Chile se ha vuelto un país débil-Ascanio Cavallo

Chile se ha vuelto un país débil-Ascanio Cavallo

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Chile se ha vuelto un país débil. Nunca ha sido físicamente fuerte, ni por tamaño, ni por choreza, ni por densidad intelectual, pero hoy sería muy difícil describirlo a partir del soft power que los países desarrollados le reconocieron durante los 90 y buena parte de los 2000. Ese poder “blando” descansaba, en gran medida, en las ideas de sensatez, moderación y honradez que parecían modelar su dirección como comunidad, ideas que desde luego estaban correlacionadas, aunque muchos de los profetas del fuego no se detuvieran a pensarlo: en algún punto, al final del día, la honradez tiene una alta familiaridad con la sensatez.

La debilidad de Chile es un fenómeno cuya gestación seguramente ha sido lenta y larga, materia de antropología. Pero se ha hecho abruptamente visible en los últimos dos meses, cuando el desfile de insensateces liquidó el prestigio de las instituciones, sin dejar en pie más que a la policía y a la justicia, y algún día habrá que estudiar si las tonterías sociales son contagiosas, esto es, si un traspié del gobierno conduce inevitablemente a otra chambonada, esta vez, por ejemplo, de la Iglesia.

Hace dos meses estalló el caso Caval. Sería injusto y excesivo depositar en un solo sujeto una declinación que debe haber estado en marcha desde antes y que para llegar al nivel actual tiene que ser multicausal. Pero tampoco se puede negar que pocas veces en la historia nacional un solo sujeto pudo provocar tanta decepción y desaliento con un modo y un plazo tan fulminantes.

Las encuestas de la semana confirman lo que se sabía, que la popularidad del gobierno y la Presidenta han caído hasta un tercio de los chilenos. Algunos hallan cierto consuelo en el hecho de que el Presidente Piñera llegó un par de puntos más abajo cuando los universitarios le copaban las calles. Otros lo buscan en la anomia del siglo XXI y del mundo, desde Ollanta Humala hasta François Hollande. Pero lo más cierto es que casi nadie ha dependido tanto de las encuestas como Michelle Bachelet. Gracias a ellas no tuvo primarias en el 2005, y por ellas las del 2009 se redujeron a una mera competencia por evitar el tercer lugar.

Así como el primer gobierno de Michelle Bachelet puede ser visto en retrospectiva como la extensión de las ideas y el estilo de la Concertación, el segundo es en buena parte una construcción desde las encuestas, o por lo menos de una interpretación de las encuestas que hizo posible eliminar la Concertación, inventar la Nueva Mayoría y el programa. Las cifras de popularidad han sido el argumento para aplacar la disidencia interna, establecer las prioridades y hasta ordenar las filas en el Parlamento (Piñera quiso hacer lo mismo en el inicio de su cuatrienio, pero, acaso porque no lo necesitaba, le duró muy poco). Las mismas encuestas que castigan a la Presidenta son las que en igual tiempo la libran de una culpa personal en el caso de su hijo.

Puede ser comprensible que en un período de desaliento interno la confianza y la seguridad de los ciudadanos se debilite. Pero ¿cómo se ve desde fuera? Quien haya acompañado a Bachelet en sus giras internacionales ha visto lo mismo: el respeto que concita fuera de las fronteras es superior a la simpatía que le profesan los chilenos. Parte de ese respeto -dicen- tenía que ver con su alegría optimista, su manera liberal y a la vez conservadora de confiar en el progreso de la humanidad. ¿Seguirá siendo así? Habrá que esperar para saberlo, porque la Presidenta canceló dos giras para esta semana, en una de las cuales -la Cumbre de las Américas, en Panamá- buscará copar el escenario el obstinado Evo Morales.
El mundo no ha mirado con rechazo las reformas promovidas por la Nueva Mayoría; en algunas latitudes hasta pareció sorprendente que tales cosas no se hubieran hecho antes, siendo ya un país asociado a la Ocde. Tampoco se ha empeñado en meter a Chile dentro de América Latina -como sí lo hacen algunos añosos promotores del corporativismo hemisférico-, a pesar de que los toques de corrupción local podrían ser confundidos con los que asedian a Peña Nieto en México, a Dilma Rousseff en Brasil, al clan Kirchner en Argentina y así por delante. Nada de eso.

¿Sigue actuando entonces algo de ese soft power que hacía que para el presidente boliviano fuese un acto temerario emplazar a Chile en un foro multilateral, o que Hugo Chávez se lo tuviera que pensar dos veces antes de montar una de sus escenas en Santiago? ¿Permanece algo de ese capital moral que tuvo a Chile en la cima de los países menos corruptos del continente, al que sólo Uruguay logró alcanzar gracias a Tabaré Vázquez? ¿Cuánto queda del aire republicano que limeños, quiteños, porteños o paulistas creían respirar en el centro cívico de Santiago? (La Tercera)

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