Carlos Peña: Nuevo equipo político "no es una mala mezcla"

Carlos Peña: Nuevo equipo político "no es una mala mezcla"

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No es una mala mezcla la del nuevo equipo político. En él cada personalidad posee una significación política.

Entre ellos hay quien pondrá lo que Weber llamaba la ética de la responsabilidad (aunque él prefiere llamarla «prudencia»); quien cuidará las convicciones finales (aunque él prefiere referirse a ellas como «el programa»); y quien aportará la sagacidad mediadora (aunque él preferirá llamarla diálogo).

El primero es Burgos, el segundo Díaz, el tercero Insunza.

Jorge Burgos es de esos políticos profesionales que ha acompañado la evolución política de Chile desde el retorno a la democracia, nada menos. De esas experiencias de política real, le ha quedado un cuidado por las formas que oculta un leve escepticismo, un cuidado relativismo acerca de la eficacia de la política y la convicción que las virtudes del político no son exactamente las mismas que enumera el catecismo. De ahí que habla como si nada importara demasiado. No tiene motivos para abjurar de lo que se hizo en las dos primeras décadas de la Concertación de Partidos por la Democracia (si lo hiciera negaría su propia biografía); aunque tiene plena conciencia que, como gusta decir el ex Presidente Lagos, justamente porque esas décadas fueron exitosas la Concertación, como tal, dejó de tener éxito. Su presencia acredita simbólicamente lo que en este tiempo se quiso empecinadamente negar: la Nueva Mayoría es la continuadora histórica de la Concertación. Es distinta, es verdad; pero incluso esa distinción puede afirmarse si y sólo si se reconoce que la modernización capitalista de Chile fue el fruto del esfuerzo concertacionista. Burgos sabe que la Concertación ya no existe; pero sabe también que ella fue la semilla de la Nueva Mayoría y que, en consecuencia, si no se salva la memoria de aquella, la realidad de esta última tampoco será salvada.

Si los cambios de gabinete poseen simbolismo, el nombramiento de Jorge Burgos es el más relevante de todos. Con su llegada a la Moneda la leve repulsión que se mostraba hacia el pasado reciente, desaparecerá.

Marcelo Díaz es un político de fuste surgido al amparo también de la Concertación; aunque es seguro que, a diferencia de Burgos, la miró siempre con mayor distancia, con esa inevitable ironía con la que las nuevas generaciones miran a las más viejas (cuando Jorge Burgos era jefe de gabinete de E. Krauss, Marcelo Díaz comenzaba la universidad). De los nuevos Ministros él es quizá el más convencido bacheletista. En lo fundamental, él suscribe el diagnóstico que, al mirar hacia atrás, solía hacerse entre los cercanos a la presidenta Bachelet: que durante su primer mandato ella se habría visto impedida de impulsar los cambios que, sin embargo, anhelaba. Y para evitar que ello ocurra esta vez se requiere enfatizar que el programa es un verdadero contrato -esa es la expresión que el Ministro Díaz preferiría usar, contrato de mandato más que un programa- entre la ciudadanía y la presidenta que los partidos que la apoyan no deben relativizar sino sólo impulsar. Si las primeras declaraciones de un Ministro son significativas, valdría la pena subrayar que de los tres nuevos habitantes de la Moneda, Marcelo Díaz fue el único que puso el acento en el programa, en el mandato, como la guía del quehacer gubernamental. Esa convicción no es el fruto de ningún fetichismo, ni de ninguna superstición, sino del más riguroso pragmatismo político: erigir al programa como un contrato entre la ciudadanía y la presidenta, piensa él, es la única forma de evitar, como ya ocurrió en el primer gobierno, que los partidos se insubordinen o que un Ministro, a pretexto del saber experto o de la técnica, acabe bloqueando la voluntad política de la presidenta.

Al igual que Elizalde o Peñailillo respaldará sin reservas la voluntad presidencial; pero él le dirá a la presidenta, Presidenta ( y no jefa) y si bien la apoyará, él sabe que para hacerlo deberá, en ocasiones, contradecirla, aparentar alejarse de ella, o matizarla.

Jorge Insunza posee el tono calmado y sin estridencias que poseían los cuadros del Partido Comunista. Y la misma persistente, inalterable voluntad. Es de esas personas que sabe que para avanzar en política hay que dar tres pasos adelante y, si es necesario, uno atrás (o, como enseñaba Lenin en los textos que sin duda conoce, la «ciencia de la estrategia consiste en saber retirarse acertadamente»). A pesar de su edad, más cercana a Díaz que a Burgos, también está animado por un cierto escepticismo casi florentino: sabe que en este mundo los buenos nunca son absolutamente buenos, y los malos nunca son absolutamente malos. Esa convicción lo provee de una gran capacidad negociadora.

¿Qué resultará de esa suma de personalidades?

Es difícil saberlo; pero de lo que no cabe duda es que los tres son políticos de verdad. Y por eso ninguno posee una visión salvífica de su propio quehacer (algo que, para sus adentros, los distancia de la Presidenta). Por lo mismo, quizá el gobierno comience -por fin- a sustituir el mero empeño verbal para subrayar sus propósitos por la imaginación política para realizarlos.

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