Carestía de alimentos y bifurcaciones históricas

Carestía de alimentos y bifurcaciones históricas

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Las grandes bifurcaciones históricas, aquellas que marcan un antes y un después en el devenir social —esas “semanas en que pasan décadas”, al decir de Lenin—, suelen tener a posteriori dos relatos, uno político y otro económico.

Tomando como ejemplo la Revolución Francesa, el relato político usualmente salta desde el 20 de junio de 1789, fecha del “Juramento del Juego de Pelota”, al 14 de julio siguiente, fecha de la toma de la Bastilla. En esa narrativa, la inflamada retórica del “Juramento”, donde los asambleístas se comprometieron a no disolverse hasta no redactar una Constitución, habría insuflado en las masas el espíritu revolucionario que culminaría 25 días después con la toma de la Bastilla.

El relato económico de los mismos hechos, en cambio, apunta a que por esos meses París sufría una carestía de alimentos sin precedentes. Los precios del pan y la harina escalaban diariamente y alcanzaban su cúspide, precisamente, el día de la toma de la Bastilla. La Bastilla se la tomó la muchedumbre hambrienta, no los patricios del “Juramento”.

Así las cosas, mientras el relato político atribuye a los ambiciosos idearios de la burguesía la precipitación de la revolución, el económico sugiere que algo tan básico como los estómagos vacíos pudo haber sido lo realmente definitorio.

La correlación entre perturbaciones sociales y el alza de alimentos ha sido revisitada en tiempos recientes. Se ha planteado que incluso la “Primavera Árabe” podría haberse precipitado como consecuencia de las agudas alzas de precios de alimentos de 2008, que luego se repetirían en 2010 y 2011.

En este orden de ideas, la coyuntura nacional mueve a inquietud. En efecto, mientras los precios de los alimentos del IPC crecieron 17% en los últimos 18 meses contados hasta abril, los salarios nominales aumentaron solo 10,9% en igual periodo. Preocupa en especial el 40% de los hogares de menor ingreso, toda vez que solo en alimentos, el primer y segundo quintil gastan el 26% y el 21% de sus ingresos disponibles respectivamente, según la última Encuesta de Presupuestos Familiares.

Es menester entender, entonces, con mayor precisión la dinámica de alzas de precios de alimentos en el mundo, toda vez que en Chile la carestía de alimentos es importada. Tres características destacan.

La primera es que los precios de los alimentos nunca suben aisladamente, sino en grupos, porque cuando un alimento se encarece, el consumidor procura sustituir las calorías de aquel por las de otro, que en consecuencia también aumenta de precio. De particular importancia es “el grupo prime”, conformado por trigo, arroz, maíz y soya, que da cuenta aproximadamente del 75% del contenido calórico de los alimentos producidos en el mundo. Al interior de este grupo, como sería esperable, las correlaciones de precios son casi perfectas, rondando 0,9. Si sube el precio del trigo, entonces, prontamente le seguirá el arroz, el maíz y la soya. A su turno, las alzas de maíz y soya elevarán los costos del cerdo y del pollo, incrementando también sus precios.

La segunda concierne a la amplificada alza de los precios de alimentos como consecuencia de una disminución solo marginal de oferta. Basta un cálculo simple para ilustrar el punto. Ucrania y Rusia dan cuenta de un 26% de las exportaciones totales de trigo, las que a su vez conforman el 26% del consumo de trigo del planeta (mera coincidencia). Si las exportaciones de trigo de dichos países cesan, el mundo deberá reducir su consumo en un 6,8% (26% x 26%).Por su parte, como el trigo aporta aproximadamente un 18% de las calorías del “grupo prime”, la reducción del consumo de calorías en dicho conjunto alcanzaría 1,2% (6,8% x 18%). Parecería una disminución muy marginal, pero con una elasticidad de demanda de calorías del orden de 0,05 para ese grupo (Roberts y Schlenker, NBER 2010), ello resultaría en un alza cercana al 27% en los precios del trigo, maíz, arroz y soya —“e” elevado a 0,012/0,05, con perdón de los no economistas— casi idéntica al incremento de 26% observado en el precio del trigo desde el comienzo de la invasión de Ucrania a la fecha, y en la vecindad de las otras alzas.

La tercera es que los exportadores alimentarios restringen sus envíos cuando los precios internacionales de los alimentos suben fuertemente, procurando evitar la carestía local por temor a los disturbios. La oferta internacional de alimentos entonces se contrae, precisamente cuando es más necesaria, lo que agudiza las alzas, en una dinámica divergente.

Las dinámicas referidas contrastan con los modelos de inflación a mediano plazo de nuestro Banco Central, que ignoran los precios relativos y suponen mecanismos de convergencia reñidos con los factores divergentes ya anotados. No sorprendentemente, se advierte extravío en sus proyecciones. En efecto, mientras el IPoM de hace solo tres meses proyectaba una inflación anual de 5,6% para fines de año, el de esta semana predice ahora una cifra de casi 10%. Es evidente que la inflación alimentaria ha tomado por sorpresa al Central; las alzas podrían extenderse mucho más allá de lo esperado, desanclando las expectativas.

En este contexto, la carestía podría tornarse gravitante de cara a la bifurcación histórica que se avecina, el plebiscito del próximo 4 de septiembre. Hasta ahora, las partes en contienda han enfatizado la narrativa política, la competencia entre idearios. Sin embargo, de continuar las alzas, el relato político podría verse superado por el económico. De ser el caso, el destino de Chile podría terminar sellado no por las ideas, sino por el estómago. Y bueno, como nos enseña la Revolución Francesa, no sería la primera vez que el estómago deviene protagonista de acontecimientos decisivos. (El Mercurio)

Jorge Quiroz