente a cien mil millones de dólares. Casi no puede encontrarse en nuestro país un caso más extraordinario que este, de un sector que compite mano a mano en el mundo con las economías exportadoras del primer mundo, sometiéndose a las mayores exigencias regulatorias y logísticas que una actividad comercial puede enfrentar, a lo que cabe añadir una intensa permisología local y una logística de virtudes más bien modestas, cuando no insuficiente.
Nótese que sólo en tres países de América Latina las exportaciones anuales, medidas en dólares, alcanzan a los doce dígitos: México, Brasil y ahora Chile, recién llegado a ese exclusivo club. El siguiente en la lista, Argentina, los sigue de lejos sumando aproximadamente setenta mil millones de dólares. El de nuestros vecinos es un caso para lamentar: el que fue uno de los principales exportadores del mundo a principios del siglo pasado -y de la mano de esa extraordinaria producción una de las cinco naciones más desarrolladas de su tiempo-, ocupa actualmente la posición #51 entre los países exportadores. Que las exportaciones chilenas superen largamente las del país vecino, cuya población más que duplica la nuestra, es quizás el indicador más elocuente del devenir de una economía que no supo, o no quiso, explotar sus abundantes recursos naturales y su valioso capital humano para mantener esa privilegiada posición exportadora de la que disfrutó hace más de cien años.
Cien mil millones de dólares asoma para cualquiera como una cantidad inasible y hasta inconcebible. Para alcanzar una venta de esa magnitud usted tendría que vender la friolera de cien millones de unidades de un producto valorado en mil dólares. Pero tratándose de un volumen de exportaciones adquiere un significado trascendental para una nación del tamaño de la nuestra. Y es que la correlación entre el volumen exportado por un país (como proporción de su población o de su PIB) y su nivel de desarrollo es muy significativa. Tanto así que una baja intensidad exportadora se puede asociar casi sin excepción con el subdesarrollo. El caso contrario es el de las naciones desarrolladas cuyas intensidades exportadoras son de las más elevadas del mundo.
Para nuestro dolor, América Latina es una región que se caracteriza por una baja intensidad exportadora. No es casualidad que ninguna de las naciones que la componen sea desarrollada. Chile ostenta la más alta de la región -cada chileno exporta en promedio US$5.300-, seguido de México, cuya vecindad con Estados Unidos y cercanía a los mayores centros de consumo (Europa, Canadá y China) debió convertirlo en el primero hace décadas. Países como Colombia y Venezuela exportan menos de mil dólares por habitante -y menos de un quinto de la intensidad exportadora de nuestro país. Brasil y Argentina rondan los mil quinientos dólares por habitante. En el caso de Venezuela, un país de 28 millones de habitantes y con enormes reservas de petróleo, sus exportaciones en 2023 apenas rozaron los US$8.400 millones. Ese bajísimo nivel exportador lo ha llevado a salir de la lista de los cien países de mayor desarrollo humano en el mundo.
Una pequeña nación europea debería servirnos de referencia: es el caso de Portugal, cuyos indicadores han de resultarnos envidiables. El país lusitano exportó US$84 mil millones en 2023, una intensidad exportadora del orden de US$8.000 per cápita. Nueva Zelanda, también entre las más desarrolladas del mundo, ostenta un nivel similar, un poco menos del doble de la nuestra. Nuestros cien mil millones de dólares, un nivel pletórico de simbolismo, representan apenas un poco más de la mitad de la intensidad exportadora de esas naciones desarrolladas.
Esta es la mala noticia: Chile se encuentra a medio camino en materia de exportaciones de lo que producen países desarrollados con los que solemos (o solíamos) compararnos. Lo realizado hasta aquí es desde luego encomiable, pero para alcanzar la meta del desarrollo pleno deberemos producir y exportar más.
La buena noticia es que ya sabemos cómo hacerlo: convertirnos en una economía multi exportadora, en la que la exportación de cobre ya no es el único “sueldo de Chile” como fue hace décadas -ahora representa tan solo un 50% de las exportaciones. Otros productos y otras industrias relevantes se han sumado al esfuerzo exportador y tienen un gran potencial para seguir creciendo. El sueldo de Chile de otrora se ha diversificado significativamente y lo debería seguir haciendo.
La consigna de la exitosa campaña de Bill Clinton en 1992, “es la economía, estúpido”, podría parafrasearse entre nosotros “son las exportaciones…”, si aspiramos a la meta del desarrollo pleno más temprano que tarde. (El Líbero)
Claudio Hohmann