Chao jefa-Andrés Benítez

Chao jefa-Andrés Benítez

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Pareciera que se preparó toda su vida para ser ministro. Luego del primer gobierno de Bachelet, donde fue su jefe de gabinete, se fue a España a estudiar un master en análisis político. Pero eso no es todo. Dicen que luego también tomó clases de oratoria y expresión corporal con un actor profesional. Que recibió asesoría de imagen para cambiar su forma de vestir, peinado y postura corporal. Incluso siguió una cuidada dieta y visitó con frecuencia el gimnasio. Así, el Peñailillo chascón, de chaquetas holgadas y un tanto subido de peso, se transformó en el esbelto, engominado y de ajustado vestir que conocimos ahora.

Junto con ello se jugó a fondo para que su jefa volviera al poder. Organizó los equipos, preparó la campaña, elaboró el programa. Y cuando ella ganó, logró su sueño: convertirse en su hombre de confianza, en el ministro más poderoso. Y tuvo sus quince minutos de fama. Articuló la carrera contra el tiempo en el plano de las reformas. Movió sus redes e influencias políticas y se consolidó como el hijo político de la Mandataria y su delfín, porque rápidamente se lo mencionó como presidenciable.

Pero todo era un espejismo. Peñailillo nunca fue un tipo de peso. Sus opiniones eran siempre muy básicas y su poder residía exclusivamente en su cercanía con Bachelet. No por nada su frase preferida frente a cualquier situación era que la Presidente decidiría. Era, sobre todo, un incondicional de su jefa.

Pero en política eso no es suficiente y su gran error fue no darse cuenta de aquello, algo básico en el mundo donde pretendía actuar. Porque el cariño y la lealtad tienen poco que aportar cuando no hay resultados. Y cuando la Presidenta comenzó a perder popularidad a causa de la situación económica y la mala evaluación de las reformas, Peñailillo no hizo nada. No fue capaz de tener un plan alternativo.

Luego vino el escándalo Caval, donde vio desde la distancia cómo su jefa tuvo que sacrificar a su propio hijo. Nuevamente leyó mal la situación. Pensó que era un triunfo, porque ya no tendría competencia en el cariño de la Presidenta. Pero la realidad era al revés. Ella quedó herida en el alma. No se dio cuenta de ello y tampoco que con la salida del hijo se abría la puerta para la partida de cualquiera, incluso la de él. Cuando aparece el asunto de sus boletas y sus dudosos trabajos, la cosa llega a su límite. No tenía defensa ni apoyo. Su suerte estaba sellada por eso y por mucho más.

Lo suyo es duro pero no una deslealtad, como deslizó en su despedida. La Presidenta tomó una decisión difícil pero necesaria. Por mantener a su ministro no podía perder el apoyo de la gente, que es al final el único cariño que importa en política. Por eso, Bachelet no fue dura ni desleal con él. Actuó como Presidenta y no como madre protectora, que es lo que todos le pedían.

Se trata de un aprendizaje brutal, qué duda cabe. Pero si Peñailillo aprendió algo, sabe que en política es difícil morir para siempre. Por eso tendrá que estar atento, porque no se puede descartar que necesite de sus trajes en el futuro.

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