Carter, el vecino

Carter, el vecino

Compartir

¿A qué se debe la buena evaluación que recibe el alcalde Carter y que lo sitúa entre quienes podrían aspirar a la Presidencia?

Lo que ocurre —podría decirse, no sin razón— es que Carter es un sujeto hábil en el manejo de los medios, una especie de Lavín redivivo, un imaginativo que a punta de astucias y audacias ha logrado estar en los medios con frecuencia, abordando asuntos fáciles o ejecutando actos espectaculares que le han valido popularidad en los matinales, ese sucedáneo del genuino espacio público.

Hay algo de eso, desde luego. Pero quedarse ahí sería un simplismo. Hay otros factores de los que sus rivales, incluido el Gobierno, podrían aprender.

El primero de todos es que Carter se acerca con total naturalidad, y sin impostación ninguna, a los grupos medios. Es un vecino cabal. No se relaciona con ellos tratándolos como víctimas necesitadas de redención, como si fueran una masa abusada a la que él vendría a vengar de tanta injusticia. Nada de eso. Comprende espontáneamente la vida vivida, por decirlo así, de quienes habitan La Florida y de todos quienes se parecen a ellos.

Sabe que la higiene de las calles (es cosa de visitar desde el paradero 14 de Vicuña Mackenna en adelante), el orden, o el esfuerzo por alcanzarlo, la retirada oportuna de la basura, el rechazo sin dilaciones de la delincuencia son bienes relevantes para la vida de las personas de toda condición y que de esa forma incluso el infortunio puede hacerse más llevadero.

Este es un primer rasgo del alcalde Carter: comprende a los vecinos y su trayectoria porque esta última es también su propia trayectoria. Y él, con toda razón, se enorgullece de ella. Y por eso sus vecinos, al verlo, se reconocen en él.

Lo anterior no es poco. Una de las claves de la política es la capacidad de brindar reconocimiento a las personas, saber acoger la forma en que ellos se representan su peripecia vital. Carter intuye que los grupos medios no se ven a sí mismos como víctimas, sino como ciudadanos que reclaman bienes básicos para que su esfuerzo y su talento no se dilapiden.

En lugar de tanta ideología de oídas y de lecturas al paso que inunda a algunos jóvenes políticos, Carter se apega a la realidad vivida de ese Chile en miniatura que es La Florida. Y da risa que se burlen de él por la preocupación que muestra por su apariencia (descontado que los que se burlan se llenan de tatuajes); pero ese es un rasgo que en vez de alejarlo lo acerca a la gente.

El otro factor quizá sea el más relevante. Carter es la única autoridad que ha enfrentado cara a cara al narcotráfico. En un país donde a la hora de referirse a este último abundan las abstracciones y los rodeos con que se oculta la incapacidad y disimula la cobardía (declaraciones genéricas, condenas puramente retóricas), Carter es capaz de adoptar medidas inmediatas que muestran en la práctica, siquiera de forma simbólica, quién es la autoridad, dónde radica el poder.

En un país de autoridades más o menos pusilánimes y tímidas que cuentan hasta cien, dos o tres veces, y tocan madera y se persignan antes de hacer cualquier cosa, Carter planta cara al narco y posa como autoridad frente a él, sin remilgos ni excusas.

Es verdad que las acciones que realiza son apenas demoliciones de ampliaciones irregulares y representaciones mediáticas. Es cierto.

Pero quedarse ahí es no comprender la envergadura simbólica de lo que Carter hace: mientras los encargados del orden público organizan custodias para los narcofunerales que se toman las calles empuñando armas, y mientras el ministro de Educación avala que se suspendan las clases cuando ello ocurre, y el conjunto del Estado parece estar sin conducta frente a las bandas, Carter sale de su oficina y encabeza una demolición mostrando fictamente (pero ¿quién dijo que las ficciones en política no importan?) dónde está la autoridad y dónde radica el poder.

Todo esto —mal que pese— empequeñece al resto de las autoridades, las que, al contrario de lo que hace Carter, preparan escoltas para los narcos armados de metralla, hacen declaraciones al abrigo de su escritorio y revisan con calma las reglas (como si para saber que exhibir metralletas, cerrar las calles y amedrentar es ilegal se necesitara un informe en derecho). Y eso explica que, como se vio esta semana, junto con hacerse de enemigos entre los narcos, también esté juntando algunos en el Gobierno.

En suma, Carter es una piedra en el zapato porque con su escena algo exagerada muestra cuánta lenidad, cuánta blandura, cuánto apocamiento, cuánta flojedad, cuánta indecisión hay en quienes debieran, en vez de escoltar a los narcos, evitar que se enseñoreen de las calles y transiten en ellas exhibiendo armas con desparpajo.

¿Tiene ideas Carter, acerca del conjunto del país, que puedan tejer un programa? Al parecer, no (y las que tiene han de padecer el grave defecto de ser de derecha y de la UDI); pero capacidad de comprensión de la vida vivida en Chile, de la cotidianidad y de los miedos que inundan los barrios sí que tiene, y la voluntad le sobra.

Es posible que no tenga éxito al final en su apuesta presidencial, pero hay algo que es seguro: a este ritmo, Carter acabará mostrando día tras día cuánto apocamiento, cuánta pusilanimidad e ineptitud hay en muchas autoridades para enfrentar al narco y a la delincuencia organizada. (El Mercurio)

Carlos Peña