Aunque no hay que ser un mago para imaginar que, de mantenerse las actuales condiciones, el voto voluntario logrará que haya más abstención que votantes, las elecciones municipales de octubre de 2016 pondrán a prueba las tendencias a la dispersión que han estado latiendo en la política chilena. En otras palabras, permitirán saber cuánto pesan realmente los nuevos partidos y movimientos que se han proclamado como los renovadores de la política.
La Nueva Mayoría, con una eficiencia que no ha tenido durante gran parte del gobierno, ya inició el esfuerzo de contención de sus propias fuerzas. En la semana acordó llevar candidatos a alcaldes en una lista unitaria en todo el país, y dejó abiertas a las negociaciones entre los partidos la decisión de postular a los concejales en dos o tres listas separadas. La forma de selección de los candidatos únicos a alcaldes -primarias o designaciones- sería analizada caso a caso, bajo criterios de eficacia electoral.
Cuestión diferente es si todos esos candidatos se promoverán durante esa primavera con las insignias de sus partidos y de la Nueva Mayoría, y con quién desearán salir en la foto. En su caso, aún pueden esperar por algunas encuestas más.
Estas definiciones suponen una primera valla para posibles acuerdos con el PRO, Revolución Democrática u otros grupos similares (el PRI se ha integrado definitivamente a la oposición). No es un obstáculo insalvable, pero supone que quien se acerque tendrá que partir por subordinarse a esas reglas.
Está por verse si los grupos de izquierda más radical, como los que han venido controlando las federaciones estudiantiles, algunos sindicatos y facciones de cartel indigenista, tendrán alguna capacidad para mostrar en las urnas que son algo más que agitación callejera. Desde que el Tribunal Electoral objetó las elecciones de la Fech, la representatividad de estos sectores ha quedado seriamente en entredicho. Siempre se puede argüir que uno no cree en las elecciones, pero en ese momento se deteriora el derecho a pataleo.
Aparte de haber cambiado su nombre desde los sustantivos Alianza o Coalición hacia el verbo Vamos, y de no haber conseguido reunir a la totalidad de sus fragmentos (uno de los resultados paradójicos del gobierno de Sebastián Piñera), la centroderecha ha avanzado muy poco respecto de estas elecciones.
Una de las razones es que está bajo una seria amenaza: el anuncio de 122 alcaldes en funciones de que no competirán con las insignias de sus partidos, lo que significa una forma intermedia de independencia, puesto que tampoco renunciarán (por ahora) a sus militancias.
Esta crisis ya había sido anunciada a la directiva de la UDI -que es el partido más afectado- en junio pasado, durante un encuentro de alcaldes en Pucón. En ese momento primaba una discusión de orden estratégico, no meramente táctico. Los alcaldes estimaban que la conducción de la UDI se había mostrado vacilante y permisiva con los militantes involucrados en el caso Penta, privando al partido de su base ética. La UDI, sostenían, debió haber adoptado medidas para dejar en claro que no respaldaba las conductas de los imputados; en lugar de eso, se presentaba protegiéndolos. A menos que se rectificara ese rumbo, los alcaldes amenazaban con renunciar en masa al partido, acción que hubiese sido tanto o más devastadora que el caso Penta.
Finalmente, el nuevo presidente de la UDI, Hernán Larraín, logró frenar esa estampida, pero no pudo impedir que los alcaldes mantuviesen su voluntad de no identificarse con el partido. Por supuesto que algunos de ellos no comparten las durísimas críticas de Pucón, pero tienen una razón igualmente persuasiva: la marca del partido, hoy por hoy, no les agrega ni un solo voto y más bien los expone a perder unos cuantos.
Vamos Chile aún no ha establecido si tendrá una sola nómina de alcaldes y concejales. Tampoco está claro si, por razones tácticas, buscará alguna forma de articulación con Amplitud (escisión de RN) o con Fuerza Pública (escisión de la Concertación), que han proclamado un pacto de amplio alcance. Tampoco se divisa lo que ocurrirá con Ciudadanos, el movimiento lanzado por el ex dirigente “pingüino” Julio Isamit.
Parece una paradoja que, dadas las cifras de popularidad del gobierno y de la Nueva Mayoría, sea ésta la que enfrenta amenazas menos dramáticas para las municipales, lo que, en otras palabras, significa que no se vislumbra la creación de un polo alternativo de izquierda, ni en el estilo amébico de Podemos ni en el del maoísmo chavista. En la derecha, uno de los problemas más serios es justamente que no ha podido aprovechar la debilidad de la Nueva Mayoría y sus propias cifras de aprobación son parecidamente malas, contraviniendo hasta el principio de Arquímedes. En vez de eso, tiene en su interior un potencial centrífugo que, antes de abrir espacio a un movimiento nuevo o alternativo, puede provocar un nuevo estallido en pedazos.
Todavía falta un año.