Chile ante la grieta entre las izquierdas latinoamericanas

Chile ante la grieta entre las izquierdas latinoamericanas

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Se trata de una fisura interesante, mirada desde Chile. En primer lugar, debido a la situación interna del país, donde han aflorado tres izquierdas jacobinas, dispuestas a la ruptura institucional, y, por ahora, sin domicilio claro al interior del Foro de Sao Paulo. De hecho, en esos ambientes reina el silencio sobre Nicaragua. En segundo lugar, debido al inquietante triunfo de Pedro Castillo en Perú. Un tema nada menor para Chile. Perú es crucial por motivos geopolíticos, por tratarse del destino de más de US$ 20 mil millones de inversiones y por la cantidad de inmigrantes en suelo nacional.

Más de alguien podría argumentar, con alguna razón, que las disputas entre el eje La Habana/Caracas y el Grupo de Puebla son marginales para la democracia, las libertades individuales y para la propiedad privada. Sin embargo, la historia de disputas subterráneas al interior de la izquierda radicalizada demuestra la necesidad de no ignorarlas. Muchas veces afloran lentamente para dar paso a divergencias muy virulentas.

Grosso modoel punto de partida se encuentra a inicios del siglo 20, cuando Lenin satanizó a la socialdemocracia y ambas vertientes se separaron para siempre. Tras esta diferenciación, los socialdemócratas convergieron décadas más tarde con el socialcristianismo y dieron vida a la sociedad del bienestar.

La izquierda radicalizada, en tanto, siguió su curso hasta verse sacudida por la disputa Stalin-Trotsky, cuyo reflejo práctico fue la controversia ideológica respecto a construir el socialismo en un solo país o bien promover la revolución mundial. El asunto se zanjó con el asesinato de Trotsky a manos del agente stalinista, Ramón Mercader, en la capital mexicana. En el plano local, el PC vivió sus propios terremotos, producto de las dificultades para mantener la lealtad al stalinismo, y expulsó a dirigentes acusados de posiciones ambiguas. Se les motejó de reinosistas y browderistas.

Años más tarde, la izquierda radicalizada vivió otro quiebre de dimensiones planetarias. Ocurrió entre Moscú y Pekín. Leninistas y maoístas discreparon sobre el devenir mundial. Los primeros divisaban en el proletariado industrial el motor de los cambios versus los segundos, que lo veían en el campesinado. Fue una grieta que afloró lentamente hasta develar una profunda divergencia geopolítica. Por eso derivó en enfrentamientos militares. Más tarde, entrado en los 60, la izquierda radicalizada volvió a sentir otro sacudón. Esta vez, entre los obsesionados con los modelos estatistas cerrados y los aperturistas. Hubo enfrentamientos en todo el mundo, pero los tanques en Praga en 1968 simbolizan su resolución manu militari.

Demás está profundizar sobre otros grandes enfrentamientos político-culturales. Ahí están las infaltables disputas individuales (Guevara/Castro), o bien con partidos comunistas desprendidos de complejos ideológicos en Francia, Italia y España (eurocomunismo), sin contar la terrorífica variante maoísta de los Khmer Rojos.

Luego, desaparecida la Unión Soviética, la izquierda radicalizada bordeó la extinción. Muchos de sus partidarios depusieron sus visiones extremas y, como tratando de huir de sus propios fantasmas, transitaron hacia la socialdemocracia. Cambiaron su léxico y su conducta. Pasaron a valorizar la tolerancia política y el mercado.

Sin embargo, cuatro elementos exógenos le dieron vida nueva a esa izquierda maximalista: el efecto desconcertante de un avance tecnológico acelerado, el auge verde, la crisis financiera del 2008, así como un terrorismo global nunca antes visto (aquel de origen islámico). Este conjunto de elementos vino a oxigenar visiones radicalizadas y conductas callejeras.

América Latina no permaneció ajena. Sin embargo, las divergencias internas adquirieron fisonomía vernácula. Tomó formas curiosas y bizarras, al punto de parecer sainetes, operetas o vodeviles.

El primero surge de las vicisitudes cubanas. El eje La Habana/Caracas es para cualquier efecto un vestigio de la Guerra Fría global, por lo que pervive ahí un fuerte lastre ideológico. Por eso, los rasgos dictatoriales vienen por añadidura natural. De ahí, entonces, que no sea extraña la comodidad de Evo Morales al alero de este eje. De hecho lo apoyó sin dudar en sus jugarretas con la reelección. Puesto en términos prácticos, el Foro de Sao Paulo le sirve a todo el eje como un espacio amistoso, contiguo, y desde donde le alaban ese espíritu desenfadado, que le permite cultivar sin inhibiciones nexos con países exóticos, como Irán.

El segundo grupo de izquierda radicalizada lo constituye ese conjunto abigarrado de experimentos populistas económico y social, autodenominado Grupo de Puebla, el cual, a diferencia del anterior, verbaliza una cierta formalidad con el sistema, aunque goza con su hostilidad hacia los valores democrático-liberales. Aquí se inscriben los K en Argentina, el lopezobradorismo en México y el lulismo del Partido de los Trabajadores brasileño, los cuales ven en el Foro de Sao Paulo un espacio para cierta coordinación regional entre sus peculiares formas y estilos.

Pero en lo esencial, difieren más de lo imaginable. En su origen, en las formas de ver el mundo y, principalmente, en sus expectativas. Sabido es que la raison d´etre del eje La Habana/Caracas es simplemente la sobrevivencia, pues su existencia misma gira en torno a la crisis. En cambio, para el Grupo de Puebla, gobernar es un eterno discurrir sobre cómo expoliar a cada país. Y, si bien hay conexiones entre ambos, sus vínculos no pasan de granujadas y pillerías mutuas.

Ese es el cuadro donde se insertan los actuales distanciamientos, a propósito de la represión desatada por Daniel Ortega, y cuyas víctimas más recientes, fueron protagonistas de la revolución sandinista. La mayoría de ellos tejió buenos vínculos con personeros que hasta el día de hoy deambulan por el Grupo de Puebla. Por eso, la diplomacia mexicana, si bien se abstuvo en la condena de la OEA a Ortega, trabaja intensamente en Managua para proteger a Víctor H. Tinoco, Cristiana Chamorro y otras víctimas, que le son tan cercanas. Por su lado, Argentina también se abstuvo en dicha condena, pero con la esperanza de transformarse en puente entre Managua y Washington. Un reconocimiento que Alberto Fernández busca con afán.

Aún más, la grieta se ensanchará con el peruano Pedro Castillo, cuyo alineamiento internacional es una incógnita. Su trayectoria y círculo cercano lo ponen al lado del eje, pero sus figuras de gobierno (como Verónika Mendoza) son próximas al Grupo de Puebla y muy alejadas de Maduro. Ello contribuirá a una mayor inestabilidad regional.

En consecuencia, la incertidumbre en Chile y la debilidad intrínseca de los gobiernos latinoamericanos, obligan a tener un ojo estrábico tanto en las divergencias vecinales como en las rencillas al interior del Foro de Sao Paulo.(El Líbero)

Iván Witker

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